Cimino, que dirigió solo siete películas, encarnó como pocos la tensión entre la visión artística y la industria de Hollywood
04 jul 2016 . Actualizado a las 07:15 h.La regularidad es un reto complejo para todo creador artístico, especialmente los cineastas, sujetos a los problemas de financiación y las dificultades inherentes a un proceso en el que intervienen tantas personas. Muchos proyectos se han malogrado, pero a veces uno es suficiente para pasar a la historia. Algo así fue la trayectoria de Michael Cimino, hallado muerto en su casa de Los Ángeles el pasado sábado: tocó la cumbre con su segunda película, El cazador, para descender a un abismo del que apenas pudo salir.
Nacido en Nueva York en 1939, Cimino accedió al cine por vía de la publicidad. Su guion para Harry el fuerte debió de convencer a Clint Eastwood para darle una oportunidad, y le produjo otra historia de su autoría, Un botín de 500.000 dólares. La recaudación del policíaco, con Eastwood y Jeff Bridges (los Thunderbolt y Lightfoot del título original) como protagonistas, multiplicó por seis su presupuesto de cuatro millones de dólares y a Cimino le abrió las puertas para filmar su obra maestra.
El cazador, ambientado en la guerra de Vietnam y con Robert De Niro, Meryl Streep y Christopher Walken en el reparto, cosechó cinco Óscar, incluidos los de mejor película y mejor director para Cimino, quien imprimió un sello singular a las escenas de acción cuya huella todavía es patente en el cine bélico que se ha rodado desde entonces.
Su siguiente proyecto debía consolidar su ascenso, pero Cimino consideraba que podía aspirar a cimas más altas. En realidad, fue una caída libre. Para La puerta del cielo se trasladó a los enfrentamientos entre ganaderos en el Wyoming del siglo XIX: un wéstern épico, definitivo. Nuestro Lawrence de Arabia, aseguraban los productores, United Artistas, que poco después se veían casi en la quiebra. Un rodaje perfeccionista -un día de trabajo podía invertirse en 53 tomas de la misma escena- y unos costes de vértigo llevaron el pánico a los estudios, que recortaron el desmedido metraje que pretendía Cimino. El resultado fue un fracaso tan rotundo que el director solo pudo rodar otros cuatro filmes entre 1985 y 1996, con embrollos judiciales y críticas por lo general negativas. Cimino dejó una veintena de proyectos sin concluir, entre ellos adaptaciones de Capote y Dostoievski, junto a su colaboración con Carver.