Alberto Vázquez consolida en Sitges su don iconoclasta con «Unicorn Wars»
CULTURA
El autor gallego de animación trata el cine bélico con tintes casi tenebristas
14 oct 2022 . Actualizado a las 08:28 h.Con su segundo largometraje de animación, Unicorn Wars, el coruñés Alberto Vázquez ha consolidado en Sitges, el gran foro del cine fantástico internacional, su peso en la animación de nuestro país. Y, en esta ocasión, la coproducción vasca con Francia asegura a esta obra de feroz iconoclasia su llegada a mercados internacionales. La película cuenta también con el apoyo de RTVE, TVG, Agadic y ETB.
Alberto Vázquez lleva una década dejando huella de singular sello, con cortometrajes como BirdBoy o Decorados que le valieron dos premios Goya y reconocimientos en alguno de los certámenes más reconocidos como Annecy o Chicago. La propia Unicorn Wars nace de Sangre de unicornio, otro de sus cortos, que dirigió en el 2013 y es el germen de esta explosión de animación desaforadamente transgresora que ha sido acogido en Sitges de modo febril, con entradas agotadas en todas las sesiones.
Nace Unicorn Wars de la fascinación de Alberto Vázquez por el cine bélico. Y, de hecho, una vez traspasados todos los brillantes filtros de humor y causticidad que esta obra esgrime a raudales, nos encontramos con una guerra que remite a títulos como La chaqueta metálica (el entrenamiento militar como tortura), las razones de estado para llevar al terreno de combate carne de cañón (Senderos de gloria), la inmersión en la selva como conradiana pesadilla (Apocalypse Now) o el cine de comandos de Raoul Walsh o Robert Aldrich. La primera gran particularidad de Unicorn Wars es que los seres belicosos, supremacistas dentro de la fauna, casi todos perfilados como personajes siniestros, son unos osos pincelados como emoticono de la ternura. Esta divertida y acerada subversión es el anticipo de un festín con perfiles pop, henchido de muy mala baba que Vázquez (director, diseñador artístico y guionista; esto es, autor total) va administrando en su película.
El arranque del filme es una secuencia de fantastique idealizado, con una cría de unicornio en busca de su madre. Algo que parece casi factoría Disney de la vieja escuela de Bambi se va a dar de bruces con lo que viene a continuación: el mundo de los osos guerreros, empujados a ser especie superior por unos jefes sin ideales, en la mejor tradición del cine antibelicista. Por el contrario, frente a esta antropomorfización del mal, las demás criaturas que habitan el bosque —los citados unicornios, los simios y otras especies— aparecen impresionadas de un modo idealizado o realista. Imagino las alucinaciones de un público infantil —al cual este filme no está destinado por su crudeza— presenciando esta inversión del oso amoroso en depredador sangriento.
Junto con la trama bélica, en Unicorn Wars se desarrolla otra de estirpe (anti)fraternal. Dos de estos osos encarnan de manera definida las imágenes de un ser de luz y de un malnacido. A este respecto funciona muy bien un tremebundo flash-back hacia la infancia de ambos.
Y el filme se vive como casi tenebrista función de tintes a veces muy sardónicos —ese sacerdote que trata de bendecir la guerra como cruzada; o extremos gore como el del canibalismo— y finalmente aprecias el valor de esa animación cuyo alcance —porque está concebida desde referentes del pop o del kitsch que son alterados por completo en sus formulaciones— no se limita al de los devotos de este cine. Yo disfruté mucho con su puesta en escena y sus golpes bajos. Y hasta me acordé de Comando en el Mar de China.