Una participación sin precedentes, la más alta en 40 años de democracia en España. Un triunfo histórico de Arrimadas, primera candidata no nacionalista en ganar unas elecciones autonómicas en Cataluña. Son las únicas razones para la alegría en una jornada con demasiadas espinas. Aunque el Parlamento catalán vaya a tener mayoría secesionista, el independentismo no es mayoritario en Cataluña, como quedó demostrado ayer una vez más. Un sistema electoral que premia a las provincias menos pobladas aupó a Junts per Catalunya. Puigdemont quizás vuelva a ser presidente, pero nada volverá a ser como antes ni como él quería. Primero, tendrá que regresar a España y acatar la legalidad. Esa democracia que intenta desprestigiar en el extranjero es la que le ha permitido ser elegido pese a estar huido. Pero esa misma democracia exige que rinda cuentas ante la Justicia, porque unas elecciones no indultan delito alguno. Y, en todo caso, nada podrá hacer al margen de la Constitución, porque fuera de ella no es nada ni él sería nadie. Asumir esto sería su mayor contribución a Cataluña.
Pese a la decepción de no poder ser presidenta, Arrimadas tiene razones para la alegría. Todo lo contrario que el resto de los partidos constitucionalistas. El fracaso del PP, y con ello, de Rajoy, es descomunal. Un desastre se mire por donde se mire, en Cataluña y con consecuencias para el resto de España. Rajoy debe cambiar el paso, y debe hacerlo ya. Tampoco en el PSOE están para fiestas. No es un batacazo, pero la recuperación de Sánchez tiene un pesado lastre. Y la ola del cambio anunciada por Pablo Iglesias a quien se va a llevar por delante es a él mismo.
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