El planeta parece decidido a dejar atrás el coronavirus. Por una parte se agradece que podamos recobrar la normalidad (aunque nos avisen de que nada volverá a ser como antes sin una vacuna). Creo, al igual que dijo el Presidente Pedro Sánchez en su última rueda de prensa en Moncloa, que se debe reconocer la gestión realizada por el Ministro Salvador Illa y por el Director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón. Es justo reconocer la labor desempeñada por ambos y más ante un episodio cambiante, teniendo que tomar algunas decisiones en el momento y adaptándose a las circunstancias en función de los datos epidemiológicos. Creo que se puede hacer un balance positivo de lo acontecido y decir con rotundidad que al menos en España el Estado de Alarma y la desescalada en cuatro fases ha sido todo un éxito, sin olvidar por supuesto que nos hubiera gustado hablar de una ‘guerra’ sin muertos (en estos días de luto nacional debemos recordar y solidarizarnos con los familiares y allegados de las víctimas de esta letal epidemia y apoyarles en todo lo que necesiten).
No debemos cesar en el empeño de pedir a la gente responsabilidad. Ya no hace falta quedarse en casa (por ejemplo, en el Ayuntamiento de Oviedo/Uviéu retomarán los empleados públicos el próximo lunes sus tareas de manera presencial) pero tampoco debemos bajar la guardia y desfasar. Botellones como el difundido por redes sociales en Luanco no solamente perjudica a los que allí están concentrados, sino a toda la población. Hay que quitarse el sombrero con la actitud de los ovetenses, que en una jornada tan propicia para los encuentros como es el Martes de Campo fueron el mejor ejemplo de lo que toca hacer ahora, siendo muy cívicos y cumpliendo a rajatabla con las peticiones de evitar aglomeraciones. Ojalá que noticias tan positivas como la reapertura de museos como el Prado o la vuelta paulatina en los centros educativos lleven consigo que no hay rebrotes incontrolables.
No sé si es un síntoma el estar a las puertas de la última fase (la 3) que las comparecencias de Fernando Simón han dejado de tener la importancia mediática que adquirieron en antaño para seguir la evolución de la COVID-19 en nuestro país. En cualquier caso es notorio que el miércoles pasado, en el debate para aprobar la última prórroga del Estado de Alarma, las intervenciones de los distintos portavoces parecían en algunas ocasiones más propias del Debate sobre el Estado de la Nación que de cómo salir adelante y qué medidas hay que tomar de cara a la ‘nueva normalidad’. No obstante, las estrategias políticas quizás sean la prueba más palpable de que vamos a recobrar la cotidianidad que se nos paró hace tres meses y que nos obligó a tener que estar confinados en nuestras casas. Lo malo es que algunos discursos siguen siendo muy duros porque enfrentan y crispan un ambiente ya de por sí caldeado y la voluntad de unión en estos momentos sigue siendo tarea complicada. Como bien dijo Pedro Sánchez en el Congreso, ‘virus’ es una palabra latina que significa ‘veneno’. El odio es un enemigo a combatir y algunas personas que se sientan en esos escaños lo difunden habitualmente.
Hay otros virus que también están tristemente presentes y en algunos casos también matan. Lo hemos visto con George Floyd, que fue asesinado por Derek Chauvin. Pese a no ofrecer resistencia, los vergonzosos ocho minutos que hemos conocido por las grabaciones nos han estremecido a todos menos al señor Trump, que hasta Twitter ha tenido que ponerle freno a sus inaceptables comentarios. Floyd le pidió en más de una ocasión al agente que le dejase respirar porque le estaba apretando el cuello con la rodilla. Chauvin no tuvo remordimiento alguno de hacer oídos sordos a sus ruegos a plena luz del día delante de las personas que allí pasaban. El virus que ha matado a Floyd se llama racismo, y su color de piel ha sido el delito que cometió. Su caso ha vuelto a recordarnos que vivimos en un mundo desigual.
El feminismo no es un virus por mucho que la ultraderecha se empeñe en desprestigiar y culpar al 8 de marzo de la propagación del coronavirus (sobre todo en Madrid). Ayer también conocimos una nueva sentencia de La Manada por el ‘abuso’ (según la justicia) a una joven de Pozoblanco y el virus del machismo obliga a que el Gobierno retome su compromiso de que la nueva Ley de Libertad Sexual condene estas actitudes como agresiones y violaciones. Desde el inicio del confinamiento, la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género ha tramitado 19.000 peticiones de ayuda, lo que nos devuelve a una triste realidad a combatir no solo en nuestro país, sino en todo el mundo. Ningún virus debe matarnos ni condicionar nuestra vida.
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