Los independentistas se han instalado en una realidad virtual en la que ya ni siquiera falta el holograma de Puigdemont dirigiéndose a esa nación imaginaria mientras el personaje de carne y hueso se toma un vino en el bar de la plaza del pueblo. La guinda del esperpento en que se ha convertido el desafío secesionista. Ya no se sabe qué es peor, si el desprecio a la ley o esa insustancialidad infantiloide en la que viven unos dirigentes de los que se debe presuponer sensatez y responsabilidad. Ni la una ni la otra, sino todo lo contrario, es lo que caracteriza a Puigdemont, Junqueras, Forcadell y compañía. Lo trágico es que pueda haber líderes tan insensatos como para llevar a su gente a despeñarse por un barranco. Cada uno puede autoengañarse con el señuelo que más le plazca, pero hacer creer a la gente que confía en él que puede llevarlos al paraíso es un fraude que debería estar penado.
Con todo, la mayor de las tragedias es la facilidad, la suma facilidad, con la que cualquier loco iluminado puede llegar hoy a dirigir un país. Trump es el prototipo, pero no el único ejemplar. Porque Puigdemont y Junqueras, salvando las distancias, no son menos peligrosos, como ha quedado demostrado. Pero de estas elecciones somos responsables los votantes, que sea por ligereza mental, comodidad para dejarnos llevar por la corriente o incluso cobardía ante las dificultades de la vida compramos sin más el remedio milagroso para todos nuestros males que nos ofrezca cualquier embaucador. Y nos sirve mientras nos mantengamos en esa realidad paralela en la que tan bien funcionan los cuentos de hadas. Después de todo, los populismos no son sino la versión política de eso... de los cuentos de hada, o de las comedias románticas. Que cada cual escoja lo que más le conforte. A todos nos consuela nuestro particular mundo virtual... hasta que nos topamos con el real. Porque entonces comprobamos que las soluciones a los problemas son complejas y nos obligan a negociar con una realidad que casi nunca es como habíamos soñado. Tal es el shock que van a sufrir Puigdemont y Junqueras cuando despierten de su ensoñación independentista y descubran que ya no están en la Generalitat y que quien de verdad manda en Cataluña es el Gobierno. Cuanto antes lo asuman, mejor para ellos y para tantos catalanes que creyeron en ellos y que ahora deberán lidiar con la frustración. Y, sobre todo, antes empezaremos a ocuparnos de lo importante: ganar un futuro mejor para todos y entre todos.
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