Mochilas de cine. El cine, como la literatura, podría ser una asignatura más. Pero mientras esperamos a que se incluya en los planes escolares, podemos soñar con los profesores que nos dejan algunas películas memorables
12 sep 2024 . Actualizado a las 10:45 h.«Quiero que veas tres películas a la semana conmigo. Yo las elijo. Es la única educación que vas a recibir.
—Estás de broma— dijo él acto seguido».
David Gilmour no estaba de broma. Cuando planteó a su hijo Jesse, un adolescente que no quería volver al instituto, que dejase las clases, le puso dos condiciones: nada de drogas, y ver películas juntos. El crítico y escritor canadiense empezó con Los cuatrocientos golpes, de Truffaut. En aquel Antoine Doinel que era el reflejo de los días huyendo de clase del director, Gilmour creyó ver algo que podría conectar con su hijo. Abre Cineclub, el libro en el que cuenta esos años de educación a golpe de fotogramas, con una cita de Montaigne: «La dificultad mayor y más importante conocida por los seres humanos parece radicar en el campo que se ocupa de cómo criar a los hijos y educarlos». ¿Será esta vieja preocupación francesa la clave que explica por qué el cine galo siempre ha cultivado el subgénero del cine de colegios y profesores? Desde la fundacional Cero en conducta, que Jean Vigo firmó en 1933, a la fabulosa La clase, con la Laurent Cantet que ganó la Palma de Oro en Cannes en el 2008, pasando por la durísima (y prodigiosa) Hoy empieza todo, de Bertrand Tavernier, la tierna y exitosa Los chicos del coro, o la última, Los buenos profesores, estrenada el pasado año.
En muchas de ellas se recogen las experiencias personales de directores y guionistas, para bien y para mal, en un sistema educativo que en muchas ocasiones demuestra que es incapaz de acoger e impulsar al diferente, al que no se amolda, al que sufre fuera de los muros de la escuela una vida que nada tiene que ver con lo que se le explica en clase.
De Harold Lloyd y Buster Keaton en los primeros años del cine, por las aulas cinematográficas han pasado miles de estudiantes. Y frente a ellos se han sentado decenas de profesores. Spencer Tracy en La herencia del viento, Audrey Hepburn y Shirley MacLaine en La calumnia, Charles Laughton y Maureen O'Hara en Esta tierra es mía, Michael Redgrave en La versión Browning, Sidney Poitier en Rebelión en las aulas, Peter O'Toole en Adiós, Mr. Chips, Julia Roberts en La sonrisa de Mona Lisa...
Profesores inadaptados
Si la mejor tradición francesa cuestiona el modelo educativo, hay una línea que se centra en los profesores que tampoco se adaptan a lo establecido. Los que pasan de apuntes y temarios para explicar otras cosas a sus alumnos. El guionista Tom Schulman se inspiró en su etapa en un colegio de élite para escribir ese hito de los ochenta que es El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989). El personaje de Robin Williams se basa en dos de sus profesores, el de literatura y el de teatro, dos de los elementos clave para este drama escolar que marcó a toda una generación, no solo de público sino de actores, con unos jovencísimos Ethan Hawke, Robert Sean Leonard o Josh Charles.
Aunque tal vez la palma se la lleve Jürgen Vogel en la inquietante La ola (Dennis Gansel, 2008), un carismático profesor de instituto que ve cómo se le va de las manos un experimento para motivar a sus alumnos mientras les explica qué es el fascismo.
Con El maestro que prometió el mar (Patricia Font, 2023), el cine español seguía otro camino, el marcado por La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999). Dos maestros dispuestos a cambiar la vida de sus alumnos desde una idea de escuela que quedó truncada con la Guerra Civil. En la película de Cuerda, basada en los relatos de Manuel Rivas, todo crece cuando la historia se centra en la relación de Don Gregorio (inmenso Fernando Fernán Gómez) y el pequeño Moncho. De nuevo, la realidad fuera de los muros se encarga de poner fin a la lección.