Víctor Elías, el infierno de su vida más allá de «Los Serrano»: «De mis padres heredé la adicción al trabajo, al alcohol y a las drogas... pero también el amor por lo que hago»

Noelia Silvosa
NOELIA SILVOSA REDACCIÓN / LA VOZ

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Javier Ocaña

El músico y actor, que asegura que todo el equipo de la serie estaría «encantado» de grabar una secuela, acaba de publicar un libro en el que se abre en canal

27 nov 2024 . Actualizado a las 17:14 h.

Víctor Elías (Madrid, 1991) es prácticamente lo que parece. Y eso tiene mérito tras una existencia repleta de éxitos, pero también de episodios de puro calvario. Los relata en Yo sostenido. Historia de un juguete casi roto (Planeta), el libro en el que se abre en canal. Se culpabilizó por el divorcio de sus padres, ambos artistas y adictos. Vivió con su madre, a la que acabó denunciando por su desatención y sus episodios de alcoholismo, y a la que buscaba de bar en bar muchas veces tras todo un día de rodaje en Los Serrano. Tras su paso por un internado, acabó siendo adoptado por unos tíos que, por primera vez, le hicieron sentir que tenía un hogar. También lo sintió en la serie, donde encontró una familia tanto delante como detrás de la pantalla, y ahora con la cantante Ana Guerra, con la que se acaba de casar. Fue un niño prodigio al que le dijeron muchas veces que no —de hecho, pudo haber sido el Carlitos de Cuéntame—. El que más le dañó fue el de su propio padre cuando se opuso a que, de niño, desarrollara su gran pasión: la música, de la que hoy vive sobre los escenarios. Recuperó su faceta de actor con la función teatral en la que, con su «hermano» Fran Perea, relata su historia de vida. Asegura que perdonó y entendió a sus padres. Y no esconde que es un adicto y que lo será siempre, por mucho tiempo que lleve limpio: «Un adicto no se cura nunca».

—Que alguien tan conocido como tú se desnude de esta forma no es habitual. Descubrir lo que te ocurría mientras veíamos «Los Serrano» es para quedarse de piedra.

—La idea del testimonio sobre todo es esa, casi es más la de normalizar que la de enseñar. Tampoco hay una parte de autoayuda, sino que se trata de contar un testimonio más, ya que tengo la suerte de poder hacerlo por la posición en la que me encuentro. La idea también era mostrar ese lado de la moneda y de la vida, que todos, absolutamente todos, recibimos una de cal y una de arena. Y ojalá que nos ayude, y a mí el primero, a no hacer ese juicio rápido en cuanto vemos a alguien en un coche bueno, de pensar: «Joder, mira qué suerte tiene, qué coche más bueno». Es que no sabemos todo lo que hay detrás.

—Esta es la historia de un juguete casi roto. ¿Conoces el arte kintsugi? Lo reparado vale más que antes de romperse.

—Sí, lo conozco. Y con mi historia yo quise contar que a todos nos pasan cosas y que hay que pedir ayuda, hay que hablarlo, hay que contarlo. Y, dentro de la medida de lo posible, normalizarlo, para quitarle relevancia al problema.

—Recibiste muchos noes, tanto en el terreno profesional como en el personal, siendo muy pequeño. De hecho, dices que con nueve años ya eras viejoven. ¿Cuál de esos nos te dolió más?

—El que me ha podido doler más y marcar durante años fue el no de mi padre [el arpista Liberto Villagrasa] a la música, pero que luego terminó siendo un sí. Y después entendí que no era un no negativo. Esto creo que también es algo importante a tener en cuenta, que a veces los noes, sobre todo los que recibimos de los padres, que son los que a todo el mundo nos quedan como marcados, no son noes porque sí, a veces intentan protegernos de algo. Yo he entendido con los años que lo único que estaba intentando mi padre era protegerme de una vida más complicada, por así decirlo, de la que ya llevaba en esa época como actor. Y además, luego su no se terminó convirtiendo en un sí infinito. También la constancia y el esfuerzo hacen que realmente te quieras dedicar a algo. O sea, que incluso los noes que recibimos a veces también son como para demostrarnos si realmente estamos seguros de que queremos hacer eso.

—Tu padre músico, tu madre actriz [Amelia Álvarez del Valle] y tú las dos cosas. ¿La mezcla perfecta?

—No sé si perfecta, pero yo siempre digo que o amaba las dos profesiones u odiaba las dos, y he terminado amando las dos. Entonces, bueno… pues sigo siendo muy intenso todo el rato.

—Eso son gajes del oficio. Pero además de esas herencias, tú hablas de otras herencias mucho más duras: la adicción al trabajo, al alcohol y a las drogas.

—Sí. La adicción es una enfermedad mental que a veces no se trata como tal. Por suerte, parece que ya se está normalizando. Y en el proceso te das cuenta de que hay una parte muchas veces heredada de personalidad, del deseo de agradar todo el rato a los demás, de los miedos a los noes, de la autoestima... En el libro digo que de mis padres heredé el amor por lo que hago... pero también heredé la adicción al trabajo, y también al alcohol y las drogas. Cuando eres adicto, se trata de demostrar que eres el que más sale, el que más bebe, el que más se droga, el que más mierda se mete. Que bueno, que va siendo un poco lo que va infundado esto. Es una cosa que va mucho más allá de la parte lúdica de la adicción, pero me reitero en que esto es una cosa que ya, por suerte, se va normalizando un poco más.

—Equiparas las tres adicciones al mismo nivel.

—Sí, es verdad que yo personalmente meto en el mismo saco el trabajo, la comida, el sexo, el deporte... O sea, creo que son adicciones supernormalizadas, que lo único que están haciendo es sacarnos de nosotros mismos todo el rato.

—Hay un momento en que dices que uno, cuando tiene una adicción al alcohol o a las drogas, en ese instante en el que bebe o en el que consume, es cuando realmente se permite ser uno mismo. ¿El resto del tiempo estabas como respondiendo un poco a las expectativas o a lo que se supone que tenías que ser?

—Justo. Cuando te desinhibes, bebes o tomas drogas, es cuando te permites ser tú. Mucha gente dice: «Ojo, que esto saca la parte más oscura de cada persona». Bueno, efectivamente. Saca la parte más oscura, pero es la que no nos atrevemos a sacar el resto del tiempo.

—¿Esas adicciones también influyeron en tus relaciones de pareja? Dices en el libro que cuando te enamoras siendo adicto, y llega ese día siguiente, después de haber bebido o consumido, y pides perdón, idolatras a esa persona que está contigo… pero que ya ni siquiera sabes si la amas de verdad o si estás en deuda con ella por salvarte y recogerte.

—Yo creo que hay un problema ahí. Otra gran adicción muy gorda es la codependencia. Y esta sí que existe cada vez más a menudo, ¿no? En muchas parejas, en padres, hijos, hermanos… Esa codependencia hace que te parezca que tu vida no sigue adelante si no tienes a esa persona al lado.

—Ese querer agradar, esa sensibilidad tuya, primero te hizo a ti víctima de «bullying», pero después hizo que tú también lo ejercieras, que reprodujeras ese patrón. De hecho, Guille era un personaje también muy sensible que se escudaba muchas veces en el chiste y en la burla como coraza. ¿Os parecíais?

—Hay un punto ahí en el que nos parecíamos bastante. A ver, al final... creo que una cosa muy buena que tenía Los Serrano era que al final los problemas que se contaban eran problemas con los que te podías sentir identificado en cualquier momento de tu vida. En este caso, el personaje de Guille tenía un poco como la parte esta rebelde, que yo creo que todos los chavales nos hemos sentido como él en muchos casos. Quizás eso, un poco el ser rebelde y el intentar ser el gracioso, sea más un escudo que una forma de ser.

—¿Y tú en qué te escudabas cuando acababa el rodaje? Volvías a casa y te enfrentabas a tu realidad. Hay días en los que llegabas y tenías que buscar a tu madre, alcohólica, por los bares...

—No me escudaba. Lo vivía, lo vivía entero. La parte en la que me escudaba, por así decirlo, que me ayudaba a vivirlo de una mejor manera, era el propio personaje de la serie. El resto lo asumía y lo afrontaba. Sí que me he escudado años después.

—¿Te escudabas en la serie?

—Sí, sí, Los Serrano fue 100 % mi refugio, claro.

—Antes te preguntaba por los noes que habían dolido, pero supongo que lo que más te dolió en la vida ha sido un sí, el que le diste al policía que te preguntó si querías denunciar a tu madre.

—Pues sí, la verdad. En la vida hay decisiones que cuesta hacer y otras que cuesta decir. Y de verdad que esa fue una de esas decisiones que me costó hacer y que me cuesta decir todavía a fecha de hoy, ¿eh? Claro. Es una cosa que todavía no sale de mi boca tan fácilmente.

 —¿Eres rencoroso?

—No, no, pero nada, no... No, pero no olvido.

— Pero eso es un sí.

—¡Ja, ja, ja! ¡No, no! No lo soy.

—¿Con tus padres tampoco?

—No, los entendí y los perdoné.

—Estuviste con Natalia Sánchez [Teté en «Los Serrano»] desde los 14 a los 20 años... eso es mucho tiempo para ser tan jóvenes. Lo compartís todo y os definís como hermanos de vida, pero para eso no puede quedar ni un resquicio de amor romántico. ¿No lo hay?

—Yo creo que el amor se transforma. O sea, que al final decides que esa es tu vida el resto de tus años, por así decirlo, y lo que haces es transformarlo y convertirlo en otra cosa. A mí es que me resulta muy raro cuando existe un amor, no volver a hablarte con esa persona nunca. Porque entonces quizás lo que había era más pasión que amor, ¿no?

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—O miedo a que te desborde. Pero ahora sí que has encontrado, como dices tú, el amor auténtico. De hecho, le dedicas un capítulo a Ana Guerra. ¿Qué es ella para ti?

— Tuve la oportunidad de conocer al amor de mi vida. Porque es así, yo creo que por suerte llegó en el momento en el que tiene que llegar, en el momento en el que yo ya estoy en recuperación, en el que ya me conozco, en el que compartimos profesión y por tanto miedos y admiraciones… Y llegó cuando te das cuenta de que es el amor de tu vida, porque todo es fácil, todo va bien, todas las decisiones que se toman son sencillas... De repente te das cuenta de que es tu pareja, tu amiga y tu confidente. Es que es un punto que dices: «Ostras, es que yo le quiero contar todo, todo el rato, a ella, que es un poco lo que ocurre con una amistad. Y a la vez quiero sentir su cariño, y muchas cosas.

—Pues con la boda ya llegasteis al fueron felices y comieron perdices... ¿Y ahora, qué?

—El problema es que como en los libros desde que somos pequeños nos han enseñado que se acaba aquí la vida... Vamos a vivir esta época tan bonita que nos viene de seguir conociéndonos, y de autoconocimiento también. De crecer los dos juntos.

—La pregunta del millón. ¿No va a haber en ningún momento, de verdad, ni un último capítulo, una película, una secuela… algo de «Los Serrano» nunca más?

—Pues esa pregunta me encanta que nos la hagáis, pero no a nosotros. Eso se lo tenéis que preguntar a Telecinco, que son los que tienen los derechos. Por nosotros encantados, yo creo que los siete estaríamos encantados de volver a hacer algo. Pero bueno, a veces también se complica un poco la vida y la burocracia, y por lo que sea, hace que las cosas sean un poco más difíciles. También es una serie que sería muy compleja de poder retomar, por cómo terminó y por lo que significó.

—O no. Si todo fue un sueño, pudo pasar cualquier cosa después...

—Efectivamente, podríamos retomarlo donde estamos, ¿no? Pero bueno, yo creo que lo que es importante es el cariño que nos tenemos y las ganas que tendríamos los siete de volver a hacerlo. Y también los directores, el equipo... todo el mundo. Cuando lo hablamos, sabemos que eso está ahí, claramente. Y oye, ojalá algún día ocurra, pero de momento no, o al menos yo no sé nada.

—Sois también una familia en la vida real. Cuentas que después de que muriese tu padre, te invitan a comer Daniel Écija y Antonio Resines, y te dicen que mientras vivan no te va a faltar un techo ni un plato de comida.

—Eso te lo dice únicamente la familia, y lo cumplen, cada uno en su medida y en su grado. Cumplen el estar ahí y el seguir apoyándote y sosteniéndote.

—¿Todavía crees necesario aclarar que no te ficharon en «Los Serrano» ni triunfaste gracias a la reina Letizia [es su prima segunda]?

—Es que te lo preguntan tanto que se olvidan de tu persona, y ahí es donde está un poco el fondo. Sí, somos familiares, pero no ha incidido en nada en mi vida. Siempre hay que aclararlo, por si acaso.

—¿Qué se tiene cuando se tiene todo? Tú lo tuviste y caíste en la adicción a los 20 años.

—Lo tienes todo y no tienes nada. Y tienes que saber que ese momento de fama y de vorágine dura lo que dura. Cuando eres consciente de eso, entonces creo que también eres capaz de disfrutarlo de otra forma. Que yo fui muy consciente toda la vida, por suerte, así me lo inculcaron mis padres. Y luego también cuando dejas de tenerlo, que es cuando te das cuenta de lo que tenías. Lo importante es disfrutar cada momento, vivirlo y saber que nada en esta vida, por desgracia, es para toda la vida.

—Eres más o menos lo que pareces. Eso es raro, ¿eh?

—Es que el que lea el libro ya me conoce más que yo a mí mismo. Es verdad que en ese sentido hay una parte de sinceridad, de mostrar lo que soy y llevo por bandera.