España se jugaba la primera plaza contra Suecia, el rival más peligroso de su grupo, que hizo un buen mundial. Los contrincantes de esta fase clasificatoria para la Eurocopa, Rumanía, Malta, Noruega, Suecia o Islas Feroe no levantan pasiones. Poner el partido un lunes, a las nueve menos cuarto de la noche, aunque sea en el Santiago Bernabéu, tampoco fue arrimar el hombro para que hubiera el calor en la grada que solicitaban tanto el técnico Robert Moreno, como el gran capitán y tótem del Real Madrid, Sergio Ramos.
Sin embargo, pese a que la afición del Real Madrid tampoco estaba predispuesta para regresar una grada en la que no lo pasó bien esta temporada, y que para los colchoneros ir al Bernabéu tampoco es plato de buen gusto, la entrada fue de lujo. Un éxito, 72.205 aficionados. Pese a todo, no estaría de más que para este tipo de compromisos se diera opción a muchas ciudades de tamaño medio que sueñan con un partido de España.
El encuentro sirvió para ver a una España que jugó a arreones y que hizo peligro a balón parado. El equipo solo se gustó en los últimos minutos y de ahí el 3-0 final, que levantó la ovación del público. La selección, en este continuo casting de Luis Enrique, sigue lejos de la esencia que le dio un mundial y dos Eurocopas. La alineación de Kepa dejó patente que la selección española no tiene hipotecas. Fabián, Parejo, Íñigo Martínez y Oyarzábal son un soplo de aire fresco de un nuevo grupo que tiene que encontrar su propio norte. Busquets es una sombra de lo que fue, mientras que tanto de Isco como Marco Asensio, igual que en el Real Madrid, les falta confianza. España no podía perder. Una vez más, marcó Sergio Ramos, de penalti, el goleador de la roja. El camero, que le cedió a Morata una segunda pena máxima, se reconcilió con su afición tras su affaire con China. Oyarzábal también pide paso
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