Aznar fue el primero que negó que el partido fuera de derechas y ahora su discípulo triunfa reivindicando el orgullo de serlo
23 jul 2018 . Actualizado a las 07:35 h.Fue en 1999. El PP, gobernado entonces con mano de hierro por José María Aznar, llevaba ya tres años en el Gobierno y convocó uno de sus congresos nacionales más recordados. El que se conoce todavía como el de «el viaje al centro». No era la primera vez que esa palabra, centro, aparecía en un cónclave del PP. Ya en 1990, el primer congreso del PP, en el que Manuel Fraga cedió el testigo a un joven Aznar, se celebró bajo el lema «Centrados en la libertad». Una circunstancia que permitió al siempre mordaz Alfonso Guerra dejar una de sus frases más celebradas. «Llevan años viajando al centro y todavía no han llegado. ¿De dónde vendrán, que tardan tanto?», se preguntaba el histórico dirigente socialista para burlarse del intento del PP de librarse de las connotaciones más derechistas del partido. Lo que Aznar pretendía era ampliar el espectro de votantes que le dio una victoria por la mínima en 1996 frente a un Felipe González ya agonizante. Y lo cierto es que aquella maniobra de Aznar, que renegaba incluso de la denominación de «centro-derecha» y se inventaba aquello del «centro reformista», dio sus frutos. En el 2000 alcanzó una incontestable mayoría absoluta.
Viendo lo que acaba de suceder en el PP, a algunos puede parecerles una broma. Pero Aznar fue el primer dirigente del partido que se avergonzó de ser de derechas. Por si hay dudas, el autor intelectual de esa pirueta ideológica, el entonces director de Análisis y Estudios de la Presidencia del Gobierno, Eugenio Nasarre, lo dejó por escrito tras el cónclave de 1999. «Nueve años después de su congreso en Sevilla, el XIII Congreso del PP ha significado la culminación de un largo recorrido consistente en convertir el antiguo partido de la derecha tradicional española en un partido moderno y renovado, que ha adoptado como seña de identificación el término centro reformista», expuso Nasarre. Es decir, que para Aznar, él había heredado un partido «antiguo» y de «derecha tradicional» y lo había convertido en uno «moderno» y de centro. Aquel largo camino lo completaría luego Rajoy.
Veinte años después de aquello, el PP emprende el viaje de regreso desde aquel centro al que, según Guerra, tardaba tanto en llegar. La paradoja es que es precisamente un discípulo de Aznar, Pablo Casado, el que se ha hecho con las riendas del partido reivindicando el orgullo de representar sin complejos a la derecha tradicional y la necesidad de recuperar las esencias más conservadoras del PP. «Aquí cabe todo lo que está a la derecha del PSOE», aseguró Casado, abriendo así la puerta a los votantes de Ciudadanos, pero también a otros de extrema derecha como Vox.
El nuevo líder del PP está convencido de que, tras el desafío independentista en Cataluña, España ha girado a la derecha, y no a la izquierda, como haría suponer el que gobierne un socialista. Cree que el golpe independentista ha hecho que una mayoría de españoles no se avergüence ya de declararse de derechas y que es disputando a Ciudadanos el voto mayoritario de esa «España de las banderas» donde está el triunfo, y no en el centro. De que acierte o no en ese pronóstico depende que el regreso del PP de su largo viaje al centro sea un éxito o un rotundo fracaso.
Un congreso resuelto por una sucesión de carambolas
A toro pasado parece todo muy sencillo, pero el resultado del congreso del PP ha sido una concatenación de carambolas que, de no haberse dado, dibujarían ahora un paisaje muy distinto. Por ejemplo, si Alberto Núñez Feijoo se hubiera presentado a las primeras de cambio, habría ganado claramente, incluso a Casado. Pero si Pablo Casado no hubiera decidido arriesgar dando el paso presentarse, es más que probable que la líder del PP fuera hoy María Dolores de Cospedal. No es que provocara entusiasmo, pero en la segunda vuelta habría ganado también a Sáenz de Santamaría. Casado entendió que la fuerte rivalidad entre ambas les perjudicaba y le brindaba una oportunidad. Y acertó de pleno.
Santamaría se ganó a pulso la inquina de muchos
Fue hace muchos años, cuando el PP disfrutaba de una cómoda mayoría absoluta. Eran días de vino y rosas para los populares. Y, sin embargo, una conselleira de la Xunta de Feijoo le confiaba ya a este cronista su enorme decepción por el hecho de que la todopoderosa vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, apenas pisara Galicia y se comportara con prepotencia ante cualquier demanda hecha desde la consellería. Es así como Soraya, para siempre ya la dama del abanico, se ha ido labrando durante muchos años la inquina de muchos dirigentes regionales del partido que, en cuanto han tenido oportunidad de hacerlo, le han pasado la factura votando a cualquiera menos a ella.
Feijoo y Casado llevaban meses compartiendo ideas
La renuncia de Alberto Núñez Feijoo a optar a una presidencia nacional del PP que tenía prácticamente en la mano es uno de esos enigmas cuyas razones últimas no quedarán nunca del todo aclaradas, como ocurre con la dimisión de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno. Pero lo cierto es que, al contrario que a otros, a Feijoo la irrupción de Pablo Casado no le cogió por sorpresa. El presidente de la Xunta y el nuevo líder del PP llevaban meses en contacto, compartiendo ideas y proyectos sobre cómo debería ser el futuro del partido. Casado animó en varias ocasiones a Feijoo a dar el paso, pero finalmente fue él quien se lanzó. El entendimiento entre ambos está por tanto asegurado.