Pablo Isla, que se formó en los jesuitas, conoce bien la máxima de Ignacio de Loyola que aconseja no hacer mudanza en tiempos de tribulación. Y de acuerdo con Amancio Ortega, fundador y alma máter de Inditex, la aplicó a pies juntillas: la mudanza en la cúpula de la multinacional gallega se hace en tiempo de bonanza para la compañía. La bolsa, por el contrario, detesta el principio ignaciano. El inversor puede aceptar la mudanza si las cosas van mal, porque el relevo de gestores indica que al menos existe la intención de enderezar el rumbo. Pero abomina del cambio si las cosas van bien: si las acciones se revalorizan constantemente y fluyen los dividendos, ¿para qué remover el equipo que ocupa el puente de mando? Así se explica el desplome de las acciones de Inditex el pasado martes. A los inversores no les gusta que el caballo ganador cambie de jinete.
El legado de Pablo Isla es ciertamente impresionante. El valor en bolsa de Inditex se multiplicó por diez, o por seis, si tomamos como referencia los dieciséis años en que asumió los cargos de consejero delegado y presidente ejecutivo. El grupo cuenta con unos 175.000 empleados y 6.654 tiendas en 96 países: más de 4.000, abiertas desde el 2005. Inditex no solo capeó con nota la pandemia, sino que la convirtió en oportunidad para acelerar su transformación digital. Hoy está presente en 216 países a través de su plataforma online. Sorteó el aciago año de la peste con 1.100 millones en beneficios. Y sus ventas, a juzgar por los seis primeros meses de este año, ya superan los niveles de la prepandemia. ¿Por qué, entonces, se elige el momento de los brindis por el éxito cosechado para poner en marcha la delicada operación relevo?
A partir de aquí, dada la proverbial discreción del fundador y de sus colaboradores, solo caben cábalas. El gigante cotiza en bolsa, pero no deja de ser una empresa familiar en la que Amancio Ortega controla el 60 % del capital. Y en toda empresa familiar, mejor antes que tarde, se plantea inevitablemente el espinoso asunto de la sucesión. Anticiparlo, colocando a Marta Ortega en la presidencia, presenta una ventaja nada desdeñable: permite a la heredera foguearse en la cabina de mando, bajo la supervisión del padre y de su equipo. Pero comporta también el riesgo de que, una vez agarradas las riendas, el sucesor pretenda imprimir su sello, formar equipo propio o cambiar el exitoso modelo de empresa. Para evitar la tentación y garantizar la continuidad —el barco mantendrá el mismo rumbo y el modelo de la compañía es intocable, señaló Pablo Isla—, la nueva presidenta representará a la propiedad en el consejo, pero sin potestad ejecutiva. Por eso, si la interpretación es correcta, la noticia relevante no es la sustitución de Pablo Isla por Marta Ortega. El cambio realmente significativo es otro: se va Pablo Isla y llega Óscar García Maceiras, un coruñés bregado en la banca que, tras un cursillo acelerado de ocho meses, acepta una misión clara: mantener el rumbo y el modelo. Mudanza, sobre todo en tiempos de bonanza, la mínima.
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