La Voz de Asturias

Paraíso sin límites

La Voz de los Asturianos

RAÚL ÁLVAREZ

Desde la arboleda centenaria de Muniellos a los paisajes quebrados de la costa oriental, el patrimonio asturiano es inigualable en España. La región que inventó el turismo rural y el lema «Paraíso Natural» es un tesoro verde lleno de pueblos donde aún puede verse en acción a los artesanos de los oficios tradicionales

14 Nov 2017. Actualizado a las 19:51 h.

Hubo un tiempo, que duró decenios, en que todas las postales de la Asturias rural solo incluían fotos de los Lagos de Covadonga o el Naranjo de Bulnes. Luego se inventó el paraíso. Al menos, el Paraíso Natural. El histórico lema de las campañas de promoción turística del Principado ha cumplido ya los 30 años, pero sigue vigente y no hay ninguna previsión de jubilarlo. La inmensa extensión, la riqueza y la variedad del patrimonio verde pareció desbloquearse en los años 80 y, desde entonces, no deja de cautivar a los propios asturianos que, cada fin de semana, se lanzan al senderismo por la región y a los visitantes que acuden al reclamo de la berrera de los venados en los cursos altos de los ríos Nalón y Aller, de las playas y las dunas sin urbanizar, del paisaje de cuento del bosque de Muniellos o del reflejo de la Cordillera Cantábrica en los lagos de Somiedo. 

Asturias inventó el concepto del turismo rural, sin precedentes en España hasta la apertura del hotel La Rectoral en Taramundi a principios de los años 80 y a él ha ligado su fortuna. Ayuda mucho la buena conservación de la costa, en la que la presión del ladrillo ha dejado algunas muescas, pero que tanto en informes oficiales del Ministerio de Medio Ambiente como en las calificaciones de las oenegés figura como la mejor preservada de España. La herramienta para conseguir ese logro (y también para ordenar los usos de los montes del interior) fue el Plan de Ordenación de los Recursos Naturales. Su aprobación en los años 90 fue el prólogo a las sucesivas declaraciones de parques naturales y paisajes protegidos que conceden algún tipo de garantía legal de conservación a casi el 36% del territorio. En otras palabras: más de un tercio del Principado forma parte de una reserva natural.

Las joyas son el parque nacional de Picos de Europa, el más antiguo de España, que cumplirá un siglo en 2018, y las reservas de la biosfera al amparo de la Unesco: Muniellos, Redes, Somiedo y el impresionante macizo de Las Ubiñas, con los picos más altos del norte y unos ascensos atractivos para escaladores de todo el mundo. L’Angliru, descubierta al resto de España por la Vuelta, es la última montaña asturiana conocida en todo el país. A esos paisaje acude un público cada vez más numeroso con la esperanza de avisar osos pardos (la especie aún está en peligro de extinción, pero su población ha aumentado en los últimos 20 años), lobos o especies menos salvajes. El único problema que se adivina es que todos esos parajes mágicos se conviertan en lugares de paso, sitios donde se va de visita pero donde no se agota para el medio rural asturiano.

El lastre de la crisis demográfica se siente en toda Asturias, pero son esos municipios pequeños o muy pequeños de las dos alas de la comunidad autónoma, al este y al oeste del centro urbano e industrializado, los que más se duelen del golpe. Despoblados, envejecidos y sin incentivos a la actividad económica, esos territorios llevan décadas luchando por su supervivencia y hasta quienes más han trabajado por ellos y mayores esperanzas tenían en su remontada empiezan a preguntarse si el futuro será un paisaje de pueblos comidos por el monte, casas que se desmoronan y parroquias sin habitantes.

Lo piensa en voz alta Eduardo Lastra y hay que prestar atención cuando habla, porque pocas personas han pensado tanto en las políticas para el medio rural en España. Aunque decidió retirarse antes de las elecciones municipales de 2015, fue alcalde de Taramundi durante 32 años (primero como independiente y después en las filas del PSOE) y solo se separó de su concejo para ser director general en la Consejería de Medio Rural entre 2007 y 2011. En aquella época, también ayudó a enfocar la mirada de la Administración central sobre el campo. Fue uno de los expertos que ayudaron a redactar la Ley de Desarrollo Rural impulsada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Toda esa experiencia hace más melancólica su confesión. «Cada vez soy más pesimista. Ya no hay tiempo para medidas a medio plazo. Necesitamos actuaciones urgentes o no se salva ni un solo concejo rural. Ni tampoco alguno de los industriales», explica.

Fuera del Congreso, también se necesitan pactos. Al menos uno, expone Lastra, por el que los habitantes de las ciudades reconozcan el papel social y medioambiental de quienes viven y trabajan en el campo. «No sé si todo el mundo es consciente del daño que causa el despoblamiento. Es algo que está a punto de pasar. En los pueblos la población es cada vez más vieja y no se ven jóvenes que vengan a instalarse por aquí», recuerda. Con las posibilidades que dan las nuevas tecnologías, un entorno rural permite llevar a cabo muchos trabajos que antes no eran posibles en las aldeas. «No se trata de castigar a nadie. Si quien nace aquí quiere ser ingeniero de la NASA y se marcha para conseguirlo, bien está. Se trata de que ocupe su lugar alguien que, a lo mejor, quiere ser artesano o que puede trabajar desde su casa y vivir donde desee», expone. A su juicio, lo difícil para cualquiera, ya sea un residente de toda la vida en un pueblo o un recién llegado, no es instalarse, sino mantenerse. «Necesitamos políticas integrales.

No bastan las ayudas a los jóvenes ganaderos para que sigan con esa actividad. Son buenas e interesantes, sí, pero aparte de lo que haga esa consejería necesitamos que las demás arreglen otras cosas que funcionan mal», añade.

Los concejos más pequeños, esa mitad de ayuntamientos asturianos que no llegan a los mil vecinos, se ven atrapados en un círculo vicioso. Como la población mengua, se cierran servicios públicos esenciales (colegios, consultorios médicos, oficinas administrativas), pero sin ellos es muy difícil atraer a nuevos habitantes. La población se traslada a las ciudades o a las villas, donde tiene acceso más fácil a la educación, la salud o las ventanillas necesarias para resolver en un plazo breve cualquier trámite oficial. «Es la pescadilla que se muerde la cola. Hay que romper ese ciclo, porque para recomponen la población se necesita que llegue gente de fuera. Y, claro, si se trata de recuperar la natalidad, hay que dirigirse a los jóvenes, a la gente en edad de tener hijos. E insisto en que hay hacerlo con rapidez. Esto es ya una carrera contrarreloj», reflexiona Lastra.

Durante años, en los congresos dedicados a la gestión municipal de los concejos pequeños, se ha estudiado Taramundi como un ejemplo de buenas prácticas. Además de La Rectoral, casi un caso de estudio para otros concejos rurales de toda España, el concejo ha sacado partido a su artesanía de los cuchillos para reforzar su perfil de núcleo etnográfico y de lugar donde contemplar en directo un oficio tradicional. Grandas de Salime, con su museo, y Onís, con las visitas guiadas a las cuevas donde el queso de cabrales aguarda su maduración antes de salir hacia los mercados, son otros dos ejemplos de prácticas seculares que cobran una nueva vida ante los ojos de los habitantes de las ciudades que llegan a pasar unos días en Asturias.

Asturias, con su oferta capaz de ofrecer escenarios de primera tanto a los aficionados al parapente como a los pescadores de salmón, es esa joya verde junto al Cantábrico que puede ofrecer a cualquiera un trozo de paraíso a su medida. Tal vez falte acostumbrarse al éxito. Los atascos de este verano en las playas y en los aparcamientos de las rutas de montaña más populares han hecho saltar alguna alarma de saturación. Ese será un debate para el futuro.


Comentar