Estar ocupado para no pensar en los muertos

Carlos Peralta
Carlos Peralta LA VOZ EN VALENCIA

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La mayor parte de las 84 familias que recuperaron los cuerpos de sus allegados prefieren incinerar

08 nov 2024 . Actualizado a las 18:51 h.

La dana destrozó miles y miles de proyectos de vida. Pero nada duele tanto en Valencia como las vidas perdidas. La madre de Lucas, nombre ficticio, es una de las más de 60 personas que perdieron la vida en Paiporta, según la última actualización de las fuentes oficiales. Este jueves la tragedia se cebó con Chiva, después de que localizaran el cuerpo sin vida de un niño de 5 años. El total de muertos por los efectos de la dana, según el Centro de Integración de Datos (CID), es de 219, siete más que el miércoles. La mayoría (211) son de la provincia de Valencia. Ya se han practicado 200 autopsias en la morgue instalada en la Feria de Valencia. Permanecen desaparecidas 78 personas, según la misma fuente, 15 menos que el día anterior.

Lucas cree que quedan muchísimas víctimas mortales por contabilizar. Este viernes acudirá junto a su familia a recoger los restos de su madre. «Nos dan hora y fecha. Hace cuatro días nos llamaron, le dieron un número de expediente a mi hermana. Están agilizando los trámites, eso es verdad, pero somos un número», afirma. Hasta el jueves, según explica Efe basándose en la Asociación Nacional de Servicios Funerarios, al menos 84 familias han recibido ya los restos de sus seres queridos. Los de la madre de Lucas los cuidará su hermano en Alacuás. Decidieron incinerarla, la opción mayoritaria de las familias que perdieron a sus allegados por la dana, pero él no tiene opciones de quedarse con sus restos. Su casa quedó anegada y tiene una hilera de escombros en la calzada que espera que hoy mismo sea ya historia. «En mi casa tenemos todavía toda la mierda en la calle», sentencia.

Cuando su madre perdió la vida, estaba en Portugal. «Es la tercera vez que me pasa. Me pasó con mi padre, con mi hermano y ahora con mi madre», se lamenta. Lucas es camionero. «Internacional», añade, con más de un millón de kilómetros a sus espaldas. «En Lisboa llamé a mi madre a las nueve y media, y me dijo que estaba entrando agua. Le dije: “Súbete para arriba, mama”», relató. Poco más de media hora después, no logró contactar con ella. «Pensé que se había quedado sin batería. Ahí ya estaba muerta», recuerda emocionado.

Las intensas lluvias desencadenaron un colapso de los suministros en Paiporta. Los vecinos se quedaron sin agua, sin electricidad y sin cobertura. Un contratiempo que hizo que se enterara tarde del fallecimiento de su madre. Los especialistas retiraron su cuerpo a primera hora del miércoles. Él se enteró por la tarde, cuando, por fin, su hermana consiguió cobertura. A su hermano, que también es camionero, le sucedió lo mismo.

El relato de Lucas es, desgraciadamente, similar al de otros de sus paisanos. El agua entró en un primer momento de forma paulatina, hasta que llegó una riada con un caudal enorme que desbordó sobradamente el barranco. El agua llegó a los dos metros de altura en algunas zonas del municipio. A muchos los pilló totalmente por sorpresa porque no estaban prevenidos. Las consecuencias de la dana dejan un registro desolador. Una de las catástrofes naturales más mortíferas del siglo.

El tono de la consejera de Turismo de la Generalitat, Nuria Montes, al recordarles a las familias que no podían ver los cadáveres de sus allegados hasta que lo decrete un juzgado fueron muy criticadas. La política ya se disculpó. Al camionero paiportino nunca le preocupó este asunto; prefería quedarse con un mejor recuerdo, como cuando cenó con ella por última vez, el sábado 26. Su principal cometido ahora es ayudar a su pueblo, pero pocas cosas son más prioritarias para él que adecentar la calle y la propia casa de su madre. Sucede lo mismo que en la suya, los escombros ocupan toda la calzada. «Tengo que ir a limpiar la casa de mi madre. Todavía no han podido entrar las máquinas, por todos los escombros que ves ahí», dice, mientras muestra con el móvil una imagen con una montaña de desechos: «Están en la acera, y así hay muchísimas calles todavía». Sabe, eso sí, que para limpiar las calles hay que ir de fuera para adentro y su casa está en pleno centro de este pueblo de la Huerta Sur, entre vías estrechas que, unidas al montón de escombros y coches destrozados, dificultan el acceso a la maquinaria necesaria. «Es lo lógico», admite.

Antes Paiporta que el trabajo

Lucas no piensa en volver a trabajar. «Me ampara la ley», dice. Pero añade resignado: «Hay mucha gente que o no lo sabe o tiene miedo a quedarse sin trabajo». Para él no hay discusión. Y no es porque sea legal o ético. Volver ni siquiera sería responsable. «Yo llevo un camión de 40 toneladas, pero mi mente no va a estar haciendo la faena. Mi mente va a estar en Paiporta», añade.

Lucas tiene una receta para sobrellevar que su pueblo tenga un aspecto apocalíptico y la pérdida de una persona tan importante en su vida: «Yo no paro. Salgo de mi casa y no vuelvo hasta la noche. Tengo que estar aquí y allá». Ayer ayudó a un hombre que cargaba con cuatro cajas de comida ya preparada a cruzar el pueblo. Estaba desesperado hasta que se topó con él. Además, se pasó por el colegio Lluís Vives, convertido provisionalmente en todo un centro logístico. En las aulas se reparte la comida, la planta de arriba es un hospital de campaña y, desde esta semana, otra sala funciona como peluquería, así que aprovechó para cortarse el pelo.

Un amigo de Lucas, inmerso todo el día en la gestión de las ayudas que llegan a su pueblo, coincide con él: «Tenemos la cabeza ocupada, pero en el momento que no la tengamos imagínate el bajón que nos va a pegar».