Fue chica Hermida, vive con pasión el periodismo y se siente feliz en el agua: «Nadar me carga las pilas». Regresa a la literatura con «Esos días azules», una gran historia de amor de Antonio Machado y su musa, Guiomar: «Ella estaba casada y tenía tres hijos, era una intelectual del movimiento feminista»
12 jun 2019 . Actualizado a las 15:07 h.No se detiene en el pasado ni le gusta mirar atrás: «Vivo con curiosidad el presente». Buena conversadora, elige las palabras con detenimiento y su tono de voz destila entusiasmo. Está feliz con su novena novela Esos días azules y lo confiesa: «No sabes lo que lloré el día que puse el punto final a la novela. Al final, he sido como un testigo directo de ese gran amor y terminar el libro, significaba que me tenía que distanciar y fue difícil». Nieves Herrero (Madrid, 1957) es una gran contadora de historias que disfruta tejiendo relatos apasionantes, pero sobre todo es periodista: «La rutina me mata. Si puedo seguir aprendiendo y explorando otros caminos, me lanzo de cabeza».
-En tu nueva novela reivindicas la figura de Pilar de Valderrama, Guiomar, la musa de Antonio Machado y con la que vivió una gran historia de amor.
-Esta historia es un regalo maravilloso que me ha llegado gracias a Alicia Viladomat, la nieta de Pilar de Valderrama y para la que solo tengo palabras de agradecimiento. Un día se me acercó, mientras visitaba una exposición, y se presentó contándome que quería que contara la historia de su abuela. Recuerdo que le pregunté que quién era su abuela y ella me contestó que Guiomar. Me quedé muy sorprendida porque pensé que había sido una invención del poeta. Quedamos otro día y tras contarme la historia de su abuela, Pilar de Valderrama y Machado y enseñarme sus cartas, decidí que la historia de aquella interesante mujer debía contarse y me puse a investigar sobre su biografía.
-A lo largo de tus páginas, retratas a una mujer muy adelantada para su tiempo, que no tuvo una vida fácil.
-Efectivamente. Ella estaba casada y tenía tres hijos, pero además era una intelectual, escribía y formaba parte de un club de mujeres que se llamaba el Lyceum Club de Madrid. La presidenta era María de Maeztu, la vicepresidenta Victoria Kent, también acudían mujeres que ya estaban en el mundo de la política como Clara Campoamor. Allí estaban las que tenían inquietudes intelectuales y peleaban por que se reconociera a las mujeres el derecho a estudiar, votar o trabajar, entre otras cosas. Las llamaban despectivamente las maridas. Imagínate, porque tenían ideas propias y querían que las mujeres progresaran.
-Vivieron un amor de película, pero pertenecían a mundos opuestos. Ella aristócrata y él un hombre de letras, un intelectual.
-Pues sí. Un amor imposible y sin futuro como escribía el poeta. Hay un verso muy bonito de ella que dice: «Entre querer y no querer me pasa la vida»; porque ella quiere olvidarlo e intenta cortar muchas veces esa relación, pero no puede y siempre volvían a estar juntos. Se amaban profundamente.
-Desvélanos, ¿cuáles son esos días azules?
-Para Pilar, los días azules son los días que pasaron juntos, los días que él cuando la recordaba eran de color azul. Por eso, reivindica los días azules, porque encontraron en el abrigo de él un verso que decía: «Estos días azules y este sol de mi infancia». Y ella dice: «Los días azules eran los míos». Así arranca la novela.
-Después de tanto bucear en la historia de esta cautivadora mujer, ¿por qué crees que al final reveló que ella era Guiomar?
-Estaba harta de que se pensara que ella era una invención de Machado y que no existía. Por eso, cuando al final de sus días, intuye que va a morir en 1979, escribe sus memorias, pues era una mujer muy religiosa, y ahí reivindica su existencia: «Guiomar existió, fui yo, la musa del poeta».
-¿Qué te ha enseñado Pilar de Valderrama? ¿Con qué te quedas?
-Me ha enseñado la gran fuerza que tenían las mujeres de principios de siglo por reivindicar la enseñanza, el conocimiento, el derecho al voto o solo por defender que las mujeres fueran más respetadas socialmente. Y de Pilar, valoro especialmente, el que por encima de todo, ella era madre, tenía tres hijos, y por ellos renunció a su gran amor con Machado y a vivir su propia vida. Aunque en la II República existiera el divorcio, ella era muy religiosa y eso la Iglesia lo veía mal. Pilar vivía con la culpa de ese amor prohibido y de ahí que no soportara la mancha que llevarían sus hijos si ella los abandonaba. Por eso decidió no marcharse.
-¿Cómo viviste el poner punto final a la historia de Guiomar y Machado?
-¡Uf! No sabes lo que lloré ese día. Al final, he sido como la invitada, un testigo directo de ese gran amor y acabar la novela supuso que aquello llegaba al final y me tenía que distanciar. Me ha costado mucho desprenderme de esta gran mujer. Para mí este tiempo ha sido muy emocionante. Me va a costar pasar página.
-¿Alguna anécdota que hayas vivido mientras preparabas esta novela?
-Unas cuantas. He visitado los escenarios por los que se movió Pilar de Valderrama: Segovia, Córdoba, Palencia y aquí en Madrid. Durante un tiempo, estuve buscando el Jardín de la Fuente porque era el lugar donde se encontraban Pilar y Machado y se ocultaban de las miradas indiscretas, pero no lograba localizarlo. Y un día viendo el Telediario, emitieron unas imágenes del presidente, Pedro Sánchez, paseando con Quim Torra por una zona ajardinada, di un grito de alegría, pues acababa de descubrir que el Jardín de la Fuente forma parte hoy del complejo familiar de la Moncloa. Le escribí un email a Carmen Calvo, vicepresidenta del Gobierno, para pedirle permiso y no dudó en facilitarme el acceso. Pasé una mañana sentada en aquel banco, oculto entre castaños, en el que Pilar y Antonio quedaban para disfrutar de su amor a solas.
-Dedicas la novela a tus hijas y a tu pareja, Guillermo. ¿Ellos leen tus libros?
-Sí. Mis hijas son muy lectoras y siempre hago caso de sus consejos. Cuando me dicen: «Mamá, este capítulo te ha quedado un poco largo». Lo acorto. Y a Guillermo le voy leyendo capítulos para que me cuente sus sensaciones. Además, voy enviando los capítulos a mi editora como método de seguridad. Lo hago desde que se me borró la novela Lo que escondían sus ojos. No sé qué sucedió en el ordenador, pero la novela desapareció. Fue un disgusto tremendo. Imagínate, todo mi trabajo perdido. Menos mal que un informático pudo recuperarla y solo tuve que reescribir el capítulo final. Desde entonces, es una pesadilla que me persigue cuando me siento a escribir.
-Conocemos tu faceta como escritora, pero sobre todo eres periodista.
-Sí. Me fascina mi oficio, me apasiona. Cuando hablo de mi profesión, siempre me acuerdo de lo que me decía Jesús (Hermida): «No olvides que los periodistas no somos más que contadores de historias». Y estoy de acuerdo.
-De hecho, eres una de las populares chicas Hermida. ¿Guardas buenos recuerdos de aquella etapa profesional?
-Muy buenos. Fue una etapa muy enriquecedora. Aprendí muchísimo con Jesús y con mis compañeros. De hecho, tenemos un grupo de WhatsApp con mis «hermanos Hermida»: Irma Soriano, Consuelo Berlanga, Mariló Montero, Belinda Washington, Olga Viza… y todos los días nos contamos chismes y bromas. Pero también te confieso que no soy nada nostálgica. Añoro a los que ya no están, como a mis padres y a gente muy querida, pero no me detengo en el pasado ni miro atrás, vivo con curiosidad el día, el presente. Además, a lo largo de mi vida, he escogido siempre el camino difícil. La rutina me mata. Si puedo seguir aprendiendo y explorando otros caminos, me lanzo de cabeza.
-¿Te arrepientes de algo?
-¡Claro! De muchas cosas y también de no haber sabido decir no en algunos momentos. Ahora estoy aprendiendo a decir no. Y las cosas que no me han salido como yo quería, me han enseñado más que los éxitos.
-¿Qué te carga las pilas?
-Me llenan de energía mi familia, mis hijas y Guillermo, estar con mis amigos, bailar y hacer deporte. He descubierto que me fascina nadar y me carga las pilas.
-¿Te encantaría?
-¡Uy! Mi ilusión hoy es hacer un programa entretenido de historia en la televisión. Soy fan de la historia. Estoy enganchada al Canal Historia. Me parece apasionante.