Asier Etxeandia: «He tenido éxito algún año y al siguiente no ganar ni para el metro»

Pacho Rodríguez

CULTURA

BENITO ORDOÑEZ

Él es el rey. El rey Alfonso el Bravo en «El final del camino». Fue el amante perfecto y el «Paso adelante» lo dio en televisión. Creció con «Cabaret», tuvo su banda de rock y dice que el éxito es relativo. Asier Etxeandia lo tiene claro: «Lo que hago importa más que lo que soy»

21 ene 2017 . Actualizado a las 13:27 h.

Se ve que los 40 le pillaron tan sin parar que fue él quien les pasó por encima. Ni se enteró, aunque ahí, dice, le «cambiaron los motores para hacer las cosas» y empezó a relativizar. Asier Etxeandia (Bilbao, 27 de junio de 1975) rehúye imitaciones. Es ahora, con 41 años, cuando se impone este primer mandamiento: «Más honestidad y menos superficialidad». El éxito es, para Asier, algo relativo. Este actor sin Max, que cumplió su sueño de niño al convertirse en maestro de ceremonias de Cabaret, tiene una trayectoria fijada a base de grandes momentos. Porque combina lo mediático con lo profundo.

En El final del camino, la serie producida por Voz Audiovisual que se emite en TVE, hace de rey. Es Alfonso VI, el Bravo, rey de León, de Castilla y de Galicia. Asier compone un personaje con trasfondo psicológico que lleva hasta el extremo de sus gestos. Un carácter que no suelta la curiosidad del espectador y le lleva a pensar: ¿pero qué le pasa a este rey? Porque le sale un hombre de neurosis medieval, complejo y al borde de un ataque de violencia. Asier Etxeandia analizó, estudió y dibujó así a un Alfonso VI con el que quiere representar una época cargada de conflicto. Pero lo mezcla con la ficción que demanda la serie como hilo principal. Ver a Alfonso VI es ya toda una suerte para el espectador de la pequeña pantalla. Porque Etxeandia es de esos actores que, una vez visto, demanda seguirle la pista.

El bilbaíno reserva un bagaje imprescindible, sobre todo en su amado teatro. Si a otros les quiere la cámara, a Etxeandia hace mucho que las tablas le tiran tanto los tejos que son amantes perfectos.

Fue Dante, Teseo, Valmont... Hizo Hamlet, Medea, Homero... Sí, esos nombres que los actores de largo recorrido se apuntan con letras de oro, como cuando se cumple un sueño.

Pero la parte mediática también le lleva a ser arte y parte de las series que han marcado el prime time de los últimos años. Más hacia atrás en el tiempo, lo encontramos en su Bilbao natal, donde vivió hasta los 26 años, se daba al teatro de trincheras y tenía su banda de rock. Hasta que el underground le llevó a Madrid a Un paso adelante.

-Después de rodar «El final del camino», decidiste quedarte unos días por estas tierras. ¿Tanto te gustan?

-Me apetecía disfrutar de Galicia en plan personal. Me fascinó la Costa da Morte. Me encantó Foz. Todos los lugares por los que pasé. Y me gusta la gente gallega. Galicia tiene algo de misterioso que me atrae. Volveré.

-¿Cómo te ha quedado el rey que interpretas en «El final del camino»?

-Mi personaje, Alfonso VI, aparece prácticamente en todos los capítulos. Un personaje icónico y el más fidedigno históricamente. Lo más interesante es la transformación que irá sucediendo. Porque esta es una serie sin buenos ni malos. O son todos bastante malos, porque es una época muy salvaje, convulsa, bestial.

-¿Cómo cuaja la mezcla de ficción con el contexto histórico?

-La parte histórica creo que puede interesar mucho. A mí me gusta mucho la historia, leer, enterarme de cosas. Y la de la catedral de Santiago es muy interesante. Pienso que no se es consciente de lo que representa, del valor que tiene y lo que supuso en el siglo XI.

-Cuando preparas un personaje, ¿te documentas o dejas que fluya?

-Como en El final del camino hay cosas reales, me pasé un buen tiempo leyendo sobre el tema. Pero lo más maravilloso es cómo lo contamos. En realidad, lo que queremos es contar lo que sucede de la mejor manera posible. Piensas: «Si el personaje que represento me viera, ¿qué diría?».

-¿En qué estadio situarías al Asier Etxeandia actor?

-De repente, he pensado que tengo 41 años... y sí que analizas un poco todo lo que has hecho y lo que tienes por delante por hacer. He llegado a la conclusión de que prefiero más honestidad que superficialidad. Con 41 años, la honestidad crece y la ansiedad por trabajar baja. Cambian los motores que te llevan a hacer cosas. Y, por supuesto, me parece todo más relativo que cuando era joven, que lo tenía todo más claro. O eso pensaba.

-No es plan de preguntarte a quién quieres más, al teatro, al cine, a la música o a la televisión. En estos años duros no has parado. Tal y como está el patio, ¿en qué crees más?

-Esta es una profesión que va y viene. Y tú tienes que estar ahí. Es cierto que en estos últimos cuatro años he estado sin parar, atento a proyectos que se animan.

-Estar en «El final del camino» es apostar por la producción audiovisual. ¿Cuál es tu valoración de un sector del que se espera tanto?

-¡Ojalá surjan más apuestas como esta y empecemos a creérnoslo! Esta es una apuesta brillante y arriesgada. Todos estamos deseando que funcione. Yo no dudo de que, trabajando, en España se puedan hacer cosas de altura. ¿Por qué no vamos a poder llegar a niveles de calidad, como la HBO?

-¿Qué tiene la música para ti para que, pase lo que pase, siempre esté presente en tu vida?

-La música marcó mi vida. En Bilbao yo tenía mi banda de rocanrol. Ahora mismo podría decirte que lo que busco es mi propio sonido. Aunque por mi idea musical va desde Bowie a Piaf, de Bach a Madonna. ¡O AC/DC! Todo con una idea fundamental: ser más honesto que nada.

-¿Cuando empezabas tenías como referentes a otros actores? ¿Y ahora, a quién admiras?

-He admirado a actores y soy algo mitómano. Pero he buscado más la sensación de encontrarme a mí mismo que de pensar que quiero ser como este o como el otro. Eso nunca lo he querido. Estudié para ello cinco años de Arte Dramático en Bilbao. Estudié para ser actor, en realidad. Mis ambiciones siempre han sido crecer, encontrar el lenguaje, el directo. Pero lo que nunca he pensado es a ver si me sale una película con este actor o actriz.

-¿Nunca has tenido esa tentación de convertirte en una celebridad?

-Yo lo que he querido siempre ha sido trabajar. Nunca tuve más expectativas. Mi dirección llevaba a otro lugar. Porque me dedicaba al teatro de calle y al rock. La tele no la controlaba, la música y la perfomance, sí. Si entré en la tele fue porque hice un cásting y me cogieron. Y me fui a Madrid y volví a Bilbao. Porque yo estaba más enfocado hacia la música. No tengo la ansiedad ni entiendo el concepto de famoso.

-Como entiendes tu carrera artística como un guion no escrito, ¿te gustaría hacer más cine, por ejemplo?

-Quiero seguir haciendo cine. Y que sea con compañeros estupendos, directores estupendos y haciendo trabajos maravillosos. Pero insisto en la idea de que lo importante son los trabajos que hago, no yo. Para mí es más importante lo que hago que lo que soy.

-¿Cómo has vivido estos años de crisis que tanto han afectado a la interpretación?

-Dedicarse a ser actor o actriz, seas quien seas y en el nivel que sea, me merece todos los respetos. A veces, el trabajo que resulta no tiene nada que ver con nosotros. Yo estoy rodeado de gente con talento que no ha tenido suerte. Que están sin trabajo. Lo que confirma que el éxito es relativo. Yo he tenido éxito alguna temporada y a la siguiente no ganar ni para el metro.

-¿Puede ocurrir que un actor pierda el encanto por su trabajo al haber alcanzado el éxito?

-En mi caso, cada experiencia que me toca es la más potente. Si no es así, no se puede hacer. Lo que estás haciendo en ese momento tiene que representar para ti la experiencia más potente.

-Pero, por hablar de un trabajo tuyo potente.Tu maestro de ceremonias de «Cabaret» tuvo algo de culminación, ¿no?

-Cabaret fue un sueño cumplido. Me sirvió para trabajar mucho en Madrid, pero también por toda España. Fue un papel que perseguía desde adolescente, desde niño, porque mi madre me ponía en casa la música de Cabaret. Y casi desde niño quería ser ese maestro de ceremonias.

-En definitiva, ibas para artista sí o sí.

-Desde niño quería serlo. No concibo la vida desde otra perspectiva que no sea la de artista.