Este martes se cumplen diez años de la muerte del cantante que cambió el pop pero cuya vida personal sigue amenazando su legado artístico
24 jun 2019 . Actualizado a las 20:34 h.Diez años han transcurrido desde esa fatídica llamada al servicio de emergencias de Los Ángeles, el 25 de junio del 2009, que imploraba ayuda médica para devolverle la respiración a Michael Jackson. Su muerte produjo una conmoción entre sus millones de fans y el mundo de la música a la altura de la condición de celebridad con la que convivió desde la infancia: Jackson fue una estrella prácticamente toda su vida, una circunstancia que, para bien y para mal, marcó sus creaciones, sus actos y, ahora, también su memoria personal y su legado artístico.
En Michael Jackson confluyeron el talento para cristalizar canciones perfectas y la habilidad para interpretarlas, junto al magnetismo que se le atribuye a una estrella, también en el sentido literal de la palabra: su capacidad innata para la música parecía estratosférica, algo llegado de otro planeta. Solo así se entiende que fuese capaz de entregar tres discos en apenas ocho años que cambiaron la música: Off the Wall, Thriller y Bad. El pop era la coctelera idónea en la que Jackson introducía todo tipo de sonidos, la mayoría de ascendencia negra, para servir un resultado tan extraordinario como natural.
Presencia visual
Si con canciones como Rock With You, Beat It o Billie Jean, por mencionar tres al azar, Jackson llevó el pop a otro nivel, lo mismo hizo con otro aspecto decisivo para un músico, su presencia visual. Ningún otro cantante fue capaz de trasladar una imagen icónica como él, desde sus movimientos y vestuario, hasta su instinto para comprender que el vídeo era un vehículo privilegiado de comunicación: Thriller, dirigido por John Landis, es otro hito que cambió el medio, como él transformó el pop con sus canciones.
Y, al igual que dinamitó con sus canciones los límites que trataban de encorsetar la música negra, sacándola de las categorías de R & B, su ejemplo fue decisivo para que los afroamericanos viesen que uno de los suyos no solo superaba el sueño de la igualdad, sino que lo hacía imponiendo sus propias reglas. Todo ello sin dejar de conectar con oyentes de cualquier país, género o edad, convirtiéndose en una estrella de alcance verdaderamente global.
Turbulencias
En vida, Michael Jackson consolidó un patrimonio musical que debería sobrevivirlo como un legado artístico sin tiempo ni caducidad. Pero desde muy pronto ese legado se vio enturbiado por su vida personal. La cirugía y la estética eran la cara más visible de la zozobra vital que sacudía al artista. En 1979 se operó la nariz a causa de una rotura, pero a partir de la década de los 90 las intervenciones empezaron a desfigurarlo: la pérdida de pigmentación acabó por darle una presencia fantasmal. Los médicos y los fármacos entraron en ese círculo cerrado que mantuvo al artista en una burbuja desde que era niño, impermeable al mundo exterior. Jackson dio validez a esa teoría de que la fama repentina congela a uno en la edad a la que lo sorprende: en su caso, a los cinco años; apropiadamente, bautizó su mansión como Neverland, la tierra de Peter Pan, el niño que se negó a crecer.
Su matrimonio en 1994 con Lisa Marie Presley apenas duró 20 meses y se especuló con que todo había sido una maniobra publicitaria, igual que su boda con la enfermera Debbie Rowe se atribuyó solamente a su deseo de tener hijos. Ya en 1994 llegaron las primeras acusaciones de abusos a niños, causas que fueron desestimadas o arregladas extrajudicialmente. Es esta polémica la que sigue persiguiendo al artista cuando se cumple un decenio de su muerte, avivada por el documental Leaving Neverland, que da voz a dos de sus supuestas víctimas, y en el contexto nuevo propiciado por el movimiento Me Too, que está desacralizando a estrellas en virtud de comportamientos personales poco ejemplares. En el fondo, no son las canciones las que han cambiado, sino la percepción que de ellas se tienen, bajo la sombra que proyecta sobre ellas la vida personal de Jackson.