Guillem Clua, creador de «Smiley» (Netflix): «Bruno y Álex no son el feo y el guapo, sino dos cánones estéticos que determina el mundo gay»
CULTURA
Protagonizada por Carlos Cuevas y Miki Esparbé, la ficción navideña de Clua ha dividido al público con un debate sobre la representación LGTB
21 dic 2022 . Actualizado a las 09:54 h.Cuenta Guillem Clua (Barcelona, 1973) que adaptar la historia de Álex y Bruno a la televisión fue relativamente fácil. Llevaba diez años representándose en teatros de todo el mundo cuando Netflix le propuso convertirla en una serie. Smiley, en clave de comedia romántica LGTB, ha sido uno de los grandes estrenos de la plataforma durante este mes. Sus protagonistas, Carlos Cuevas y Miki Esparbé, interpretan a dos extraños a los que une un mensaje telefónico dejado en el buzón equivocado. Perfilada por el creador como una crítica a los estándares del mundo gay, Clua (Premio Nacional de Literatura Dramática en el 2020) advierte: «Toda la historia de Álex y Bruno es un cliché, pero nos abrazamos a ello con todas las fuerzas».
—Partían de una obra que lleva años presentando la historia de Álex y Bruno en teatros de todo el mundo. Para la serie, sin embargo, construyeron nuevos personajes y realidades LGTB.
—Al cambiar de formato y disponer de ocho episodios teníamos que hacer la trama más compleja e introducir unos personajes secundarios que fueran objetivos sentimentales de los protagonistas, cosa que no ocurre en la obra de teatro. Lo más difícil a la hora de construir la adaptación fue crear ese universo de historias LGTB que están alrededor de Álex y Bruno, el eje principal. Nos ayudaron a explicar la diversidad y a gestionar las diversas maneras de entender el amor y el desamor que queríamos ver en Smiley. Al final, todo se engloba dentro de ese género que es la comedia romántica. O, mejor dicho, lo llamaría dramedia romántica.
—En lo audiovisual han querido subrayar el formato teatral de la obra, con monólogos muy largos y el recurso de la pantalla compartida para mostrar situaciones simultáneas.
—Desde el primer momento que planteamos la idea a Netflix mi intención era subrayar ese origen teatral. En el camino nos hemos desprendido de muchos recursos escénicos que tenía la obra original. Por ejemplo, un mismo actor podía interpretar a varios personajes de la función. También se dirigían constantemente al público con comentarios e interrumpían la acción. Todas esas cosas las valoramos y no las usamos, pero hay otras que sí. Un ejemplo, los monólogos. Siempre se dice que es muy antitelevisivo, pero a mi es un recurso que me encanta y en la serie los utilizamos varias veces. La pantalla partida referencia que en teatro tienes a dos actores, uno al lado del otro, haciendo cada uno su diálogo. Aquí lo trasladamos a situaciones simultáneas que ocurren y demostramos a la vez.
—La pantalla partida, además, es un recurso típico de las comedias de los años cincuenta. No es el único guiño al cine clásico: Bruno memoriza guiones y La fiera de mi niña se utiliza como símbolo entre ambos.
—Una de las inspiraciones fue Confidencias a medianoche (Michael Gordon, 1959), que hace uso de este recurso. Queríamos trasladarlo aquí como homenaje a las comedias románticas clásicas. Los propios personajes hablan de cine en los diálogos, hacen mención explícita a Qué bello es vivir, La princesa prometida… Por un lado es saludar con respeto a esa fuente de la que estamos bebiendo constantemente, pero también lo usamos para subrayar que estamos yendo un poco más allá. A la vez, intentamos desmitificarlas o quitarles el peso del legado que han tenido.
—Al margen de las referencias explícitas, adapta su estructura convencional, asimilada por el público general, con una excepción: Sitúa a las personas LGTB como protagonistas de las tramas. ¿Qué quería reivindicar?
—Conocemos los clichés y las estructuras narrativas que estamos utilizando, pero riéndonos de ellas y llevándolas a otro lugar. Las tramas están protagonizadas por personajes LGTB, que es algo que todas estas películas clásicas no hacían. También contamos otras realidades LGTB que no acaban bien. La historia principal es un cliché de comedia romántica de libro, pero nos hemos abrazado a ello con todas las fuerzas. Las de Patri con Verno, Albert con Nuria y Rosa con Ramiso acaban de otra manera. Hemos querido hacer más poliédrico el formato e ir más allá de la comedia romántica, que unos momentos se abraza y en otros deconstruye. Hay momentos en los que hacemos giros de guion para que no sea tan masticable ni predecible.
«La historia principal es un cliché de comedia romántica de libro, pero nos hemos abrazado a ello con todas las fuerzas»
—Ante estrenos de este tipo siempre se cuestiona lo siguiente: ¿Las historias LGTB deben adaptarse a los cánones tradicionales o deben proponer los suyos propios?
—Yo estoy muy en contra de delimitar como tiene que ser una historia, qué tipo de narrativas debemos de contar los autores gays y a qué tipo de público nos tenemos que dirigir. En este sentido, poner etiquetas, normas o dogmas a lo que tiene que ser la ficción LGTB es absurdo. Que cada uno elija la historia y la narrativa que más le guste sin prejuicios ni cortapisas. Si ahora quiero escribir sobre superhéroes bisexuales en Venus, no voy a partir de una premisa a priori de cómo tiene que ser. Creo que la libertad total de cualquier historia LGTB es a lo que debemos aspirar, no ponernos piedras encima sobre a quién tengo que representar.
«Estoy muy en contra de delimitar cómo tiene que ser una historia. Poner etiquetas, normas o dogmas sobre cómo se debe contar una narrativa LGTB me parece absurdo»
—¿A qué querían llegar con esta?
—Mi intención desde el primer momento era contar varias historias de amor optimistas, luminosas y divertidas que hicieran pasar un buen rato pero a la vez hicieran reflexionar sobre la identidad, sobre lo que somos y sobre lo que buscamos en el amor hoy en día en una ciudad cosmopolita del siglo XXI como es Barcelona. Las personas LGTB arrastramos muchas cosas, pero siempre de una manera desacomplejada y divertida. No quería entrar en historias oscuras de traumas del pasado, sino hacerlo más ligero para transmitir un mensaje bonito sobre lo que es querer y esperar ser querido.
—Las historias que rodean a los protagonistas también están ocupadas por personajes LGTB. En el caso de Vero, Patri, Bruno o Javier, o no se muestra su familia biológica o tienen problemas con ella. ¿Pesa más la familia escogida dentro de la comunidad?
—Si, sobre todo en el capítulo cinco cuando se enseñan las cenas de Navidad. Tenemos alguna familia tradicional heterosexual, con abuelos y nietos, pero luego tenemos una muestra de las familias elegidas. La familia elegida ha sido desde siempre el refugio de muchas personas LGTB que han encontrado allí el afecto, cariño y refugio que necesitaban en su familia biológica. Eso es algo muy reconocible para todos nosotros. Tampoco son incompatibles, hay gente que tiene ambas y son aceptados y queridos. Ojalá fuera así para todo el mundo.
«Queríamos mostrar la realidad de la familia escogida porque ha sido desde siempre el refugio de muchas personas LGTB»
—¿Eran las Navidades el momento para mostrarlo?
—Eso se va mostrando siempre, en la cotidianidad de los personajes. Tanto Bruno como Vero mencionan que la relación con sus familias no es la mejor, pero tampoco hace falta incidir mucho ni hacer un drama de eso. Sencillamente nos ayuda en la construcción de sus personajes, para entender sus actitudes respecto al resto de personajes de la serie. Eso es muy valioso y muy reconocible para todas las personas LGTBI: Con una sola frase ya pueden entender mucho de lo que hay en el subtexto de algo tan inofensivo como puede ser un «es que no me abro mucho con mis padres el día de Navidad». Igual pasa desapercibido para otro tipo de público, pero el LGTBI lo reconoce rápidamente.
—En la sinopsis de la obra de teatro original, estrenada hace diez años, mencionaba Whatsapp o el Iphone como nuevas tecnologías. ¿Qué ha cambiado entre la Smiley del 2012 y la del 2022?
—En un primer momento, la obra no se llamaba Smiley. Se llamaba Dos puntos guion paréntesis cerrado [:-)]. Eso ya te da una idea muy clara del cambio que ha sido. Cuando aún no existían los emojis, hacíamos caras con signos de puntuación. Esa fue una de las cosas que más cambiaron durante este tiempo, tecnología y el tipo de bromas que hacíamos relacionadas a ella. Todo va tan rápido que hace diez años hacíamos un chiste sobre el check azul, que se acababa de inventar, y hoy es la cosa más manida del mundo. No te atreves.
Ocurre lo mismo en temas de perspectiva de género, con cómo han cambiado los límites de humor. Sobre todo en las realidades LGTB hay chistes que por entonces hacían mucha gracia y que hoy no hacen tanta e incluso puedes rondar lo ofensivo. Yo no he tenido ningún problema en cambiarlos.
—Entonces, ¿tuvieron que modificar alguna parte del guion?
—Si, en algunos chistes que han envejecido mal o que se pueden leer de otra manera hoy en día. Yo soy muy consciente de que el sentido del humor no es algo fijo y que algo que hace gracia hoy igual no lo hace mañana. Todos los creadores, todos los que escribimos, tenemos que asumir esto. A lo mejor, algo que hicimos hace veinte años hoy está obsoleto. Sobre todo los que hacemos humor tenemos que adaptarnos a la realidad de los tiempos. Cualquier persona que quiera apelar a un público tiene que ser consciente si ese mundo está mal o no porque, si no, ¿para qué escribes?
Escribimos para acercarnos a un público que vive en el mundo real, que no es el mismo que nosotros, como escritores, tenemos en nuestra cabeza o queremos que sea. Esas personas viven, sienten, se ríen de unas cosas y dejan de hacerlo por otras, viven tragedias, alegrías y, en función de eso, consumen una ficción. Esa ficción tiene que interpelarles, que hablarles de su día a día, de lo que conocen. En el humor eso es muy importante, los referentes tienen que estar clarísimos. A la hora de escribir, tienes que tener claro cuales son los referentes de la gente o qué cosas han dejado de hacer gracia.
«A la hora de escribir, tienes que tener claro cuales son los referentes de la gente o qué cosas han dejado de hacer gracia»
—En cuanto al tema de la tecnología juegan un papel fundamental las apps de citas, tanto en las personas gays como en las lesbianas. ¿Había algún tipo de voluntad?
—Creo que sobre todo en el mundo de los hombres gays, Grindr y otras apps de citas han determinado cómo nos relacionamos ahora mismo. En los últimos diez años ha habido un cambio tan grande que, por ejemplo, en Estados Unidos los bares LGTB que han cerrado ha sido porque las apps de citas han ocupado el sitio que antes ocupaban ellos. El espacio para relacionarse ha pasado a ser virtual. Aquí también ha pasado, aunque ahora creo que estamos volviendo a lo analógico. Lo virtual despersonaliza mucho, pero todos nos hemos acostumbrado a valorar nuestras relaciones sexoafectivas por lo visual, lo inmediato y por la cultura del catálogo que nos ofrece una app como Grindr. Esa confusión o perturbación en la forma de relacionarnos creo que surge de ese tipo de aplicaciones para conocer gente de una manera tan impersonal.
—Los protagonistas no se comunican entre sí. Si dijeran lo que sienten, no existiría la historia ¿Es consecuencia de esto?
—Cuando estás ligando en una app de estas, cuando no estás cómodo con la otra persona o no te gusta, pulsas un botón y ya ha dejado de existir. Mucha gente se ha acostumbrado a esa dinámica y en el día a día, cuando tiene a una persona delante, ha perdido herramientas de comunicación, de ligue o de seducción. Lo hemos perdido y es una pena. Nuestra capacidad de comunicación está ligada a la supervivencia, y si no somos capaces de hacer estas cosas tan básicas tenemos un problema.
Eso se está comentando mucho por Twitter. Decir: «¿Por qué no hablan entre ellos? ¿Por qué no se comunican?». Primero, porque si hablan y se dicen lo que sienten en el capítulo dos se acabaría la serie. No tendría ningún sentido, pero tampoco lo hacen para alargar la trama. Lo hacen porque no son capaces. Muchas personas hoy en día tienen esa incapacidad de mostrarse vulnerables ante los demás, de decir: «me gustas» o «quiero una segunda cita». A veces, en el mundo gay hacemos la broma de que la segunda cita no existe, que no tenemos ese concepto. Tenemos tanto entre lo que escoger que preferimos hacer primeras citas de manera infinita, pero nunca dar la oportunidad de tener una segunda porque significaría mostrarse vulnerable ante la otra persona.
—De hecho, una de las escenas de la serie simula diferentes perfiles de personas LGTB en una app de citas. Mientras que los perfiles gays buscan algo «superficial», las lesbianas lo critican. Imagino que buscaba la caricatura...
—Sí, totalmente. No estoy haciendo una tesis sobre lo que quieren los hombres y las mujeres en este tipo de apps, pero ahí nos estamos riendo de un cliché tan extendido como es el qué suelen buscar las lesbianas y qué suelen buscar los gays. Esa escena en particular, tanto los usuarios de Grindr como de apps de chicas, nos reconocemos en esos clichés. Todos hemos dicho o nos han dicho esas frases para ligar. Son situaciones típicas y tópicas que se suelen tener en este tipo de aplicaciones.
—Cuando Bruno y Álex se conocieron, cada uno veía al otro como un prototipo. Álex, según el guion, como un «musculocas». Bruno, sin embargo, como un «friki».
—Mucha gente decía: «¿Cómo están mostrando a Miki Esparbé como el feo?». Pero el punto es ese. Bruno y Álex no son el feo y el guapo, sino dos cánones estéticos que determina el mundo gay. El chico musculado y masculino que tiene muchas relaciones sexuales está percibido como lo deseable. Ese es Álex. Hay un personaje que se siente muy incómodo en esto, que es Bruno. Cuando se conocen, en el momento en el que detecta que él no es percibido como Álex, lo rechaza. Ahí está la discusión de ellos dos durante el segundo capítulo. Quería deconstruir esta percepción hegemónica dentro del mundo gay de lo que es el deseo. No tenemos que ver a uno como un chico hipermasculino sin cultura como tampoco tenemos que ver al otro como alguien que no va al gimnasio y, por lo tanto, no tiene nada de interés. Ambos se van aproximando cuando están en los lados opuestos de lo que es la percepción del deseo en el mundo gay.
—Respecto a las críticas, ¿en algún momento dudaron de caracterizar a Miki Esparbé dentro de ese rol?
—Bruno no se gusta a sí mismo porque le han metido en la cabeza que lo deseable en el mundo gay es ser como Álex. Ahí está el conflicto real. Que un chico feo o no normativo se enamorara de un chico guapo que pasa de él hubiera rozado lo simple. No estamos en un cuento de hadas, sino ante la historia de un chico normativo que tiene una falta de autoestima brutal. Por eso actúa como actúa. Se lo dice el propio Álex en una escena, que no es un tío feo. Lo que pasa es que no se quiere a sí mismo.
Si Bruno fuera consciente de que cuando entra en un bar hay gente que dice: «¡Qué tío tan guapo!», no habría hecho la mitad de las barbaridades que hace en la serie. Termina refugiándose en una tercera persona que es Ramón porque se siente seguro, porque sabe que Ramón no le va a hacer daño. Se conforma con algo que no quiere porque piensa que no puede aspirar a lo otro.