Trudeau deberá calmar los ánimos de Trump y sus aliados en un G7 que se prevé tenso
07 jun 2018 . Actualizado a las 07:28 h.La idílica región de Charlevoix, en la provincia de Quebec, donde primero de niño y después con su esposa y sus tres hijos Justin Trudeau solía pasar sus vacaciones, será sede de la cumbre del Grupo de los Siete (G7). Como primer ministro de Canadá, mañana y el sábado recibirá en el hotel Le Manoir Richelieu, en La Malbaie a los líderes de EE.UU., Alemania, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido, a representantes de la Unión Europea e invitados especiales como el presidente de Argentina, Mauricio Macri.
El tranquilo paisaje montañoso contrastará con la turbulencia que se prevé entre Trump y los aliados, una semana después de imponer aranceles al acero y el aluminio a la UE, Canadá y México. «Habrá conversaciones francas y en ocasiones difíciles en torno a la mesa del G7, particularmente con el presidente estadounidense, sobre comercio, sobre aranceles», reconoció ayer el dirigente liberal ante la prensa.
En tiempos del America first de Donald Trump, del brexit y de una Europa muy volcada sobre sí misma, Canadá quiere llenar el vacío de poder que hay en la escena internacional. Sin embargo, eso requerirá de delicados equilibrios diplomáticos en la cumbre. Para que la cumbre del G7 sea un éxito y no termine convertida en una cumbre G6+1 como el año pasado en Italia, será necesario moderar a Trump en algunos asuntos controvertidos. Al mismo tiempo, Trudeau debe cuidar la buena relación con Estados Unidos. Los dos países comparten casi 9.000 kilómetros de frontera (la más larga del mundo) y cerca del 70 % del comercio exterior canadiense se realiza con EE.UU.
El primer ministro, que llegó al poder en el 2015, es el alter ego de su socio del sur. Ha impulsado temas como la acogida de inmigrantes, energías renovables y legalización de la marihuana. Todo envuelto en su estilo encantador y afable.
Agenda progresista
Trudeau se propuso impulsar una «agenda progresista» durante la Presidencia anual rotativa del G7, que Canadá ocupa por sexta ocasión, con asuntos como equidad de género y energías limpias. Al inicio de su Gobierno era aclamado como una estrella de rock, aunque los canadienses ahora ya son bastante más críticos. Su partido está nuevamente en las encuestas detrás de los conservadores, pero no habrá elecciones hasta octubre del 2019. Se le reprocha que no ha cumplido muchas de sus promesas. Mientras se presenta como el gran defensor del medio ambiente, el Gobierno acaba de comprar el oleoducto Trans Mountain para que pueda ser ampliado a pesar de protestas en contra.
El arte de hacer política estará a prueba en la cumbre del G7. Muchos no solo mirarán a Trudeau a los ojos, sino que también voltearán a ver sus calcetines.
El primer ministro ya usó, por ejemplo, en Bruselas calcetas con el escudo de la OTAN y en Toronto unas con la bandera del arcoíris y el saludo musulmán Eid Mubarak simultáneamente para la Marcha del Orgullo Gay, que coincidía con el fin mes musulmán del ayuno. Qué se pondrá en Charlevoix no se sabe. Pero seguramente recurrirá a su diplomacia de los calcetines.