Spielberg presenta una de gigantes y cabezudos en «The BFG»

José Luis Losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

El coreano Park-Chan-wook adapta en "Mademoiselle", un thriller de Sarah Waters

17 may 2016 . Actualizado a las 13:03 h.

Spielberg, más Disney, más la coartada de qualité de historia para adolescentes firmada por Roald Dahl. The BFG. Menudo papelón. Soporto como puedo el concurrido pase, que es como una zarzuela de gigantes y cabezudos pero con música de John Williams. A la niña del cuento de Dahl la secuestra un gigante bueno, porque es vegetariano y outsider ante sus colegas carnívoros, que hubieran devorado a la protagonista en menos que Tiburón se comía a la pelirroja en el pícnic playero de cuando Spielberg sabía lo que se hacía. Como no tenemos esa suerte, el show de cría y gigantillo dura dos temibles horas. Él es Mark Rylance, justo ganador del Óscar por su agente ruso de El puente de los espías. Para el caso, su rostro aparece tan deformado por los efectos visuales que podría ser Florinda Chico y no variar nada. Cuando Spielberg se pone tontorrón, que es casi siempre, filma gigantes bonachones. Vean sino Lincoln, que no era menos infantil ni boba que este The BFG, que tendrán en sus pantallas en julio, si quieren martirizar a sus sobrinos.

En la sección oficial continúa el estimulante nivel, con el coreano Park Chan-wook adaptando Fingersmith, la novela criminal de Sarah Waters, en Mademoiselle. La trama de cómo una ladrona coreana y su jefe tratan de desplumar a una rica mujer japonesa es un juego de giros-sorpresa, con la relación de ama y sirviente articulada sobre una pasión sáfica que se lleva la parte del león. Hay loopings narrativos, algunos demasiado alambicados, casi con toques a lo De Palma, y el barroquismo visual y desangrado característico del autor de Simpatía por Lady Venganza.

La alemana Maren Ade cuenta en Toni Erdmann el empeño de un padre por entrometerse en la vida de feroz neocon de su hija, que trabaja en uno de los grupos empresariales alemanes que desmontan Rumanía con voracidad. Tengo un serio problema con el personaje de ese padre sesentón y su infatigable manía de disfrazarse con peluca y dientes postizos para reventar las negociaciones de su hija. La directora, y quizás el propio actor, deben de pensar que el tipo tiene la comicidad del Peter Sellers de El guateque. Pero a mí el fulano me carga. Y encima la función se alarga hasta las casi tres horas de ese oxímoron llamado humor alemán. Aunque en la sala se celebran las charlotadas de baile de disfraces con alborozo y ovaciones. Seguro que habrá premio para las gracias alemanas. Manda Merkel, también en el Palais.

Como Cannes es también estos días territorio celebrity, nos pasaron La Danseuse, pienso que más que nada por el juego que da su reparto: es la toma de testigo protagónico de una tal Soko, hacia la cual se lanzan los paparazi, porque me cuentan que ha sido novia reciente de Kristen Stewart, y que interpreta muy mal, es una horrorosa actriz a Loïe Fuller, icono de la Belle Epoque y la danza moderna. Y junto a ella debuta también la hija de Vanessa Paradis y Johnny Depp, Lily Rose Depp, nada menos que como una Isadora Duncan aún crisálida. La Danseuse es un cromito cursi, que haría que Billy Elliott nos pareciese miembro de Iron Maiden. Pero a ver quién se niega a programar semejante bautizo, con tanta madre áurea de prima ballerina en el patio de butacas.