Infertilidad: la pérdida del hijo nunca visto

Alessandro Magnelli GINECÓLOGO DE CLÍNICAS EVA

OPINIÓN

Maria Pedreda

19 ago 2021 . Actualizado a las 08:52 h.

La infertilidad es una condición en la que, ante el fracaso de las técnicas de reproducción asistida, la imposibilidad de lograr el embarazo de forma natural o llevarlo a término, la pareja se enfrenta a la pérdida de un hijo nunca visto. Vive, por lo tanto, un proceso de duelo, similar al que se elabora o debe elaborarse cuando desaparece un ser querido. Más duro aún, un ser querido que no ha llegado a nacer, de lo que ellos mismos pueden llegar a culpabilizarse.

Este duelo se divide en cuatro fases: cuando se esperaba un embarazo y este no llega; el período en el que la pareja se enfrenta a tratamientos de diferentes complejidades para ser padres; cuando los tratamientos no tienen éxito, y, finalmente, si después de todo se consigue el embarazo pero, tristemente, se produce un aborto.

Es, en definitiva, un duro camino de tristeza y angustia para quienes la paternidad es su primer proyecto vital, un camino que a menudo suele acabar en la depresión.

Mientras el bebé no llega, la pareja puede sentir sensación de parálisis, de callejón sin salida. Se perciben distintos al resto de parejas que sí tienen hijos, incluso responsables por si algo han hecho que les ha llevado a la actual situación.

Es un proceso muy difícil de afrontar y que se manifiesta de diferente manera según cada persona, si bien la gestación crea un vínculo natural entre la madre y el bebé muy estrecho, por lo que ellas suelen pasarlo peor. Más aún, el anhelo vital de ser padres puede verse retroestimulado y se puede llegar incluso no solo a mirar al bebé de otros, sino a mirar tiendas infantiles para buscar objetos y ropa que le puedan servir a ese niño esperado.

Mientras, pueden producirse al respecto manifestaciones emocionales, físicas, pérdida de la libido, pérdida de la concentración, inclusive de la capacidad de realizar las tareas diarias. Estas sensaciones pueden convivir en tiempo e intensidad con la rabia, la frustración y la impotencia, lo que los hace cuestionarse su propia capacidad de reproducción.

También se puede ser presa de la desesperación, sensación de culpa, la pérdida de control, y esto genera agobio, ansiedad y muchas veces las parejas se aíslan y comienzan a padecer la soledad, la desesperanza y la pena. Se llega así a la tristeza, a la melancolía, a la depresión.

Muy significativa es la pérdida de la confianza en que alguien les pueda ayudar de manera eficiente. Por ello, la recomendación es, siempre que exista una dificultad para tener hijos y esta produzca una merma en nuestro estado de ánimo, ponernos en manos de psicólogos. El apoyo para recorrer este camino de la infertilidad resulta vital. Si el bebé llega, por fin, necesita que sus padres se encuentren sanos y fuertes para la crianza.