En lo que se refiere a la sucesión de Angela Merkel, hay una escuela de pensamiento según la cual lo ideal para la CDU, que este sábado elige nuevo líder, sería alguien que se pareciese lo más posible a Merkel. Es casi seguro que esto sería lo mejor para Europa, y puede que también para Alemania, pero no necesariamente para quienes tienen que tomar este sábado la decisión, que son los militantes de la CDU. Como le pasaba a Churchill, Angela Merkel es buena concitando simpatías, pero no recaudando votos. De hecho, la imagen de la canciller es tan positiva que muchos se sorprenderán al saber que, aunque se haya mantenido en el poder durante más de quince años, sus resultados electorales han sido más bien mediocres (en el 2017 llegó a obtener el peor resultado para su partido en toda su historia). Su gran habilidad ha sido la de tejer coaliciones duraderas, mostrar flexibilidad y pragmatismo. Es en ese sentido que Merkel ha sido una gran canciller para los alemanes, pero su partido ha ido perdiendo fuelle bajo su mandato, en gran parte porque su talante de centro-izquierda, que ha ampliado la base de su popularidad, ha provocado a su vez el ascenso de un contrapeso a la derecha de la CDU, la Alternativa para Alemania. Esto amenaza con lastrar irremediablemente a los conservadores en los próximos años, una vez que Merkel no esté para hacer sus equilibrios.
Ese es el dilema que intentan resolver las elecciones internas de la CDU de este sábado. Si gana Armin Laschet es que los militantes creen que el «efecto Merkel» es un rasgo heredable, a pesar de que el experimento de la clonación ya ha fracasado con la efímera Annegret Kramp-Karrenbauer. En cambio, si el ganador es el, en principio, favorito Friedrich Merz, fiscal y socialmente conservador, es que los militantes quieren recuperar ese terreno que Merkel ha perdido a manos de la extrema derecha. El tercer candidato en liza, Norbert Röttgen, resume en sus propias contradicciones la agonía de esta elección: quiere ser merkeliano, pero fue expulsado del Gobierno por la propia Merkel en el 2012. Es una paradoja de las figuras políticas de estatura histórica: la huella que dejan puede fácilmente convertirse en un bache.
La cuestión, de hecho, es tan compleja que es posible que la votación de este sábado no la zanje. Tradicionalmente, en Alemania el líder del partido se convierte en el candidato a la Cancillería, pero esta vez podría no ser así. Si gana Merz, quizás el sector de centro-izquierda, muy reforzado en estos años, no se conforme y lance al ruedo a Jens Spahn. Si ganase Laschet, en cambio, es posible que el ala de centro-derecha tiente al conservador Markus Söder para que le dispute la candidatura. Söder es muy popular (como lo es Spahn), pero pertenece a la CSU, la facción bávara independiente de la CDU, y, las dos veces que la coalición se ha presentado a las elecciones encabezada por alguien de la CSU, ha perdido.