Se suelen situar los orígenes de la cultura occidental en la época en la que ha tenido lugar el llamado «milagro griego», entendiendo por ello una serie de condicionantes difíciles de explicar que se atribuyen a la genialidad del pueblo que lo hizo posible. Alrededor del siglo VI antes de Cristo se produce un cambio de mentalidad: el abandono de la concepción mítica del mundo -basada en explicaciones imaginarias y fantasiosas que atribuían poderes a los dioses como los supuestos causantes de los acontecimientos- para pasar a una exigencia de racionalidad cuya principal característica sería la observación de los hechos de la naturaleza que se descubren con leyes constantes que podrían explicar el orden cósmico. Es aquí cuando surge la mirada científica, que ya nunca abandonará a la humanidad.
Los mitos entran en crisis en la cultura griega y aparece la razón; pero el ser humano es tan complejo que se podría decir que en nosotros cabe todo, también la mitología. Cuando Galileo Galilei crea el método científico en el siglo XVI, incluye la necesidad de la construcción de hipótesis que después se intentarán contrastar con la experiencia -las hipótesis son previas a la observación e incluyen a la imaginación-. Las preocupaciones teológicas de Guillermo de Ockam en el siglo XIV profundizaron en la exigencia de observación si hablamos de racionalidad defendiendo su separación de la fe. Los profetas de la técnica como Francis Bacon o Auguste Comte pronosticaron inventos que parecían inverosímiles. La magia y la técnica no son tan incompatibles como se cree.
Lo que se pretende decir es que a lo largo de nuestra cultura las cosas nunca han sido «blancas o negras»; descubrimos en la historia del pensamiento un trenzado de ideas, aspiraciones y conquistas para el conocimiento, de manera que si pretendemos acercarnos a la comprensión de lo humano no debemos despreciar ni abandonar ninguno de los elementos: mito-razón, magia-técnica, filosofía-ciencia, razón y fe. La actitud que nos corresponde será la de intentar liberarnos de los prejuicios que se extienden por el mundo como una epidemia. Nos falta libertad de pensar y seguirá siendo así si no abandonamos la ignorancia que se hace presente en nuestras creencias incuestionables y nos aferramos a ellas por la tiranía de las modas, la falta de sentido crítico, y la dictadura del poder interesado y temeroso de la libertad.
Fabricamos mitos que nos van resultando tan familiares que no sabemos que lo son; abrillantamos la torre de marfil en la que encerramos las creencias que no estamos dispuestos a revisar y un día descubrimos la mirada de un niño observando por primera vez un hormiguero, regresamos al punto de partida y nos preguntamos qué es la realidad.
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