Diré, de entrada, que parece un poco de broma la tensión con que el Gobierno está tratando de pactar consigo mismo algo parecido a la reforma laboral. Añadiré que parece más de broma todavía lo que están diciendo de negociaciones que empezaron hace meses y, por lo visto, en tanto tiempo fueron incapaces de acordar nada. Aportaré la sorpresa de ver a una dirigente socialista (Adriana Lastra) reclamando el derecho del PSOE a participar, como si estuviesen marginando al partido mayoritario, y ver a Unidas Podemos tratando de imponer su modelo, como si fuese el partido decisivo del Gobierno. Y, si eso es cierto, concluiré que tienen un comportamiento volcánico: de pronto empezaron los tremores de los terremotos y se pusieron a soltar lava que arrasa todo, desde la idea misma de pacto hasta las figuras que participan, dando la impresión de que el Consejo de Ministros es la caldera del volcán.
Ahora estamos en pleno proceso de arrojar esa lava, con pequeños asentamientos que dicen que Yolanda dirigirá la negociación con los sindicatos, pero Nadia tendrá un papel de vigilanta o supervisora, como en la escena del dentista: «No nos vamos a hacer daño, ¿verdad?». Pero es tal la riada de filtraciones y frases, tal el nivel de intoxicación, que hay que decirlo también: si hay algo que puede destrozar un acuerdo es esa contaminación verbal basada en intereses de parte y de partido y esa indiscreción inaudita, impropia de personas que tienen responsabilidades serias en la gobernación del Estado. Todavía no aprendieron lo que es una norma básica en las técnicas de diálogo: que esos procesos requieren sus horas de intimidad. De lo contrario, y tal como va la información, todo lo que se haga tiene una traducción inmediata, también peligrosa, de victoria o derrota en la opinión pública.
Y este escribidor dice: pues ya que se optó por la indiscreción, podían dar un paso más e informar claramente a la sociedad. Por ejemplo, cuando la vicepresidenta Díaz le pregunta a la otra parte qué es valido del documento de reforma que presentó en Bruselas, podía decir también si ese documento fue conocido por el resto del Gobierno, sobre todo por su presidente, o solo lo conocen en su ministerio. El dato sería clarificador. Podrían contarnos también cuáles son las condiciones que impone Bruselas, porque así podríamos formar nuestro propio criterio. Incluso podrían decirnos qué separa a las dos vicepresidentas para que no sigamos pensando y diciendo que esta es una guerra de imagen, marcada, además, por la circunstancia de que una de las contendientes será candidata a la presidencia del Gobierno.
Comprendo que estos deseos del escribidor son ingenuos, pero entiendo que son compatibles con un Gobierno que se comprometió a la transparencia y no querrá, por Dios, que lo acusemos injustamente de oscurantista.
Ustedes me entienden, ¿verdad que sí?
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