Silvia vive en el piso de abajo de su pareja: «Nos vemos encantados todos los días, pero cada uno tiene su casa. Yo el telediario de las nueve lo veo sola»

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De viernes a domingo él baja a casa de Silvia y el domingo vuelve a la suya, al piso de arriba. El resto de la semana, la pareja no convive pero suelen darse una vuelta cada tarde «para estirar las piernas y charlar». El «living apart together» ha llegado para cambiar algunas cosas. Nos lo cuentan quienes lo viven

11 dic 2024 . Actualizado a las 09:20 h.

Silvia se casó «jovencita», con 20 años y tras 14 años de matrimonio decidió separarse. Pero le dio a su historia una segunda oportunidad. A los tres años de romper, volvió con el que fue casi tres décadas su marido. Estuvieron juntos «como otros 14 años más» tras la primera parte de su historia. Volvió a separarse y encontró el piso en el que «siempre había soñado con vivir». 

La primera vez que se separó, Silvia ya tenía a sus hijos. «Le dije a mi exmarido: ‘Ahora vas a disfrutar cosas de ellos que no habías disfrutado porque siempre estaba yo, y esto es cómodo pero no lo mejor», cuenta. Sus hijos ya eran adultos cuando llegó la segunda separación.

Tras esta ruptura definitiva, hace hoy siete años, Silvia conoció a su pareja actual, con la que no convive, pero se ve a diario. Él estaba separado y sus dos hijos vivían «prácticamente todo el rato» con él en otro barrio de la ciudad. Pero un piso quedó libre en el edificio de Silvia, «justo encima». Ella se lo comentó: «Le dije: ‘Encantada de que vengas. Yo te veo encantada todos los días, pero el telediario de las nueve lo veo sola’».

EL PASEO DE LA TARDE

Los fines de semana, enteros en una casa. De viernes a domingo él baja a casa de Silvia y el domingo vuelve a la suya, al piso de arriba. El resto de la semana, la pareja no convive. Se ven todos los días, se dan una vuelta por la tarde «para estirar las piernas y charlar» después de salir del trabajo. «Si se acomoda un poco en el sofá, ¡pa’rriba!», le dice Silvia, que no se entromete en la relación con sus hijos. «Yo si subo a su casa y veo el cuarto de su hijo desordenado, no tengo que meterme en eso. He educado a mis dos hijos y no quiero educar a más. Y la mejor manera de vivir en pareja me parece que es esta modalidad: cada uno con su independencia y su casa», señala.

La dificultad es que no convivir, el no compartir gastos y casa, es caro. «Su hija ya no vive con él y a lo mejor cuando se vaya su hijo, nos lo tenemos que replantear, porque ahora pagamos dos alquileres. Hay que tener mucho dinero para aguantar eso, y nosotros no lo tenemos, somos trabajadores normales y corrientes», dice.

El hecho de que vivan una abajo y otro arriba es una gran tranquilidad para Silvia: «Yo, si tengo alguna urgencia, necesidad o problema a quienes recurro en primer lugar es a él y a mis hijos. Y él conmigo igual».

El único pero para esta pareja es el económico. La convivencia añade a la relación variables que la alteran: horarios, preferencias a la hora de comer o ver la tele, por no hablar del orden y el reparto de las tareas domésticas.

«Si yo quiero ver una chorrada de serie y tú quieres fútbol y a mí me horroriza, de esta manera no hay discusión», comenta Silvia, a la que no le fue difícil negociar el modelo «juntos, pero no revueltos» que prefería llevar a cabo en pareja. «Él lo entendió perfectamente, quizá si él no hubiera tenido hijos sería distinto... Él, una vez que se vino, vio enseguida que esto funcionaba», valora Silvia.

En el edificio donde vive feliz sin convivencia esta pareja habitan en total ocho vecinos «amigos». Todos tienen las llaves de los demás. (Que nos den la llave de la felicidad vecinal a los demás...).

Ella tiene las llaves de la casa de él, y viceversa. Toda la confianza. Los dos podemos estar en las dos casas sin problema, sintiéndonos cómodos, pero siempre que convivimos es en mi casa, si dormimos juntos en mi casa», explica Silvia , que dice que a la extrañeza que causó en algunas personas su modelo de pareja dio pie a una buena acogida en su gente. «Todo el mundo lo tiene muy normalizado en nosotros», concluye esta novia y madre independiente que para Navidades no tiene claro aún quiénes se juntarán... Pero por esto no habrá pelea. «Si concidimos todos, muy bien. Si no, no pasa nada. No me gusta que las cosas se hagan por obligación», concluye Silvia, a la que le «horroriza» que las costumbres impongan leyes fijas en Nochebuena y Navidad. «Yo este año ya he dicho que la Nochevieja no la paso con nadie», dice quien sabe pasarlo bien «en cualquier momento del año». ¿Con su novio? Sí, y sin él también. En el 2022, él le hizo una fiesta de pedida. «Y le dije: 'pero con fecha concreta de boda no'». «Yo muchas veces bromeo y le digo: 'Soy tu prometida'». Haya boda o no, que les quiten la libertad de lo baila'o.

Carmen y John llevan cinco años como pareja.
Carmen y John llevan cinco años como pareja.

Carmen y John son una pareja feliz sin convivencia: «No quiero vida de casada. Soy la reina de mi casa y a él le escojo cada día»

Tras 29 años de matrimonio y un divorcio, esta española que ha construido un hogar propio en el Reino Unido es pareja LAT (living apart together), modelo al alza. «Para ser pareja, hay que pasar el ´filtro grueso´ desde el principio», advierte

 

Si Virginia Woolf decía que toda una mujer necesita un cuarto propio para vivir con cierta independencia, la mujer que es hoy feliz en una relación de pareja que no asfixie su tiempo parecer tener la casa entera para sí. Casa propia, e independencia emocional y económica tiene Carmen, que sabe que el amor y el matrimonio no siempre se parecen. Tras haber vivido 29 años casada, conviviendo como manda el artículo 68 del Código Civil que deben hacer los cónyuges en España, hoy cuenta cinco años de pareja feliz en casas separadas con John. También dispone el Código Civil que los cónyuges «deberán compartir las responsabilidades domésticas y el cuidado y atención de ascendientes y descendientes» y la realidad dista, en muchos casos, de ser así.

Carmen sabe, a sus 59, que la primera impresión no es siempre la correcta y que las películas nos camelan. «Desde que somos pequeños, nos meten en jaulas... Parece que si eres mujer, debes sufrir, tener hijos, dejar a un lado tu carrera por el amor, y si eres hombre, pues pobrecito también, porque lo que tienes que hacer a toda costa es proveer», piensa esta andaluza que ha encontrado un hogar en el Reino Unido.

De familia clásica, Carmen se casó como se casa mucha gente, «porque crees que te enamoras». Ella se casó con 20. «Qué iba a saber yo, yo quería libertad...», recuerda. Y dejó de depender de sus padres para ser esposa «y cambiar de manos», con la libertad solo en la cabeza, como un reino inalcanzable. Carmen siguió ansiando esa independencia cuando pasó a ser «mujer de».

Que hoy haya parejas que vivan en casas separadas está «aportando mucho a la sociedad, porque la única libertad que tenemos es poder escoger», dice quien ha entablado con John, escocés, el modelo de relación LAT (living apart together, ‘parejas estables que deciden vivir por separado´).

Las parejas que Carmen tuvo desde que se divorció, hace once años, fueron parejas que eran de su edad «o un poco mayores», y la experiencia la llevó a la misma conclusión: «Esa generación de hombres (y puedo hablar con propiedad porque he vivido en España, Portugal e Inglaterra), indistintamente del país que sea, tiene y quiere tener siempre el control».

Hollywood nos ha hecho «mucho daño» con su márketing del amor de las películas románticas, considera Carmen, «porque el enamoramiento por el que elegimos a alguien de jóvenes no es real, es una película. Una persona que está bien no se enamora, ama. Si lo que sientes son mariposas en el estómago... es que tienes ganas de ir al baño», desmonta.

¿Podrán en algún momento convivir en igualdad las parejas? «El amor se trabaja y se construye con el tiempo. Hasta que entendamos que no hay rol de hombre y de mujer, hasta que no nos veamos de ser humano a ser humano, la convivencia como iguales no será posible. Y eso a mi edad, con la gente de mi generación, no lo es», contesta.

La no convivencia de Carmen y John les da vida en el día a día. Porque, pese a no vivir bajo el mismo techo por costumbre (sí de vez en cuando), se ven a diario. «Él es una persona de 65 años hecha al rol de marido, de hombre proveedor. Desde el primer año juntos me dijo ‘Vamos a casarnos´. ‘Chico, tranquilo´, dije, ‘hay tiempo´». A disfrutarlo.

Sabiendo lo que es, o lo que fue para ella casi 30 años, Carmen no quiere una vida de casada: «Casarse es firmar un contrato de exclusividad y yo esa exclusividad se la voy a dar siempre. Soy una persona fiel, como me gusta que lo sean conmigo».

«Yo a John le escojo a diario porque es un hombre bueno, tierno, hipercariñoso», asegura su pareja.

Muchas veces lo que nos pasa es que no nos comunicamos «y peor todavía, no escuchamos», señala Carmen. «En el colegio nos enseñan las raíces cuadradas, que luego no usas nunca en la vida, pero nada de que el amor se construye cada día con fidelidad y coraje».

Si el «cada uno en su casa» hace que no les puedan el amodorre y la rutina, «hablar claro para hacer un filtro grueso desde el principio» fue la clave de la relación de John y Carmen. «Si para ti es fundamental que nos casemos y vivamos juntos, vamos a dejarlo y no invertir más tiempo porque nos vamos a hacer daño», le dijo ella a él, sin olvidar el tiempo que le costó «conquistar esta casa en Inglaterra, después de perder la alfombra debajo de los pies» tras el fin de su relación más larga.

A Inglaterra ella se mudó a vivir para estar cerca de sus hijos: «No me quería perder la vida de mis hijos, y no me arrepiento nada de haber venido. He hecho otra vida en los cinco años que llevo», cuenta quien hoy trabaja con personas con discapacidad y adora lo que hace, y siente su casa como un castillo en el que reina.

John entra con naturalidad en ese reino, con respeto y confianza. Él es granjero en una zona de pastos y bosques «preciosos». Tiene 200 vacas y ha de estar cada día pendiente de ellas. Si una muere, «es un drama». La pareja vive a una media hora de Bristol, en un pueblo al sur que es patrimonio nacional. Con sus botas y el Barbour que se compró, Carmen ayuda a John en su trabajo, se va a darle biberones a las vacas sin pizca de pereza. «Las relaciones son para esto, para ir creciendo con ellas», dice. En el caso de Carmen, desde la protección de su autonomía. «Para estar bien en pareja tienes que ser una persona autónoma, no solo en lo económico, que también, sino en lo emocional, porque nadie te puede dar lo que tú no tengas. Y en tercer lugar, en lo sexual, pues a las mujeres nos meten en la cabeza que es el hombre el que nos da el placer, ¡y te lo crees!», desecha.

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El «parvulitos» del amor

A las parejas suele faltarles de entrada, dice por su experiencia, pasar el que ella llama «filtro grueso»: ¿quieres tener hijos?, ¿qué economía quieres tener?, ¿qué proyecto de vida te planteas? «Si haces ese check, ese filtro, enseguida puedes ver que un señor igual para salir un rato, e ir al cine y a la cama bien, pero para un proyecto de vida no», diferencia.

Carmen admite que nunca ha conocido a un hombre que, como dice su sobrina Lucía, «tenga el parvulitos aprobado emocionalmente». Si esto cambia, es «probable que la convivencia sea más fácil» y menos desigual para las partes de la pareja. «Si cambiamos la sociedad, sí podremos vivir juntos, porque el ser humano es cariñoso y quiere compartir, pero tiene que aprender», considera Carmen. «Mientras la situación siga como está, lo que les pasa a muchas mujeres es que se ven, cuando se casan, con la casa a tope, cómo se acumula todo, y hoy en día todo está tan caro que no puedes ni tener ayuda», apunta.

Son esa inercias las que provocan que muchas veces cumplamos años juntos pero «como unos desconocidos», lamenta Carmen, que escapa del «show de Truman» y sus mentiras.

Ella y John viven solo a diez minutos en coche: «Yo al llegar no tenía coche, porque me daba miedo conducir en Inglaterra, pero él me regaló uno para que fuera a verle, porque siempre era él quien venía a verme a mí. Me pareció bien». John también le dio a Carmen las llaves de su casa, del mismo modo que ella a él, y no se cierran la puerta el uno al otro.

«A mi edad, veo que las casas separadas, si puedes permitírtelo, son buena opción. Cuando mis hijos vienen aquí, tienen su casa, mi casa. Yo quiero seguir ofreciendo a mis hijos un hogar»

La boda sigue sobrevolando a esta pareja de «parejos», como prefieren llamarse. «Sé que John no va a desistir de la boda, pero me respeta y ve que así funciona bien. Yo no es que quiera, es que necesito estar en mi casa, tener mis espacios, porque hay días en que no estoy para nadie», explica Carmen, que prioriza a sus hijos en su forma de relación de pareja.

«A mi edad, veo que las casas separadas, si puedes permitírtelo, son buena opción. Cuando mis hijos vienen aquí, tienen su casa, mi casa. Yo quiero seguir ofreciendo a mis hijos un hogar, el hogar que yo aún encuentro en Sevilla cuando voy a casa de mis padres, que tienen más de 80 años. Mis hijos lo tuvieron 29 años, mientras su padre y yo estuvimos juntos, y no quiero que se pierda».

"Me divorcié tras 29 años de matrimonio. John quería boda, pero necesito mis espacios y vemos que funciona muy bien”

¿La relación entre los hijos y la pareja es buena? «¡Mi hija adora a John! Mi hijo lo ha tratado menos. Es bonito ver cómo ella le dice ‘I love you´, y cómo él se preocupa por preparar cosas y planes cuando viene ella. Pero mis hijos, cuando vienen, quieren estar solo conmigo», compensa.

John también tiene dos hijas mayores. Dos metros de altura de hombre que trabaja a diario su amor con Carmen, sin invadir territorio, siente ella, aunque Carmen le haga alguna vez la cena. «Yo soy cocinillas, no me cuesta nada», dice.

A diario, estos «parejos» se ven y se eligen, subrayan. «Hay tantos divorcios porque no hacemos el filtro al principio. La primera pregunta es ‘¿Qué es para ti el amor?´, es la primera», recalca Carmen, que habla el mismo idioma que John en el amor, que suena a cuidado y self confidence.

Elena y Luis en un viaje en el 2014, cinco años antes de su boda.
Elena y Luis en un viaje en el 2014, cinco años antes de su boda.

Elena y Luis: «Estamos casados, pero no vivimos juntos. En 10 años discutimos una vez»

A un año de los 50, Elena lleva con Luis, diez años mayor que ella, una década de relación sin convivencia. Los dos dejaron atrás una separación, tienen hijos de otras relaciones y han salido adelante como pareja con la independencia de tener cada uno su casa, como Carmen y John, como Silvia y su pareja.

Esta historia es «un regalo de Reyes». Luis y Elena se conocieron el 6 de enero del 2014. Los presentó un amigo de la hermana de ella y hubo feeling. La hermana perdió de vista aquella amistad, pero Elena se quedó a conocer al chico y la cosa funcionó. Esta artista amante de la fotografía tenía 33 años cuando se separó de su primer marido y conoció a Luis a los 38. «Estuve 17 años con mi primer novio y desde que me divorcié estaba en territorio desconocido», cuenta. Vivió una infidelidad por parte de su hoy exmarido, pero nunca, asegura, desde el victimismo. «No soy tampoco happy flower, pero yo las cosas que me pasan quiero cogerlas siempre por el lado positivo. Mi exmarido es argentino, he vivido en Portugal, he pasado por muchos sitios y sé que si me hubiera casado con un sevillanito de al lado de mi casa estaría hoy planchando trajes de flamenca y túnicas de nazareno», piensa.

Cuando conoció a Luis, Elena vivía en Portugal y sus hijos tenían 10 y 8 años. «Nunca había salido con un español y menos con un sevillano», comenta quien huyó en sus elecciones afectivas de lo próximo y familiar, aunque fuese de un modo «inconsciente».

Si otros temen la soledad y la distancia, lo que teme es perder su autonomía y calidad de vida aquel que forma una pareja LAT. La sigla corresponde a «living apart together», que define uno de los modelos de relación de pareja alternativa a la convencional: juntos bajo el mismo techo. El «para toda la vida» va perdiendo fuerza con el aumento progresivo de los divorcios, que se incrementaron un 15 % en España este año respecto al anterior. Si la convivencia y los conflictos que ocasiona son uno de los principales motivos de ruptura, estos suelen reducirse al máximo si no hay cohabitación.

No todo fue rodado. Elena dice que hace diez años, cuando conoció a Luis, era otra persona. «Yo era otra que quería tener pareja. Lo vi muy guapo, muy atractivo, un tío fantástico, y dije: ‘Para mí´. La jugada me salió bien, pero me podía haber salido fatal. Hace unos días, sus hijos me preguntaron: ‘¿A ti qué te gustó de papá?´, y se me puso complicado, porque lo que yo quería era tener una pareja», revela ella expresando un deseo aún bastante común pero que muchos no reconocen.

Luis y Elena se divorciaron más o menos a la vez, la hija de él y la de ella nacieron el mismo año, y los hijos están un poco más distanciados, pero «es un grupo más o menos de la misma edad». Ella llegó a la relación con deseo de agradar y la autoestima un poco baja. «Creo que cuando nos conocimos nos gustamos mucho, pero en esa época teníamos los dos un prototipo gustable. Físicamente encajábamos bien, los dos divorciados y con los niños de la misma edad», cuenta.

Desde el principio, pusieron sobre la mesa cuestiones como los hijos: ninguno de los dos quería tener más y ese fue un punto importante de coincidencia. «Creo que lo decía santa Teresa, en lo más importante hay que estar de acuerdo, en lo demás, florituras. Es en lo importante donde surgen las asperezas», piensa Elena, que recuerda que en los primeros momentos bromeaban con convivir cuando veían alguna casa bonita. Para Elena, ni siquiera era broma: «Yo no sabía que él tenía claro que no quería que viviéramos juntos».

"Te sientes juzgada, hay quien te dice: ‘Si no vives con él, no lo querrás...´. Se quiere más”

DEL RECELO A LA CONFIANZA

A ella no le hubiera importado convivir, al contrario; pensaba, siguiendo el modelo familiar, los condicionantes sociales y lo que hasta entonces había sido su vida, «que lo normal al ser pareja era irse a la misma casa». A los seis meses de relación, un día se sentaron a hablarlo y ella vio que él tenía clara esta opción de no convivir. Ella se lo tomó mal de partida, pensó: «Si no quiere vivir conmigo, es que no le gusto, solo quiere pasar el rato conmigo». Pero se dio la oportunidad de aparcar esa idea y cambiar de opinión. Dije: «¿Y si lo probamos, por qué no? Venga, vamos a soltar, vamos a cambiar creencias y a dar confianza. Tú tienes que estar fuerte y con la autoestima alta para aceptarlo».

Elena se tiró a la piscina, como suele hacer en la vida. «Luis, de la misma manera que me dijo que no quería vivir conmigo, me demostró una seguridad en nuestra relación muy grande. Me dijo: ‘Quiero estar contigo siempre, pero no de esta manera», recuerda.

La relación era «maravillosa», pero Luis, cuando sus hijos estaban con él, quería estar solo con ellos, y una cosa no quita otra. «Y hoy, que sus hijos son mayores, ese fin de semana que está con ellos es lo que más atesora», percibe Elena, que advierte que el tiempo con los hijos se termina «muy pronto», y es grande lo que dejan. Ella aún vive «24/7» con los suyos, que tienen a su padre en Portugal. «Claro, no es la misma situación tener a los hijos siempre que solo de 15 en 15 días», piensa.

Después de diez años, Elena no cambia lo que tiene con Luis «por nada». «Tenemos una casita en el campo. Él tiene su casa, yo la mía a 15 minutos andando y los dos una pequeñita en un pueblo a las afueras de Sevilla. De 15 en 15 días, cuando Luis no está con sus hijos, nos vamos para allá el fin de semana. Esta pauta es siempre la misma». Como convivir los martes y los jueves.

A ella haber criado sola a sus hijos le hace sentir una «satisfacción enorme». «Yo me hubiera adaptado a la convivencia seguro, con alguna úlcera por ese deseo de agradar a toda costa, pero esto funciona. En diez años hemos discutido una vez. No discutimos porque no tenemos de qué discutir», asegura. No se discute por la limpieza del baño o por dónde deja las zapatillas una hija.

A Elena le hace falta su tiempo sola, un lujo necesario que apenas se valora. «Yo sola no estoy nunca. Luis sí. Yo, si no estoy con mis hijos, estoy con él», explica y señala que «aunque este tipo de relación pueda parecer más superficial, menos profunda, no lo es».

«Yo sé que él está para mí, y yo para él» si hay una urgencia o un problema. «No es que por no convivir nos queramos menos. A veces tengo que dar explicaciones a la gente o me siento juzgada, y a él le suelen decir: ‘Tú también te lo pasarás bien por ahí...´. Pensarán que esto es una relación abierta. No, no, es una relación monógama», aclara esta novia que pasó por el altar.

Se quieren y se han jurado fidelidad, pero cada uno tiene su vivienda en propiedad. «Si estuviéramos más tiesos y viviésemos de alquiler, quizá hubiéramos transigido —piensa Elena—. Hay parejas que conviven, por dificultades económicas, bajo el mismo techo en cuartos separados».

El amor tiene que ver con la libertad, advierte Elena. «Pero muchas veces esa libertad es malinterpretada por la gente. Te dicen: ‘Si no vives con él, no lo querrás tanto´. Se quiere más. Se quiere más dentro de esa confianza y esa libertad. Yo no lo cambiaría por nada. Conviviendo, no habríamos llegado hasta aquí como pareja», asegura quien no descarta que en un futuro cambie la cosa.

Esta Navidad, «seguramente», estarán todos juntos, concluye Elena, que se casó con Luis en verano del 2019. «La gente nos decía: ‘¿Y ahora ya os iréis a vivir juntos?´. ¡No, no, no!, nos casamos porque nos queremos ¡y porque queríamos boda!». Triunfó la fiesta.

Y fueron felices sin convivencia.