Somos el SAC: una guardia toledana
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Una médica asturiana cuenta en primer persona cómo es una jornada de los contratados para atender las urgencias y las noches, la gran mayoría en la zona rural
18 Jun 2018. Actualizado a las 07:32 h.
Pintaba relajada una guardia que desde las 3 de la tarde nos traía apenas algunos preciosos lactantes con cagalera y seriecitos escolares uniformados que salían del colegio con muchos muchos mocos. Me alegran la guardia los niños, bendita inocencia. Y ellos lo notan. Sus madres suelen decirme que alucinan viendo cómo les hipnotizo para que se dejen mirar. Si pasan de 4 años les explico que los mocos son sus amigos, que les protegen de bichitos malos que se llaman Bacterio y Vírica… ¡Alucinan!
Hacia las 6 de la tarde un accidente de tráfico rompe la relativa tranquilidad de la guardia para sacarnos al aire frío de la tarde con Guardia Civil y Bomberos. La luz del sol sobre el mar cercano no consigue alegrar el espectáculo que nos encontramos pero venga, vamosssss... Mi compañero el enfermero del SAC (Servicio de Atención Continuada) se arrodilla junto al que parece más grave, aunque respira y tiene pulso para cogerle una vía venosa, mientras los dos técnicos de la ambulancia inmovilizan con destreza al chico del casco integral que llora de dolor y me niega alergias. Le ausculto y compruebo abdomen, hemodinámicamente se encuentra estable. ¡Menos mal! Y llega la UVI móvil, parecen pájaros en vuelo rasante. Es increíble la rapidez de ese vehículo blindado que es un verdadero hospital volante en acudir al punto de accidente, nosotros estábamos al lado pero ellos salen de su base en el Hospital. En ambas ambulancias, UVI móvil y BETA, trasladamos respectivamente a los dos chicos al Hospital. Al arrancar veo el rectángulo verde con la L de novato colgando de la trasera del coche destrozado. Qué temprano para darle al drinky... Y pienso en mi hijo que también acaba de sacar el carnet y me callo. La Guardia Civil ya se ha encargado de detectar los niveles iniciales de alcohol. Y durante todo el trayecto dentro de la ambulancia cojo la mano del chaval del casco y pienso en su madre y en su padre. Les mando todo mi apoyo mentalmente acariciándole el sudor frío. «Tranquilo que te vas a recuperar campeón, ¿eres central?, porque tienes planta de futbolista…». A lo que asiente sonriendo mientras una lágrima resbala hasta mi mano.
De vuelta al Centro de Salud mi compañero el enfermero va memorizando todo el material que debe reponer en el almacén para preparar de nuevo los maletines. Ojalá hoy no tengamos que salir otra vez a algo así. Y menos mal que no hemos tenido que usar el DESA (desfibrilador semi-automático, ese cacharro naranja que salva vidas). A la puerta varias personas nos esperan con paciencia, algunas más paciencia que otras la verdad.
Me lavo las salpicaduras de barro sin tiempo a cambiarme el pantalón. El uniforme da para otra historia, me reiría si no fuera porque no me quito de la cabeza las piernas del chaval. ¡Diosss! Acompaño a la consulta a una señora de peinado perfecto y manicura impecable que huele a gloria. Me mira las manos y mientras busco sus datos en el ordenador trato de esconder detrás de teclado y ratón mis uñas rapadas (juro que no me las muerdo, en serio, pienso incluso avergonzada). Y resulta que viene a la guardia porque desde hace más de 15 días le preocupa una cosa ni urgente ni médica, sólo estética... Durante unas décimas de segundo ejercito esa empatía que Dios o mi madre me dieron, intento salir del paso con una sonrisa. Ella acepta educadamente pedir cita en diferido para su médico de Atención Primaria, el de cabecera de toda la vida. Recoge del suelo dos bolsas de la compra y se va, dejando en la consulta y en la sala de espera una estela perfumada que me transporta a aquellos tiempos en que al bajar de la facultad entrábamos en Galerías Preciados de la calle Uría a perfumarnos para luego ir de vinos al Rosal.
Más urgencias, la verdad más urgentes que la anterior y da la hora de cenar sin cenar. De nuevo el 112 nos saca a una aldea perdida porque una abuelina acaba de caer abriéndose una brecha en la cabeza. Que vayamos en taxi que la BETA de la zona está ocupada. Llegamos a la casa en unos 20 minutos y abajo en una caleya hasta arriba de barro que el taxi no puede subir nos espera otra señora gritándonos: «¡Menos mal que llegáis rápido, nenos. Vila en el suelo tiradina y pensé: Aquella muyer palmola»” «Y menos mal que nun ye pa tanto», le decimos. Las brechas en el cuero cabelludo sangran mucho pero aquella preciosidad de vieyina de ojos azules no perdió el conocimiento y está bien de constantes, consciente y orientada, sin focalidades neurológicas. Le sutura la brecha el enfermero del SAC mientras esta «mélica» como me llaman ellas les da palique en esti asturiano que me sale cuando fluye mi vena vaqueira, ¡Que hablo asturiano y yo sin sabelo!
Recuerda la anciana de cuando subía Don Fulanito el Médico a caballo porque la nieve no dejaba pasar los coches, que ya no nieva como entonces, que por las mañanas había huelles de llobu… A todos los de aquella casa trájolos él al mundo, era un santo. Cuando nun podíen pagai, encima subíais comida.
Volvemos a base, o sea al centro de salud. Dejé el móvil cargando y me saltan 40 wasaps como 40 ladrones que me roban la ansiada paz de una cena que ya ni apetece, mira que había traído una fiambrera con la dieta. Mejor un cola-cao con un donuts que me ofrece mi querido compañero a las 12 la noche. No se enteran en casa de por qué no adelgazo en las guardias. Ya no les llamo para no despertarles, me han dado las buenas noches con esos emoticonos del wasap que valen más que mil palabras.
En la tele echan CSI Las Vegas, me dan ganas de mirar por internet un viaje al Caribe y fundir la futura paga extra de verano, si es que no nos la vuelve a suprimir el Gobierno como aquella Navidad que nos la quitó Rajoy a los funcionarios por decretazo con alevosía y nocturnidad. Me entra el sueño, casi me acuesto un poco, ya son las 2 de la madrugadada.
Suena el móvil de la guardia hacia las 4 de la madrugada. Es el 112. Vendrá al centro de salud un señor de 60 años al que le despertó un fuerte dolor en el pecho. El médico de la sala del 112 ha dado por teléfono las instrucciones oportunas a la familia y ya le han puesto una cafinitrina debajo de la lengua (nitroglicerina sublingual). Despierto al enfermero que va preparando el electrocardiógrafo y todo lo necesario para atender un posible infarto agudo de miocardio. Mientras llega el paciente compruebo en el ordenador que ya ha terminado la copia de seguridad que diariamente de madrugada nos deja incomunicados durante dos horas, por lo que si coincide una urgencia con dicha copia informática no tenemos acceso a la historia del paciente. Menos mal, ya está operativo el sistema y puedo acceder. Aparca justo delante del centro de salud el coche de los familiares que acompañan al señor. Le estamos esperando y a la simple inspección ocular impresiona de gravedad, por lo que solicito al 112 la asistencia del equipo del SAMU en la UVI móvil. Mientras llegan vamos aplicando el protocolo: monitorización con electrocardiograma, oxígeno, nitroglicerina y aspirina si no es alérgico,... De repente, nos avisa el 112 de que el equipo de la UVI móvil ha de trasladar a Oviedo al HUCA un paciente en código ictus y que tenemos que apañarnos con la ambulancia BETA para trasladar a nuestro paciente al Hospital. En 10 minutos llegan los dos compañeros técnicos de ambulancia y realizamos entre los cuatro dicho traslado. El paciente ingresa estable en el servicio de Urgencias del Hospital hacia las 5 de la madrugada. Allí coincidimos con dos agentes uniformados de la Policía Nacional que escoltan a un detenido que precisa asistencia urgente hospitalaria. Un taxi nos devuelve al centro de salud y la ambulancia que nos ha llevado con el paciente al Hospital es movilizada nuevamente para otro servicio.
A las 6 de la madrugada no hay cafeterías abiertas en el pueblo, así que volvemos a intentar descansar un par de horas hasta nuestra salida de guardia a las 8 de la mañana, pero a las 7 me avisa el 112 de que hay un usuario en la puerta que solicita asistencia sanitaria urgente. Le abro. Tiene buen aspecto general a la inspección ocular. Necesita una receta de un tratamiento que no es urgente pero no puede esperar una hora a su médico de cabecera porque tiene que entrar a trabajar también a las 8, y «según están los trabajos hoy en día…». Se la hago. Podría no hacérsela, no es una medicación sin la cual corra peligro su salud pero se la hago por varios motivos: no me cuesta nada, no es un ansiolítico que pueda utilizar a dosis indeseable o destinar a un fin inadecuado, le quito una consulta a su médico y sobre todo: no quiero terminar esta guardia discutiendo sobre el papel del SAC.