Creíamos que lo de acudir a Waterloo a montar el numerito era solo cosa de ese gran payaso llamado Boadella. O de cómicos de quinta fila en busca de publicidad. Pero no, Inés Arrimadas también fue ayer a la localidad belga, según ella a decir a Puigdemont que su fantasmagórica república no existe, como si no lo supieran todos los españoles y los propios independentistas. Una foto, unas palabras para los medios, en total diez minutos de show mediático. Fuese y no hubo nada. Esta es la nueva política de Ciudadanos, gestos vacíos para consumo electoral. Puro teatro. Lo hacía tras anunciar su salto a la política nacional, a pesar de que Cataluña, según su partido, vive una situación tan crítica como para proponer un artículo 155 total. Solo tres semanas antes había dicho que su prioridad era ser presidenta de Cataluña. ¿A qué fue a Waterloo? La respuesta es sencilla: a buscar votos. Cataluña, una vez más como cebo electoral. Aunque eso suponga dar oxígeno y protagonismo a Puigdemont en uno de sus momentos más bajos, ya que el juicio del procés está dando voz a quienes no huyeron de la Justicia, como hizo él, empezando por Junqueras, su rival en las filas secesionistas. A estas alturas está claro que a Arrimadas le gustan mucho las performances. Más que hacer política. Hace algo más de un año ganó las elecciones, pero rehusó presentarse a la investidura a explicar su programa. Su actividad más relevante en estos meses ha sido retirar lazos amarillos. En la campaña del 28A defenderá la estrategia de Rivera de vetar a Sánchez, pero no a Vox. Con patochadas populistas tan patéticas como la de Waterloo solo va a lograr que haya quienes den la razón a los que vienen denunciando su insoportable levedad política.
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