Señor, sí, señor. He aquí a monsieur Quim Torra, saludo militar estilo cabo furriel forzado por un foco molesto, cara de haber pasado malísima noche, llamando a los empresarios, como si aún quedaran empresarios en Cataluña, a rebelarse, quién sabe si armados con butifarras, contra el pérfido Gobierno central porque, qué cosas, a esta comunidad, Ca-ta-lu-ña, se la sigue tratando fatal. El clásico España nos roba del pujolismo y mira por dónde quién robaba a quién. No hay día que Torra no empiece una guerra para aparentar que es un general que no se ha quedado sin ejército. Estas cosas, quedarse solo, son habituales entre botiflers, bonita palabra que define algo feo y común entre los secesionistas, la traición. De ahí que su rostro no pueda ocultar que falta nada para que su retrato acabe, con suerte, colgado en un pasillo oscuro y poco transitado del Palau. Y entonces alguien preguntará, mamá, ese señor quién fue. Y alguien responderá, nadie importante hijo, en realidad nadie.
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