El día D de FG en el BBVA

Ana Balseiro
ana balseiro MADRID / LA VOZ

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Luis Tejido

El escándalo del supuesto espionaje encargado a Villarejo puede acabar derribando al presidente de honor del segundo banco del país

31 ene 2019 . Actualizado a las 07:56 h.

Nació en Chantada, en el corazón de la provincia de Lugo, el 19 de octubre de 1944. Pero Francisco González, más conocido en el mundo financiero como FG, nunca ha ejercido de gallego. Que la morriña no sea competencia para Davos y el gallego ni siquiera le haga sombra al inglés quizás obedezca a que el hombre que hasta el 31 de diciembre presidió el segundo banco más importante del país -estuvo al frente del BBVA durante las últimas dos décadas- solo tenía tres años cuando emigró con su familia a Buenos Aires.

Licenciado en Económicas, corredor de comercio y agente de cambio y bolsa, comenzó a trabajar en los sesenta como programador informático y acabó siendo un banquero atípico. El escándalo sobre las escuchas que presuntamente encargó al excomisario José Manuel Villarejo, hoy en prisión, ante el intento de la constructora Sacyr de hacerse con el control del banco en el 2005, es la bomba que amenaza con dinamitar, ya no solo la era FG, sino también su retiro dorado como presidente de honor del BBVA y de su fundación.

Y es que la publicación, a principios de mes, de que González supuestamente encargó a Villarejo que espiara a miembros del Gobierno de Zapatero, empresarios, financieros y periodistas (nada menos que cerca de 15.000 pinchazos telefónicos, a entre otros Rodrigo Rato o Miguel Sebastián) relacionados con el asalto de Sacyr al banco dio sentido a la inesperada despedida de FG de la presidencia de la entidad. ¿Por qué no agotar su mandato y marcharse un año antes de cumplir los 75 si precisamente había modificado los estatutos hasta en dos ocasiones (a los 65 y a los 70) para mantenerse al mando? ¿Por qué renunciar antes? La precipitación carecía de lógica, salvo -a la luz de las últimas noticias- como intento de esquivar la bomba del excomisario o minimizar los daños que esta podría ocasionar al banco.

El Banco de España insta al BBVA a actuar con rapidez para minimizar el daño reputacional Y es que, aunque el asunto de las escuchas está judicializado y el BBVA ha puesto en marcha una investigación interna paralela, la presión para que el consejo de administración destituya hoy a González de la presidencia de honor, en el caso de que no sea él quien renuncie, no deja de crecer. Lo hace por momentos.

El daño reputacional es enorme y urge atajarlo. Así lo señaló este lunes el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, tras comparecer en el Congreso; y, pocos días antes, Luis de Guindos, exministro de Economía y vicepresidente del Banco Central Europeo (BCE). Ambos coinciden en la importancia de que la investigación del BBVA arroje luz cuanto antes, habida cuenta del «riesgo reputacional potencial que podría suponer para la entidad» su continuidad en la presidencia de honor.

Difícil papeleta para Carlos Torres, el delfín de un FG célebre por devorar consejeros delegados (tres en diez años) con aspiraciones a heredar su sillón. Eso fue lo que le ocurrió al actual presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri, a quien González despidió tras treinta años en la casa y ocho siendo su número dos -eso sí, con un suculento retiro de más de 60 millones- después de que se postulara para sucederle. Porque el de Chantada no tenía ninguna intención de jubilarse, como aseguró a los periodistas en junio del 2014, tras la abdicación del rey emérito y la entonces reciente muerte de Emilio Botín, su eterno rival. «¿Y usted qué cree?», fue su respuesta airada a la pregunta de si no había llegado el momento de dar paso a las nuevas generaciones. Obviamente, solo un escándalo de la magnitud del caso Villarejo forzó la decisión de quien salió indemne de todos los charcos -de diferentes grados de turbiedad- que pisó antes y después de estrenarse como banquero en 1996.

El banquero pudo haber encargado escuchas masivas para impedir el asalto de Sacyr a la entidad Llegó a la presidencia de la pública Argentaria nombrado por un José María Aznar recién aterrizado en la Moncloa y avalado por Francisco Pizarro, uno, dicen quienes lo conocen, de sus pocos amigos. Era junio de 1996. Apenas un par de meses antes había vendido su empresa, FG Inversiones Bursátiles, a Merrill Lynch por 3.700 millones de pesetas (22 millones de euros), en una operación que el banco de inversión rebajó en 800 millones tras encontrar un desfase contable. La CNMV no lo investigó, pero casi una década más tarde la Intervención del Estado confirmó el agujero. El incendio del edificio Windsor impidió que Fiscalía concluyera la investigación abierta en el 2005, ya que toda la documentación relacionada que le reclamó a Deloitte estaba allí guardada.

No fue el único asunto espinoso del que González salió sin rasguños. Lo hizo también en el de la venta de su 4 % de Oil Dor, un proyecto de red de gasolineras vendido a Banesto y que figuraba en el sumario por el que la Audiencia condenó a Mario Conde.

Presidencia en solitario

Ya como presidente de Argentaria mostró la misma sangre fría para, tras la fusión con el BBV (contrapeso a la previa del Santander de Emilio Botín con el Central Hispano, en enero de 1999), acabar con los neguris que gobernaban la entidad vasca y hacerse con la presidencia del BBVA en solitario (antes la compartía con Emilio Ybarra). Lo logró valiéndose del escándalo de las cuentas opacas que los directivos vascos tenían en Jersey para evadir impuestos.

Pilotó la internacionalización del banco, aunque con decisiones poco acertadas, como la entrada en China y Turquía, que se convirtieron en un agravio comparativo frente a los éxitos de Botín, su némesis. De hecho, la entrada en México, con Bancomer, la joya de la corona del BBVA y auténtico salvavidas de las cuentas de resultados durante la crisis, fue acierto de Ybarra.

FG se despidió hace menos de un mes con la espina de dejar el banco siendo la mitad que el Santander pese a que el BBV era mayor que el cántabro a su llegada.

Ahora, el banquero que se negó a ir a la OPV de Bankia o a participar en la Sareb por imposición política, está a un paso del destierro.

La presión es mucha, incluida la procedente de los fondos de inversión presentes en el capital del banco.