Lo que (nos) cuesta llegar a viejos

Raúl Álvarez OVIEDO

ASTURIAS

PACO RODRÍGUEZ

Académicos y agentes sociales piden abrir un debate sobre el trasvase de recursos a los mayores de 65 años, que ya son la cuarta parte de la población y ganarán peso en los próximos años. Un estudio asegura que la atención a los octogenarios supondrá el 30% del gasto hospitalario en Galicia en el 2030

15 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Es una de las charlas del verano. La capacidad de tratar enfermedades genéticas en embriones para evitar su desarrollo en los seres humanos tras el nacimiento o la posibilidad de detener el envejecimiento con una sola inyección han ocupado titulares, espacio en los diarios y abundante tiempo en las tertulias de la televisión. Los enfoques de esas cuestiones varían desde el análisis sobrio de los avances científicos hasta los planteamientos más desaforados de la ciencia ficción, pero lo que ha dejado de ser discutible es que la humanidad se encuentra cerca de la posibilidad de un salto apreciable en su esperanza de vida. En lo que, no hay acuerdo, sin embargo, es en cómo gestionar esas nuevas sociedades con más personas mayores y con mejor salud que nunca antes. Y ahí es donde Asturias sirve de laboratorio del futuro. La severa crisis demográfica en la que la comunidad autónoma lleva sumida más de 30 años ya ha transformado sociedad al dar mayor peso en ella a las generaciones más ancianas. Y lo que puede decirse, a juicio de muchos observadores, es que los servicios públicos están mal preparados para gestionar esa nueva realidad.

«La cuestión es cómo vamos a reorganizar los presupuestos públicos para trasvasar recursos de lugares donde ya no serán necesarios hacia los retos que supone esta nueva situación», plantea Manuel Hernández Muñiz, profesor del departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Oviedo y autor de El envejecimiento de la población en Asturias. Consecuencias económicas e impacto sobre el gasto público, un estudio sobre el problema encargado en el año 2010 por el Consejo Económico y Social, que también lo publicó. El docente anima a reflexionar sobre el cambio, porque, a su juicio, se tratará de un proceso adaptativo y lento, pero además lanza una advertencia: «Seremos unos viejos caros en el futuro. Los avances de la medicina permiten ya, a quienes tienen la suerte de evitar dolencias graves, una autonomía completa hasta los 85 años. Pero a partir de ahí se necesitan ayudas y cuidados y hay que pagar por ellos». Si hay menos niños y jóvenes y más ancianos, los gestores del dinero público tendrán que decidir si eliminan aulas en la educación para dedicar ese dinero a nuevas plazas en residencias de ancianos, por ejemplo.

La soledad de los ancianos

En Asturias, además, quienes superen la barrera de la vejez en las próximas décadas se van a encontrar más solos que los ancianos del pasado. La escasez de nacimientos y la emigración de los jóvenes en busca de trabajos y condiciones mejores transformarán el aspecto de la sociedad. «El mundo en los años 2030 o 2040 será distinto. Estará lleno de personas mayores que no habrán tenido hijos. Y eso eliminará la primera red de seguridad cuando necesiten apoyo», señala Hernández Muñiz. El profesor cree que, llegado este punto, ni las medidas económicas ni una improbable mejora en los indicadores demográficos serán ya capaces de dar la vuelta al problema. El asunto, en su opinión, está ya en manos de lo que los especialistas en geriatría sean capaces de conseguir para garantizar la salud y la calidad de vida de todo el mundo a medida que envejece.

Pero la factura de los esfuerzos necesarios para mantener a una población con mayor edad media en un estado razonable de salud será cara. En Asturias, el Gobierno autonómico aún no ha hecho pública ninguna previsión de ese tipo, pero en Galicia, donde la pirámide de población y el envejecimiento son similares a los del Principado, la Xunta ha presentado este mismo mes un informe que calcula que, en el año 2030, la atención a las personas mayores de 80 años supondrá casi un tercio del gasto hospitalario total en la comunidad. Es la consecuencia del aumento en la esperanza de vida. En Asturias, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), los niños nacidos en el 2016 vivirán, en promedio, 79,2 años, mientras que las niñas pueden alcanzar los 85,4. Pero no solo se trata de un fenómeno que llevará tanto tiempo verificar. También en promedio, los hombres que cumplieron 65 años en el 2016, pueden contar con cumplir los 83, mientras que las mujeres llegarán a las 87.

El vértice de la pirámide engorda

De esa manera, el vértice de la pirámide de edades tiende a engordar de la misma manera que la base adelgaza. Desde 1985, el primer año registrado en el que se dieron en Asturias más defunciones que nacimientos, la brecha entre las dos cifras no ha dejado de crecer. El año pasado se superó un un nuevo hito: por primera vez los fallecimientos (13.198) fueron más del doble que los partos de bebés vivos (6.347). La comunidad suma así una racha de 32 años con un saldo vegetativo negativo a la que es difícil predecirle un final. Los mayores de 65 años son ya casi una cuarta parte de la población total ?exactamente el 24,4%: 254.575 sobre una población total de 1.042.608 habitantes? y los mayores de 80 (90.814) se aproximan al 9%. Es más, ya hay 470 personas que pasan de 100 años. Sigue siendo muy infrecuente, pero no insólito. Las consecuencias de todo eso son que Asturias, junto a Castilla y León y Galicia, tiene el mayor peso de los ancianos en el conjunto de la población y una de las mayores edades medias de España.

El fenómeno migratorio viene a redondear la agonía demográfica de Asturias. Con una tasa de fecundidad de un solo hijo por mujer, la más baja de Europa desde hace años, la región está lejos de los 2,1 necesarios solo para reponer las muertes y evitar el descenso de la población. Alrededor del cambio de siglo, la llegada de emigrantes jóvenes y en edad de tener descendencia maquilló el problema, pero el estallido de la crisis secó esa tendencia. Los jóvenes asturianos de ambos sexos, mientras tanto, nunca dejaron de marcharse, lo que constituye un problema demográfico, económico y social. Una vez sumados todos esos factores, las proyecciones para la Asturias de mediados del siglo XXI son demoledoras: estará menos poblada y mucho más envejecida. El INE, por ejemplo, estima que la simbólica barrera del millón de habitantes será un recuerdo no mucho después del 2020 y que para el 2031 la cohorte de población más numerosa será la de quienes entonces tengan entre 55 y 59 años. Y no son las cifras más pesimistas que se han publicado en los últimos años. Otros modelos estudiados por profesores de la Universidad de Oviedo arrojan una población de poco más de 700.000 habitantes a mediados de este siglo.

Cómo garantizar el acceso a las ayudas

Para el profesor Hernández Muñiz, la herramienta básica que tendrán los ciudadanos para demandar a las administraciones servicios adecuados para los mayores será la Ley de la Dependencia. «Por mucho que se diga que se aprobó en un mal momento, ya con la crisis encima, era de cajón que se necesitaba. Es similar a lo que fue la ley general de educación en los años 70, algo básico. Ha creado un marco necesario. Cómo lo pagaremos es otra cuestión», argumenta. En su opinión, garantizar el acceso a las ayudas, ya sean económicas o materiales, para todos los que las necesiten planteará en el futuro batallas políticas diarias. «Ya existen algunos servicios y lo que veremos es cómo se fijan las prioridades del gasto, cómo se aquilatan los presupuestos y se ajustan las plantillas para cubrir el máximo espacio posible», añade.

A pie de obra, Ana Rodríguez, la responsable del área de Igualdad de Comisiones Obreras de Asturias, que incluye la formulación de las políticas sociales defendidas por el sindicato, considera que la necesidad de algunos cambios se hace evidente ahora mismo. Como enfermera de la sanidad pública asturiana, Rodríguez asegura que la falta de más médicos y ATS es evidente y pide una reorganización de los recursos y de las políticas. «Tenemos unos hospitales pensados para la atención de enfermos agudos, es decir, para quienes llegan con una pierna rota o algo que les acaba de suceder. En cambios, necesitamos cada vez más plazas para enfermos crónicos o para atender a los convalecientes», expone. Las enfermedades cardíacas y pulmonares, que aumentan, con la edad son ejemplos de las dolencias que imponen ese giro en el modelo.

La dirigente de CCOO está de acuerdo en la importancia capital de la Ley de la Dependencia, pero señala los lastes que retrasan su aplicación y, en los peores casos, la convierten en papel mojado para algunos de quienes deberían sacarle partidos. «Es verdad que tenemos más usuarios con la prestación reconocida, pero nos queda dar otro paso muy importante: hacerla más ágil. Los beneficiarios aún tienen que esperar más de doce meses para acceder al dinero al que tienen derecho o a una plaza en las residencias del ERA. Sí, también es cierto que se están construyendo más residencias, pero vamos demasiado lentos», considera. Rodríguez defiende «una nueva visión global» para hacer frente a los desafíos de una sociedad envejecida: «Si duramos más años necesitaremos de todo: más y mejores medicamentos, plazas en las residencias de ancianos, una sanidad pública que responda».