Aida y Bruno, la amistad de verano que superó 2.000 kilómetros y acabó en amor: «Queremos que nuestro hijo viva veranos como ese en el que nos conocimos en Xinzo de Limia»

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Aida, Bruno y su pequeño Leo, este verano en Galicia.
Aida, Bruno y su pequeño Leo, este verano en Galicia.

Se cruzaron por la calle un día de verano, fueron amigos y confidentes por carta durante diez años, y un entroido en Xinzo les unió. Si la distancia es el olvido, ellos no conciben esa razón...

12 jul 2024 . Actualizado a las 17:24 h.

Dicen que la distancia es el olvido, pero ellos no le dan al dicho la razón. Las suyas fueron unas olimpiadas del amor o El verano que me enamoré... en Xinzo de Limia en varias temporadas que se hicieron esperar. Un verano eterno, de esos que solo suceden la infancia y la adolescencia, fue el escenario de su primer encuentro. Bruno y Aida, los dos de raíces gallegas, se vieron en Xinzo por primera vez, intercambiaron dos palabras y pasaron de largo. Él tenía 16 años, recuerdan, y ella dos menos. Galicia urdió el hechizo; este recuncho fue el centro, el punto de encuentro de la educadora social y el administrador de recursos humanos que superaron una distancia de años y dos mil kilómetros para mantener la llama de la amistad que les unió cerca de allí donde se acaba el mar.

«De Xinzo son su familia y la mía. Son las dos de aldeas de la zona. Bruno nació ahí y yo en Barcelona, porque mis padres habían emigrado ya cuando nací yo», comienza a relatar Aida. A los 8 años, él se mudó a Tenerife con la familia, pero no dejó atrás el mundo encantado de su infancia y del despertar secreto de su primer amor. «Galicia es el territorio de los recuerdos de nuestra infancia, de la naturaleza, de las primeras fiestas, de vivir cien por cien la cultura gallega, que en realidad vivimos estemos donde estemos», asegura la pareja.

Aida iba por la calle con una amiga, a comer un helado, y Bruno por el mismo sitio con un amigo. «En aquella época era todo cara a cara. Nos pararon y nos dijeron si queríamos salir el fin de semana con ellos, que tenían una fiesta, si queríamos ir a tomar algo... Típica táctica de ligoteo. Yo siempre le digo que iban parando a todas las chicas que veían por el camino», se ríe Aida. Aquella primera invitación quedó, digamos, «en visto». «Obviamente, no fui a esa fiesta, pero sí surgió una amistad», concede ella. Quizá no algo más que eso porque ninguno se veía, de lleno en la adolescencia, preparado para la maratón de una relación a distancia, nada menos que a los 2.400 kilómetros que separan Barcelona de la isla de Tenerife.

Los veranos en Xinzo recortaron las distancias de los sentimientos y los años. La amistad fue un río de cartas en las que se escribían «muchas cosas». Después llegó el Messenger y recortó tiempos de espera. «Nos contábamos cosas del instituto. Nos contábamos un poco todo, cómo nos iba la vida, nuestros secretos, nuestras ilusiones y también nuestras ganas de vernos...», comenta Aida.

En el curso de su amistad por carta fueron teniendo algunas relaciones con otras personas. Confiaban él uno en el otro también como confidentes para esos amores. Las circunstancias hicieron que apenas llegaran a coincidir en persona durante el transcurso de una década. «Y hacia el 2016 nos encontramos en unos carnavales en Xinzo y surgió algo más», revelan. Pero la chispa duró lo que la fiesta del entroido, unos días... hasta que la del año siguiente se empezó a preparar. Bruno vivía entonces en Suiza, adonde se había mudado con su familia por una oportunidad laboral, y Aida había vuelto a vivir y trabajar en su Barcelona tras estudiar la carrera en Ourense.

La morriña, un motor

«La posible relación con Bruno, por la distancia, no me tiraba a ir hacia adelante. Pero pasó ese momento, llegó el 2017, volvimos a hablar y entonces me decidí a ir a Suiza un fin de semana a verlo y ver qué pasaba...», comparte ella. «A partir de ahí, se podría decir que no nos separamos, pero sí nos separamos, porque había una distancia entre Suiza y Barcelona...», y una parte de la relación debió desarrollarse así hasta que consiguieron juntar sus proyectos de vida. Y se instalaron en Barcelona los dos. Y no hubo vuelta atrás.

En el 2018, Bruno se fue ya a vivir a Barcelona. «Fue raro que durante años no coincidiéramos más en los veranos de Xinzo. Nosotros siempre decíamos que más bien hacíamos por no coincidir, porque sabíamos que, de alguna manera, no habíamos podido tener una relación, pero quedaba esa asignatura pendiente. Vernos podía ser incluso como una falta de respeto a las relaciones que teníamos, porque sabíamos que, aunque lo nuestro era una amistad, había de fondo algo más...».

Superada la década de amistad no presencial, la oportunidad de lanzarse fue definitiva. Y se vieron planeando vivir juntos, hacer los dos un hogar. «Adoptamos, como decimos nosotros, a nuestro primer hijo, que es nuestro perrito». El deseo de ser padres no quedó satisfecho del todo y entonces llegó Leo. El bebé de Aida y Bruno, fruto de aquella amistad de verano que fue la semillita de su idilio, tiene este agosto ocho meses. Leo nació a finales del 2022 y ya conoció la terriña de la que sus papás se enamoraron. En mayo, antes que de la pareja agotase los permisos de paternidad y maternidad, viajaron a Galicia los tres. «Vinimos en mayo, sabiendo que en verano volveríamos dos semanitas más, como hemos hecho». Era importante para los dos que su hijo no tardara en conocer este pedazo de tierra que alentó su historia.

«Somos siempre abanderados de Galicia. Muy de proclamar la tierra como destino de vacaciones, como cultura, como lugar al que siempre es un acierto ir y volver. Para nosotros, no es solo un destino maravilloso por sus paisajes, su comida, sus tradiciones... Galicia es lo que nos mueve. Por más que la mayor parte de nuestra vida hayamos estados lejos, siempre estamos pensando en volver. Nuestra visión es subjetiva, claro. En nuestra casa se habla el gallego, lo hablan nuestros papás, los abuelos... Nuestras tradiciones culinarias son gallegas y el tipo de personalidad que tenemos y la forma de expresarnos también es de ahí», asegura Aida. Y esta es una declaración de amor que apunta a relevo generacional.

Aida y Bruno sueñan (y hacen por convertir ese sueño en realidad) con que su hijo muerda la experiencia de los veranos años atrás les hicieron conocerse. «Esa conexión con la naturaleza, ese ritmo calmado que te hace disfrutar de las pequeñas cosas... Galicia es especial, es nuestro hogar».

Hay amores de verano que pueden caldear todos los inviernos. ¿Entonces, la distancia no es el olvido, sino recuerdo? «La distancia es una prueba de fuego, pero sirve de motivación. El objetivo es que no haya esa distancia. Hay que dar pasos en el proyecto de vida de cada uno para que siga la relación. Nosotros no recordamos la distancia como una etapa complicada en la relación. Teníamos la suerte de ir viéndonos periódicamente, y es una etapa que es bonita, que tiene su magia, ese poder echar de menos y reencontrarte tantas veces con alguien que quieres, porque no entras en la rutina de la convivencia diaria... Los dos hemos crecido echando de menos, e intentando verlo como algo bonito, en vez de triste», concluye Aida.

Una amistad de verano puede acabar siendo el principio de una gran historia de amor.