En su día creó un medio para jóvenes usando las redes sociales de las que renegaba y en las que nunca tuvo perfil. Toda su experiencia, dentro y fuera de PlayGround, se refleja en su nueva obra, donde pone patas arriba lo que conocemos como «futuro»
09 ene 2024 . Actualizado a las 09:09 h.Dice que siempre sospechó de las redes sociales y, sin embargo, fue pionero en la comunicación a través de internet cuando fundó PlayGround, medio que dirigió hasta el 2022. Isaac Marcet (Barcelona, 1981) es también creador del pódcast Generación Futuro y autor de La historia del futuro, en donde cuestiona todo lo que creemos saber acerca del paso del tiempo. Pero, sobre todo, es un hombre al que no le da miedo significarse en sus respuestas.
— En PlayGround creaste un medio diseñado para redes sociales, pero tú no tienes perfil en ninguna, ¿no es un poco contradictorio?
—Nunca tuve cuenta en ninguna y jamás he publicado nada en redes sociales, fíjate que ironía. Siempre sospeché de ellas, porque vi que cuando yo intenté publicar algo me sentí mal conmigo mismo, casi como un intruso, sentí la vanidad, tuve una sensación de estar intentando demostrar algo que no me gustó. Pero, a la vez, veía que la única forma de crear un medio de comunicación para gente joven era hacerlo a través de las redes sociales, precisamente usando los canales de los que yo recelaba. Lo vi como el caballo de Troya, hay que usar al «enemigo» para compensar lo malo que tiene. Pero esa idea no me funcionó.
—¿Cómo fue la lucha por intentar la supervivencia de PlayGround?
—Lo pasamos muy mal ante el estrés y el estado de pánico al que te somete la nueva economía informativa, que implica la rapidez máxima, la vulgarización y la ultracompetencia por todas partes. Eso conlleva despidos continuos, no porque no seas bueno, sino porque no hay dinero y eso provoca un estado de miedo en el que no puede fructificar la democracia. Es una pesadilla.
—Como pionero en la comunicación en internet, ¿qué opinas de las nuevas profesiones que han surgido a través de las redes sociales, como es el caso de los influencers?
—Lo veo con cierta pena. Desde el punto de vista de la calidad de la información es una tragedia, una desgracia, no se puede decir de otra manera. Tiene que haber un rigor y un control editorial. Nosotros en su momento intentamos desarrollar algo antinatural para internet, que fue crear una redacción, con un trabajo en equipo que garantizase un rigor y una ética en la información. Se pueden cometer grandes temeridades con respecto a la información y, por ende, a la democracia. Pero internet empezó a premiar a los influencers en distribución y en modelo de negocio.
—¿No hay ningún influencer que haga un buen trabajo?
—Claro que sí. Hay gente que, en solitario, hace un trabajo de altísima calidad, incluso mejor que cualquier redacción, pero son anomalías. Y esto también fomenta un mercado individualista. Los influencers son el ejemplo más monstruoso del individualismo que nace con el futuro y el capitalismo. Todos luchamos contra todos, no hay solidaridad, amistad ni equipo, solo hay voces solitarias que defienden sus propios intereses sin ningún tipo de control.
—¿Cómo crees que evolucionará la inteligencia artificial en los próximos años y cómo nos afectará como individuos y como sociedad?
—Mary Shelley, en Frankenstein, plantea que la tecnología no va a salvarnos, sino que va a condenarnos, ya que llega un momento en el que si es suficientemente fuerte va a desafiar a su creador. Lo que nos está diciendo es que con más tecnología no vas a poder arreglar los problemas que generó la tecnología anterior. Estamos en un laberinto, es como una cárcel. Hay que parar, lo que hay que hacer es desconectarla, es un poder demasiado fuerte para el ser humano. Es como la bomba atómica, Oppenheimer tuvo que crearla para darse cuenta de que aquello era una monstruosidad, algo digno de los dioses, no de los humanos.
—¿Ese es el paradigma que analizas en La historia del futuro?
—En realidad, la historia del tiempo me ha fascinado desde pequeño y llevo décadas investigando sobre el asunto. El libro busca desmentir la idea que en su día quise creer, de que a través de la tecnología, el progreso y lo que conocemos como futuro podíamos crear un mundo mejor. Me di cuenta de que no es así y de que en el fondo se trata de una trampa.
—¿Por qué dices que tú mismo quisiste creer en ello?
—Cuando creé PlayGround, en el 2008, creía que había que construir un futuro y que la idea del progreso podría brindarnos un mejor tiempo. Pero me fui dando cuenta de que pasaba todo lo contrario. Si nuestro sueño inicial era coger internet para hacer llegar a la gente más joven un tipo de información muy trabajada, me di cuenta de que era muy complicado debido al candado que tenían sobre medios como nosotros las grandes tecnológicas de Silicon Valley. La mayoría del dinero publicitario de internet se lo llevan cuatro o cinco empresas. Por tanto, esa idea que teníamos al principio de que internet podía democratizar la economía era una falacia de la que pronto me di cuenta. Vivimos en una economía de la atención, que busca enganchar a las personas como si fuesen adictos para que consuman publicidad. Y las emociones que más enganchan a través de internet son el odio y el sensacionalismo.
—Después de escribir el libro, ¿qué idea tienes tú del progreso?
—Hay dos tipos de progreso. Por un lado, está el que nos han vendido, basado en la idea de que mejoramos en todas las dimensiones humanas simplemente por el mero paso del tiempo. Esa es la idea que yo he tratado de desmentir. Por otro lado está el progreso intelectual, que es el que yo propongo. El progreso técnico no es el que nos lleva a un mejor futuro, creo que hay que coger un camino contrario. Hay que volver a una serie de raíces, a conocer de nuevo nuestra historia, para que pueda haber un progreso más humanista.
—¿Y cómo podemos encaminarnos hacia ese progreso intelectual?
—Mi propuesta es que, conociendo al enemigo, que en este caso yo lo señalo como el futuro, hay que volver a la idea antigua de lo que representaba el tiempo para nuestros antepasados. Antes del nacimiento del futuro ha habido durante millones de años una concepción distinta a la que tenemos actualmente. En vez de mirar hacia adelante con ansiedad en busca de una utopía, ellos creían en un tiempo circular, que decaía y luego volvía a nacer. Mi idea es volver a esa percepción del tiempo mucho más acorde con los ciclos biológicos.
—En ese caso, ¿no corremos el riesgo de estancarnos y no progresar?
— Todo lo que nos invite a no estar en el presente desacredita la vida. Se trata de darle menos importancia a la técnica, sin negarla ni mucho menos, pero primando jerárquicamente lo importante.
—¿De dónde crees que nace esa ansiedad por el futuro de la que hablas en el libro?
— Yo creo que esa preocupación viene de algo más oscuro: el capitalismo, que es un sistema que aspira al crecimiento ilimitado. Para que este sistema sea viable necesita la innovación por la innovación y llega un momento en el que el capitalista no puede pensar éticamente, es imposible, porque tiene que devolver una serie de préstamos y se le va la vida en ello. Si el sistema económico fuese distinto no existiría esa ansiedad, el futuro no sería tan importante. El enemigo no es la derecha o la izquierda, es un sistema económico que nos ha hecho más binarios y polarizados que nunca.
—¿La culpa es solo del capitalismo o influyen más aspectos?
—Son tres factores que crean un nuevo tiempo: el futuro, que lo cambia todo. Por un lado, la concepción del tiempo, con una idea totalmente anómala de que va a mejor siempre y es infinito. Por otro lado, el nacimiento del capitalismo, que siempre mira hacia adelante, pensado en conseguir beneficios a futuro. Y por último, algo más profundo y complejo, que es un cambio en el lenguaje. Pasamos de un lenguaje simbólico, que plantea otras dimensiones, a un lenguaje puramente materialista.
—¿Y cómo podemos salir de ese bucle?
—Aunque el libro por momentos puede parecer un tanto oscuro o apocalíptico, en el fondo es todo lo contrario. La solución está dentro de nosotros, porque el tiempo lo creamos nosotros mismos, es una ilusión, no existe.