El problema populista, ahora sí

OPINIÓN

03 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Las derechas miran debajo de todas las piedras en el mercado de fichajes. Rivera busca en el mercado de segunda mano ejemplares seminuevos en buen uso (Valls, Paco Vázquez, Savater, Corbacho, …). Busca a personajes que hayan tenido su momento de gloria en sitios ajenos a C’s, desde el PSOE a la Presidencia de Francia o el mundo académico. Es gente a la que ya se le pasó el arroz, pero que le puede servir por la dispersión de su origen a esa imagen de sólo veo españoles. C’s es el punto al que tienden los políticos que van perdiendo principios e ideología y van acumulando resabio y adustez ante unos tiempos a los que van sintiéndose ajenos. Es una táctica como cualquier otra. Pero lo que inyectan en la vida pública estos personajes venidos del pasado es eso, ceño y gesto arrugado, gruñones por el curso de unos tiempos que no son aquellos en los que ellos se movían con soltura.

El PP y Vox se remangaron un poco más para meter la mano en la boca del país y remover sus tripas bajas a ver si entre todos les regurgitamos algo de su interés. Y por ahí salieron los padres de las niñas Mari Luz y Marta del Castillo, cuyos asesinatos tuvimos en la retina muchos días. El PP estimula la ira de quienes vivieron tales dramas, su ansia colérica de castigo y hasta el halago del protagonismo mediático para pretender que las leyes se hagan a la medida de la rabia y la sed de una tragedia en caliente. Así hicieron creer a Juan José Cortés que era un líder de masas y el padre de todas las Españas hasta que fue detenido por un tiroteo, de tan seguro que estaba de sí mismo. Así ahora Antonio del Castillo, con su furia y su ego hinchados artificialmente, se les va para Vox, porque dice que está harto del lenguaje políticamente correcto (?), porque está harto del procés de Cataluña y porque sólo Vox habla claro. Dice también en Twitter que no hará declaraciones y que no va a entrar en política. Así son las cosas. Promueve «la prisión permanente revisable», con esos términos, quien no quiere lenguaje políticamente correcto y quiere hablar claro. No se mete en política quien va a ser candidato de Vox y quien está harto del procés.

No es nuevo. El PP siempre pretendió el absurdo lógico de diferenciarse por lo que nos es común: la nación, la bandera o las víctimas. Tampoco es nuevo que rebusquen en las muertes que tengan algo aprovechable. Las que no les sirvieron, como los muertos por Franco o lo que representa Pilar Manjón, las ignoraron o directamente las insultaron y acosaron. Y tampoco es nuevo que sólo les interese de la violencia el desecho emocional, la ganga en que se mezcla furia, venganza y ataque ciego a las instituciones.

Casado quiere añadir estas tradiciones añejas del PP a su agitación actual, con la que parece querer reducir el debate público a alaridos y que la gente sustituya el cerebro por las vísceras. Dice que Sánchez es indecente y que humilla a España. Se ve que el PSOE empeora. Zapatero, según el PP, sólo humillaba a las víctimas del terrorismo. Sánchez ya humilla al país entero. Y todo porque la abogacía del Estado acusa a los líderes independentistas «sólo» de sedición y malversación, en vez de mantener una acusación de rebelión que ni siquiera pudo imputarse a ETA ni hay tribunal europeo que nos la compre. Casado atropella las formas y el sentido común vociferando que Sánchez es un golpista. Y todavía hay quienes pican y entran en esta camorra explicando el concepto de golpe de estado. Y más ruido añadió el viaje de Carmen Calvo al Vaticano, con imagen ciertamente pedigüeña y de poco fuste, para un tema en el que sólo debía anunciar medidas, sin pedir ni negociar nada. Y algunos de los simios habituales de la caverna añadieron su dosis de cutrez para degradar más el nivel del debate público, esta vez con el añadido de Leguina, ejerciendo más de pellejudo que de veterano del PSOE. Estos muchachotes rebosaron testosterona y grosería por el supuesto canalillo del vestido normal y corriente que llevó Carmen Calvo a la entrevista vaticana y echaron sus risotadas por la humorada del valle de las caídas. El jolgorio casposo de Leguina hay que entenderlo. Tantos años trincando seis mil euros netos al mes en el pesebre del Consejo Consultivo en el que solazaba le ponen a cualquiera de buen humor permanente. Este es el nivel. Ahora Cataluña volverá a ser terreno fértil para que suba el ruido que quieren los pescadores populistas. El nacionalismo descerebrado y la derecha manipuladora tendrán un período de jauja, para enredar con patrias, golpes de estado, historias de persecuciones y para delirar todo tipo de trincheras.

Steve Bannon ya dijo que la moderación política y las posturas llamadas centristas se desvanecen y que hay que elegir, dice él, entre lo que queda: el populismo de derechas y el populismo de izquierdas. Y tiene su parte de razón. No es la moderación lo que se va de la política, que después de todo en sí misma no es ni buena ni mala (ojalá el Gobierno no fuera tan moderado con la Iglesia y la Fundación Franco y la UE fuera más radical con Viktor Orbán y compañía). Lo que se va de la política es la racionalidad. Cada vez hay más propaganda y menos ideas y la propaganda cada es más agitadora de emociones espurias que embotan el análisis crítico y dirigen la conducta y la pasión donde no están los problemas y sus causas. Steve Bannon y la extrema derecha no son el resultado de los think tanks que el neoliberalismo vino alimentando en las últimas décadas. Aunque confluyan personajes e intereses, el cauce ultraderechista y el neoliberal no es el mismo. Esta ultraderecha tiene un discurso bien estudiado, está organizada a escala internacional y tiene estrategia. La izquierda tiene tantos púlpitos y tanto predicador que no deja de salirse de los renglones. A algunos izquierdistas la visibilidad de esta extrema derecha nacionalista les suscita la idea genial de que es la nación la trampa y que hay que ir a internacionalismos de clase. Otros, todavía más geniales, adoptan la propaganda ultra sin darse cuenta de la causa a la que sirven, o directamente la apoyan como algo bueno. No olvidemos que el discurso que propala Bannon está lleno de rebeliones contra las élites de la globalización, la recuperación de la ciudadanía soberana y expresiones así que se camuflan muy bien en discursos izquierdistas. De hecho, puede que sean los únicos que repiten en sus discursos la expresión «clase trabajadora» y que hablan de la recuperación de su protagonismo.

Lo importante es que estás tácticas populistas requieren que se disipe lo que Bannon llama torticeramente moderación, porque no puede usar la palabra correcta: racionalidad. La agitación que tiene bien diseñada sólo funciona en medio del griterío y con vísceras en vez de discursos. La degradación creciente que vemos de los debates públicos, la exageración y desmesura, el desvanecimiento de los límites con el autoritarismo, la bronca, el furor por crímenes especialmente imperdonables, todo esto que estamos viendo, está siendo atentamente escrutado por el equipo de Steve Bannon e insertado en sus diagramas.

De momento es posible que esto favorezca al PSOE, al ser el único partido que se percibirá como moderado. Pero Sánchez sólo tranquiliza a quienes temen la desmesura, pero no es un líder con nivel de análisis ni con capacidad para líneas estratégicas. Su moderación será ahogada por el ruido y parecerá inmovilismo cobardón. Podemos de momento puede vender utilidad, por su papel en la moción de censura y por su influencia en los presupuestos. Pero de momento no puede encauzar la ola emocional y de baja racionalidad que crece. Cuando irrumpió Podemos, muchas lecciones de historia de cucharón llenaron columnas y discursos. Pero el problema populista era este que amenaza desde Brasil y EEUU y que corroe el corazón de la UE, no la indignación por los desahucios y la pérdida de derechos. La bronca descerebrada de la derecha no es nueva, y es la única horma en la que cabe el nivel intelectual de Casado. Pero ahora esa zafiedad macarra es el nutriente de los malos aires del populismo ultra que vienen de fuera. Ahora sí hay peligro populista.