Sorprende que a los mayores les dé por irse de manifestación. «A la vejez, viruelas», dicen unos respecto a otros que se resisten a envejecer, por lo que hacen cosas impropias de su edad. Tal vez las manifestaciones sean impropias de su edad, pero no de su tiempo, del tiempo que les ha tocado vivir. Hasta ahora las veían pasar como algaradas de malos estudiantes u obreros cabreados. Ellos, gente de orden, no comprendían la necesidad de tales desórdenes. Ahora se echan a la calle, y apenas recuerdan aquello de que hay que abrigarse. Soportan, hasta cierto punto, que les llamen viejos, pero no soportan que les hagan la cuenta de la vieja. Están en la tercera edad, sin haberse enterado de que hubo una segunda en la que les prometieron que, si se ocupaban solo de trabajar, tendrían calidad de vida en la vejez. Les engañaron entonces, pero no les engañan ahora. Se equivoca el ministro portavoz, Íñigo Méndez de Vigo, cuando dice que van engañados a las manifestaciones; más bien han vivido engañados cuando les decían que no había que ir a manifestaciones.
No son ahora escépticos por viejos, sino por desengañados. No es cuestión de edad ni de clase. Mientras fueron clases activas otros se quedaron con las plusvalías de sus esfuerzos; ahora que son clases pasivas otros rompen la hucha y se quedan con sus pensiones. Cuando denuncian agravios comparativos (por ejemplo, rescates de bancos o sueldos de por vida a políticos), se les acusa de demagogia; a ellos, las primeras víctimas de los compradores de votos. Les han engañado con la esperanza de vida, como si fuese un problema y no un avance; con el envejecimiento del país, como si otros del entorno no envejeciesen; con la falta de recursos, como si no estuviésemos cada vez más cerca de la media europea; con la proporción entre ocupados y desocupados, como si no fuese más importante la desproporción entre salarios dignos y precarios; con los planes de pensiones privados, como si fuesen una alternativa a las pensiones públicas; con las subidas coyunturales de sus exiguas pensiones, como si no derivasen de chalaneos presupuestarios... Les han engañado con tantas reglas que ahora comienzan a fijarse en las excepciones.
Entre los mayores son excepcionales los que llevan toda su vida manifestándose. Ya lo anticipaba la compañía Tricicle en el musical Forever Young (Siempre jóvenes), que tiene lugar en un geriátrico en el 2050, donde unos octogenarios, viejos roqueros y jipis desfasados, cuando no son controlados, se dedican a cantar canciones de los Beatles, Police, Nirvana o Tequila, ya que con ochenta años continúan siendo tan transgresores como lo eran con veinte. Sin embargo, las cosas están cambiando, porque el futuro ya no es lo que era. Por cierto, la viruela fue erradicada en los años ochenta del siglo pasado.
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