La Voz de Asturias

Hora y lugar de la capilla ardiente y el funeral de Enrique Castro Quini

Sporting 1905

Nota de prensa

Capilla ardiente en El Molinón

28 Feb 2018. Actualizado a las 11:06 h.

Mañana se abrirá la capilla ardiente en El Molinón a las 12 del mediodía. El funeral tendrá lugar en el mismo campo a las 20 horas. Además se ha habilitado un modesto altar en la puerta 9 del estadio.

Así despide el Real Sporting de Gijón a Quini en su web oficial:

La máxima esencia del fútbol son los goles, precisamente lo que Quini representó en grado máximo. A ello añadió Enrique de Castro González (Oviedo, 23 de setiembre de 1949) un carisma arrollador que le ha convertido en una de las figuras más populares que haya dado Asturias a lo largo de los siglos XX y XXI. Independientemente de los colores de las camisetas que vistió, el concepto geográfico está perfectamente acuñado para quien, nacido en Oviedo y criado en Avilés, lideró en Gijón la época más brillante del fútbol asturiano a lo largo de su historia.

Los datos que presenta son reveladores. Erigirse cinco veces en máximo goleador de la Primera División del fútbol español es gesta a la que sólo pueden aspirar verdaderas estrellas de la talla de Zarra (lo fue en seis ocasiones), Di Stéfano o Hugo Sánchez. A esta cifra añadió Quini la consecución de otros dos entorchados de máximo realizador las dos temporadas que jugó completas en la categoría de Plata. Todo un hito para el fútbol español y todo un mito para el asturiano. ¡Ahora, Quini, ahora!, se convirtió en el grito más coreado de la más espléndida época sportinguista, que se repite cada jornada en que visita otros campos de fútbol como delegado del Sporting.

Como futbolista, Quini ha sido por encima de todo hombre de club. De un lado, porque su contagioso entusiasmo adquiría el máximo valor en la continuidad del trabajo cotidiano, en el día a día: en el campo, en el vestuario o en la misma calle, y de otro, porque, sin menosprecio de la selección nacional,  fue precisamente en el Sporting y Barcelona donde más rendimiento lograron extraerle a sus virtudes goleadoras, axioma como queda dicho del fútbol y de su indiscutible valor en los términos más objetivos.

Se da la curiosa circunstancia de que sus inicios en el Ensidesa y Sporting no fueron precisamente como delantero centro. Lo mismo le ocurrió también en el Barcelona. No obstante, en todos los casos el dorsal con el número nueve pasó pronto a su poder, porque se lo ganó en todos los casos por ganar por méritos propios.

Quini siempre mantuvo un continuo idilio con el gol. Su capacidad para desmarcarse, para jugar sin balón y para alcanzar la posición más ventajosa coronaban un innato instinto dentro del área contraria que aderezaba con unas dotes rematadoras portentosas. 

Quizás porque en su familia los genes eran de guardameta (lo fue su padre y sus hermanos Jesús y Falo, y hasta él mismo llegó a actuar en juveniles como esporádico portero), Quini supo encontrar el antídoto para llevar el balón a las mallas contrarias. La realidad es que él también quiso ser portero, pero obró de hermano mayor. Sólo actúa un guardameta en cada equipo. Si lo hacía él, lo normal era que relevara a Jesús al Banquillo. Jesús, el héroe que entregó su vida en el Cantábrico a cambio de la de un niño inglés al que ni siquiera conocía y al que salvó de morir ahogado.

Quini se distanció así de la portería propia, pero para acercarse a la contraria. Se convirtió en un experto en horadarlas. Dominó todas las artes del remate. Si bien no disponía de una especial cintura, le bastaba un gesto o una mirada para clavar sobre el terreno de juego al defensa contrario. No podía haber descuidos ante él. Siempre oportuno, era también capaz de adornar con especial destreza unas boleas que fueron la maravilla de El Molinón y de cuantos campos visitó.

No era especialmente alto, pero esto tampoco era óbice para que de cabeza fuera capaz de amaestrar al balón a su antojo. Pero no sólo sabía Quini el lenguaje del área. Tras ayudar en tareas defensivas, sus arrancadas desde el centro del campo, con aperturas a las bandas, tenían siempre el objetivo de que el balón le regresará cuando hubiera alcanzado la cercanía de la portería rival. Los guardametas que tenían enfrente temían su brujería de delantero letal.

Su estampa de goleador, con el semblante tenso y el brazo izquierdo elevando el puño al cielo iluminan todavía el recuerdo del mejor goleador que ha tenido el Sporting en su historia y el mejor artillero del fútbol español desde Zarra.  


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