«El entrenador de la trituradora que es el Sporting siempre se equivoca, salvo cuando gana. Llámese Ramírez o Abelardo»
Sporting 1905
Texto de opinión
02 Apr 2024. Actualizado a las 23:35 h.
No hay deporte más cortoplacista que el fútbol. Una circunstancia mayormente derivada de su alcance, generador de la sobrerreacción que provoca en aquella gente que sigue con fervor a su equipo. Algo que lo acompaña tanto en lo bueno como en lo malo. Es lo que tiene ser tan popular. Ni siquiera la política, con sus decisiones y noticias cotidianas que tanto nos afectan y condicionan se ven influenciadas de la misma manera por la memoria colectiva del día a día. El entrenador, como figura representativa de todo equipo, es quien más vive en sus carnes el peaje de su responsabilidad y del citado cortoplacismo.
En apenas una semana, con un nuevo resultado sobre la mesa, se pone siempre en tela de juicio toda decisión que toma el entrenador. Sobre él recaen las iras de la derrota y también muchas veces los méritos de la victoria, pero la realidad es que ni tanto ni tan poco. Si algo hace tan atractivo a un deporte como el fútbol es la gran cantidad de condicionantes que intervienen en los 90 minutos reglamentarios para establecer un resultado. Por desgracia, estamos mucho más habituados a fijarnos sólo en lo último obviando lo anterior, cuando un ejercicio sano para todos sería poner la lupa sobre lo primero para poder comprender mejor lo segundo. O al menos intentarlo. Pero no, en la sociedad del «todo ya» y los precocinados supone un esfuerzo demasiado grande pararte unos segundos a reflexionar. Es mejor alabar o criticar, siempre sentenciando, a la cabeza visible. Atajos y más atajos.
Obviamente un entrenador tiene su cuota de importancia tanto en su influencia sobre un resultado como en el planteamiento del juego, nadie le quiere quitar ese «privilegio», pero siempre se le ubica como el blanco fácil. No conozco un solo entrenador que no busque con cada decisión que toma internamente el mayor beneficio del colectivo. Si bien, en un juego tan azaroso como es del fútbol hay muchas variables que escapan al control de uno y por tanto, aunque tengas un plan perfectamente ideado y trazado, e incluso aunque éste se esté ejecutando sobre el césped, puede ocurrir que no ganes, lo cual no significa por ende que te hayas equivocado. Eso sí, los entrenadores, como cualquier ser humano, también se equivocan, es evidente, pero existe una gran tendencia entre el aficionado a tachar de errores aquellas decisiones exclusivamente cuando las cosas no salen bien. Y no tiene por qué ser así. Tendemos a sobredimensionar la importancia de sus decisiones en base a los resultados; cuando gana son todos aciertos, todo ideas bien ejecutadas, planes detallados y desarrollados, pero cuando pierde se dice que han perdido el rumbo, que no tienen capacidad para gestionarlo o que tienen «ideas locas de entrenador».
Quizás como entrenador en el fútbol base que he sido, sin mayor «triunfo» que dirigir hasta categoría cadete a preadolescentes, he llegado a desarrollar una empatía por el tipo del banquillo que no abunda precisamente entre el aficionado de a pie. Con una experiencia muy alejada de la de un técnico profesional ya me da al menos para comprender muchas de las dificultades a las que se enfrenta un entrenador, desde la gestión de un vestuario y su complejidad, con más de 20 personas a tu cargo, cada una con sus particularidades, su procedencia, su padre y su madre y su educación y forma de pensar, en un rol más pedagógico que hasta la actualidad el entrenador no había tenido tan interiorizado en sus labores, hasta las decisiones más tácticas a la hora de preparar un partido o de intentar cambiar el desarrollo del mismo.
Como ya dijo Miguel Ángel Ramírez, desde fuera hay mucha información que nos perdemos. Es normal. Sin ella, hay decisiones que cuesta más entender o interpretar, pero eso no nos debería llevar a la valoración de las capacidades de aquellos que se sientan en el banquillo. Podemos no compartir cualquier decisión, algo que parece imprescindible en la era de la opinión, pero la reflexión y el análisis que deben acompañar a ese punto de vista suelen brillar por su ausencia. Valorar en su justa medida el trabajo que se hace de puertas para adentro, más en este estado de gran desinformación, supone muchas veces una barrera insalvable como la que hoy divide la Escuela de Fútbol de Mareo.
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Hay mil motivos por los que un entrenador se puede equivocar, desde el hecho de enfrentarse a situaciones que no sepan perfectamente cómo gestionar, ya sea por afrontarlas por primera vez, por ser inesperadas o por no tener las herramientas adecuadas para ello, hasta interpretaciones erradas. De eso no escapa ninguno. Se llame Miguel Ángel Ramírez, Abelardo Fernández, David Gallego o José Mourinho. Pero no por un resultado. Entender esto como parte intrínseca a la toma de decisión, recalco nuevamente, en algo tan azaroso como el fútbol, supone un paso adelante hacia una empatía casi inexistente. Los entrenadores sólo son juzgados por los resultados, cuestionando incluso esa máxima de que cada decisión que toman va orientada precisamente a buscar eso, la victoria. Cada elección en los onces, cada cambio o cada ajuste táctico sólo tiene ese objetivo. Pero desde fuera, sin mayor pretensión de analizar nada, sólo se valora la capacidad del inquilino del banquillo en base al éxito o al fracaso. Independientemente de quién sea.
Así, el citado Abelardo pasó de ser un ídolo del club por un ascenso histórico en la entidad a ser defenestrado tras su segunda etapa, considerado ahora por unos cuantos incapacitado para volver a un banquillo. Con Ramírez, sin grandes éxitos en el Sporting a sus espaldas que sirvan de colchón, ya se ha vivido de todo en poco más de un año. Desde el desprecio a partir del desconocimiento a su llegada, al halago -seguramente también desmedido- con la primera vuelta de esta temporada, renovando ilusiones, a nuevamente cuestionar toda capacidad para ejecutar su trabajo ahora que vienen nuevamente mal dadas. El nombre es independiente en todo esto, pues el que lo sufre siempre es el mismo; el entrenador. Una profesión sobre la que no se admite el error y para la que cualquier cosa, incluidas aquellas que escapan de su control, se tachan de equivocaciones si el resultado es lo que dicta. Algo tan interiorizado que no veo posibilidad de cambiar. Aquí, en el Sporting, y en este deporte en general. El fin de semana seguirá dictando sentencia, pudiendo ser diferente cada 7 días, lo cual en la sociedad actual siempre venderá más que nada. Más le vale ganar para que el pulgar del coliseo no apunte hacia abajo, independientemente de todo lo demás. Así, evitaremos que la trituradora de entrenadores siga siendo lo más habitual en este oficio tan desdichado.