Una editora que nada a gusto en Xixón
La Voz de los Asturianos
Una reflexión de Silvia Cosio, responsable de Suburbia, sobre el espíritu de su editorial y sobre la ciudad donde vive y desarrolla su trabajo
27 Nov 2017. Actualizado a las 07:57 h.
Soy editora, esto es, soy responsable de una editorial pequeñita, independiente y dedicada a la poesía. Soy un pececillo minúsculo en un océano lleno de editoriales fantásticas. Pero me encanta nadar y llevo ya diez años sin dejar de hacerlo. Lo mío es la poesía pero sobre todo los y las poetas. Siento un respeto y una admiración enormes por el talento y la obra de cada uno de los autores y las autores que han creído y apostado por Suburbia. Cuando me preguntan cuál es el secreto por el cual un libro funciona, mi respuesta siempre es la misma: una mezcla de instinto, suerte y una confianza ciega en el autor o la autora. Las editoriales pequeñitas, microscópicas, como Suburbia, partimos con la ventaja de salida de poder presumir de tener una relación especial, directa y muy personal con aquellos a los que publicamos.
Cada libro es único y a cada libro hay que dedicarle su tiempo. Necesita mimo, cuidado y atención al detalle porque todo suma hasta darle la forma final: el tipo y el tamaño de la letra, el olor y el tacto del papel, el texto de la solapa, las ilustraciones…
De cada libro depende la supervivencia de la editorial y su prestigio. En estos tiempos y a pesar de los pesares, todavía podemos decir que existen cosas, como el talento, el esfuerzo y la calidad, que tienen un valor que no podemos contabilizar en monedas y billetes, que no cotiza en bolsa. Y eso es bueno y esperanzador.
Como me gusta nadar no puedo estarme quieta. Tras mucho tiempo centrada exclusivamente en la edición de poesía creo que por fin estoy preparada para saltar al mundo de la narrativa en castellano. Serán dos novelas, dos novelas especiales y valientes. Y en el horizonte más poesía, siempre la poesía. Hasta que el cuerpo aguante.
Editar no es solo mandar imprimir libros y ponerlos en manos de un distribuidor. Editar libros, cuando eres una editorial pequeñita de una ciudad mediana, consiste, principalmente, en estar conectada a la ciudad. Es necesario que el libro esté presente en la ciudad, que se vea, que se oiga, que conecte con la gente.
Últimamente me doy cuenta de que la gente de mi generación anda un poco gacha y desencantada con la ciudad. Reconozco que si echamos la vista atrás este Xixón no se parece, al menos aparentemente, al Xixón que conocimos cuando teníamos veinte años. Pero también es verdad que nosotros tampoco somos los mismos. Y a mi eso no me parece nada malo. La nostalgia no es para mí. Siempre me ha parecido que la nostalgia es un sentimiento paralizante. Cuando estás ocupada en echar de menos algo se te olvida hacer cosas nuevas. La versión actual de mí misma es la que me gusta, cuando pienso en la yo del pasado siempre hay algo en ella que no me acaba de convencer, las hombreras, los pantalones cargo pirata, el toque de queda, la falta de dinero, el corte de pelo y ¿qué me dices de esas cejas?
Solo de pensar en las cejas hiperfinas que se estilaban a principios del 2000 me entran ganas de gritar. Vivir es avanzar, evolucionar y aceptar el cambio y dejar que tus cejas crezcan libres y hermosas.
Lo mismo pasa con la ciudad. Miro al pasado y el barrio en el que vivo ahora estaba arrasado por la heroína, por poner un ejemplo. Ahora es un barrio obrero lleno de familias, con escuelas y niños jugando por la calle. Cualquier tiempo pasado fue, por definición, peor, solo que éramos más jóvenes. Esto no significa que yo no sienta cierto extrañamiento hacia la ciudad, no voy a negar que el gobierno de Foro en Xixón es un elemento perturbador y desasosegante que empaña la visión que tengo de la ciudad. Hay una parte de este Xixonín del alma que no me gusta, en la que no reconozco, con la que no me puedo identificar. Los toros, el festival aéreo, la obcecada obsesión en prohibir la música en los bares, ver a Arturo Fernández en el Jovellanos por días y días, la ciudad de la que tienen que huir los veinteañeros por falta de trabajo, la de las despedidas de soltero, el turismo masivo a lo Benidorm y con los niveles de contaminación más altos de Europa.
Porque toda ciudad es fuente de atracción y rechazo para aquellos que la habitan. Es obligación nuestra combatir aquello que no nos gusta y colaborar para mantener lo que sí nos hace sentir bien.
Yo disfruto y soy feliz en ese Xixón que me gusta. Es el Xixón de las librerías en las que te conocen por tu nombre y que siempre tienen un hueco en el escaparate para tus libros a pesar del aluvión de novedades. Es el Xixón en el que puedes organizar recitales o un día entero dedicado a la poesía, la música y el teatro en uno de los museos más hermosos y especiales de Europa, el Museo Barjola. Es el Xixón de las Jam de Poesía de Laura Fjäder, llenas de chicos y chicas jovencísimos que escuchan poesía desde la calle porque han abarrotado Espacio Local. Es el Xixón de la Sociedad Cultural Gijonesa y del FICX batiendo de nuevo récords de público. Es el Xixón que tiene una biblioteca y un pabellón deportivo en cada barrio. Es la ciudad en la que soy Silvia la editora pero también la mamá de H, la compañera de gimnasia y risas en el pabellón del barrio, la que pasea a su perro Darcy por el Parque Fluvial, la que queda con sus amigos en la Cuesta del Cholo, la que ama el Muro pero detesta pasar un día de playa. Porque las ciudades, al igual que las personas, son una y muchas dentro de sí mismas. Miremos siempre al frente para no perdernos nada. Y leamos poesía.