Sí, Operación Triunfo este año ha caído en la «mariconez» y en todas las memeces que cada semana se le ocurre a alguno de los concursantes, que han convertido el talent show en una reivindicación de la estupidez. En una confusión constante que ha acabado por aburrir al público por la acumulación de tanta polémica absurda. Porque no hay día en que todos los -ismos no broten superficialmente por la pantalla del reality: el machismo, el feminismo, el mariconismo, el bilingüismo, el chonismo, el follamiguismo... Cada gala de Operación Triunfo es una causa perdida para la audiencia, es un enredo, una pelea, un follón de los que se tejen con mala baba. Así que los espectadores han pasado en solo un año de disfrutar del flower power de Alfred y Amaia, que veían amor incluso en los aspersores y soñaban con la ciudad de las estrellas, a la ligereza cutre del lenguaje basto que suelta por la boca el instinto. Operación Triunfo se ha desparramado en solo un año en un conjunto muy poco armónico en que casi todos los participantes hacen carrera por dar la nota, por generar un espectá-culo de brocha gorda a costa de lo que sea, aunque sea una «mariconez». Y ahí están, sumidos en el alboroto, alejados del espíritu del talent y enfocados en darnos más líos de otro tipo de show. De esos que TVE asegura, ya saben, que no hace.
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