«Les Calles Cerraes», el centro comercial que fue la Pola
Siero
Las calles Martín de Lugones, Santa Bárbara, Enrique II y Villaverde vivieron un gran esplendor la segunda mitad del siglo pasado, con una oferta que incluía tiendas, servicios, hostelería y ocio
13 Oct 2024. Actualizado a las 05:00 h.
Si preguntas a cualquier persona de Pola de Siero por las calles Santa Bárbara, Enrique II, Martín de Lugones o Villaverde, seguro que duda antes de decirte dónde están. Pero basta que preguntes por las peatonales o, si tienen cierta edad, por «Les Calles Cerraes», y te guiarán hasta allí sin titubeos, porque es un espacio con mucha historia detrás.
La confluencia de estas calles forma un pequeño conglomerado que tiene cierta actividad comercial pero que está muy lejos de lo que fue, sobre todo, en la segunda mitad del siglo pasado. Recientemente, salía a la luz que una de sus tiendas emblemáticas, la mercería Casa Gorín, cierra sus puertas, al igual que lo fueron haciendo en los últimos años comercios señeros como el bazar El Cero, la perfumería Rovi, la librería San Vicente o la relojería Cezón. Estos cierres parecen apuntalar una decadencia debida, sobre todo, a los cambios en los hábitos de compra y a la feroz competencia de las grandes superficies.
Pero no fue siempre así. Casi podría decirse que el primer centro comercial de la Pola fueron, precisamente, Les Calles Cerraes. Solo la gente que peina canas o está cerca de hacerlo recuerda que estas calles tuvieron tráfico en su día. Los vehículos podían atravesarlas de un lado a otro hasta que, hacia los años 80, se emprendió la primera peatonalización de la localidad. De ahí su nombre popular. Las calles se cerraron al paso de vehículos y se convirtieron en la primera gran conquista de los peatones. ¿Y por qué pueden considerarse el primer centro comercial? Porque cumplían con lo que hoy se espera de toda gran superficie que se precie: tiendas, hostelería, gastronomía y ocio.
Las tiendas se sucedían una tras otra en todas las calles, y no había bajo que no estuviera ocupado por un comercio. Había una oferta amplia y diversa, que iba desde las tiendas en las que había de todo, como el almacén de Vigil-Escalera o el bazar Rogelio, hasta las especializadas en electrodomésticos (el Alfa), fotografía (Rea) o ropa (La Colosal, el Chico, Dulcina, Modas Cantera, Antuña, Sastrería Bernabé). Y también comercios singulares como La Vienesa, una confitería en la que, además de comer un pastel, podías llevarte una caña de pescar.
Por otra parte, Les Calles Cerraes tenían dos tiendas de alimentación de las tradicionales, de mostrador, El Chico y Les Elvirites (más tarde, El Ferradal), que vivieron tiempos esplendorosos antes de que los supermercados lo invadieran todo (basta darse una vuelta hoy por la Pola para comprobarlo). Había fontanería, y hasta una pequeña imprenta en la calle Villaverde. Galo García vendía pintura y su hermana Fernanda, en un local adyacente, lana y productos de mercería.
En las calles eran competencia dos peluquerías míticas, la de Ángel y la de Joaquín. Por alguno de estos dos peluqueros pasaron las cabezas de todos los niños de la Pola de aquella época. Los mismos niños que gastaban las pocas pesetas que conseguían en dos tiendas de chuches no menos gloriosas y también rivales, Varista y Les Muyerines, que fueron las últimas representantes de un modelo que hoy está en desuso: el despacho en el mostrador. Ángel el peluquero atendía la tienda junto a Varista, y nunca faltaban bromas con los pasteles de cabello de ángel. Él siempre tenía a mano un chiste o un chascarrillo, como cuando le pedían gusanitos y preguntaba «¿Vivos o muertos?» Y la gran peculiaridad de Les Muyerines estaba en la integración de la tienda en su casa. Tenían los flash en el congelador de la nevera en la cocina, y les decían a los niños que pasaran ellos mismos a coger uno.
Otra tienda legendaria fue Deportes José María. El futbolista poleso José María García Lavilla había jugado en la élite del fútbol español en las décadas de los 60 y 70, y después de retirarse abrió la tienda en una esquina de las calles Enrique II y Villaverde, que se convirtió durante años en lugar de tertulia. Enfrente estaba Calzados Amador, regentada por Pilarina. Es difícil encontrar un poleso de más de 45 años que no haya puesto unas zapatillas compradas allí.
Y muy cerca de allí, la farmacia Laborda -que hoy sigue viva y coleando, aunque en otra ubicación en la misma calle- donde trabajaba uno de los personajes más célebres de la intrahistoria polesa: Maruja Nuño. Suya es una anécdota que todavía resuena en la memoria popular. Le acababan de echar un culete de sidra y le cayó un mosquito al vaso. Cuando a su alrededor se lo advirtieron entre risas, ella, antes de despacharlo de un trago, le soltó al bicho: «engurulla les pates que vas de viaje».
No podían faltar los bares, chigres auténticos como Casa Nemesio y el bar Villaverde, o la Petaca, que resistió hasta hace muy pocos años. Y hasta había una fonda, Casa Belarma, que ofrecía alojamiento y comida casera. Todo a tiro de piedra.
Y, por supuesto, el cine. En la calle Martín de Lugones estaba el Teatro Cervantes, que llegó a conocerse como el Cine Viejo, para diferenciarlo del Cinema Siero (el Cine Nuevo), cuyo edificio albergará en breve la Escuela Infantil de primer ciclo.
Aquel cine tiene mucha historia detrás. Junto a él llegó a lucir un cartel con la leyenda «Se aparcan burros a los martes», que da cuenta de lo mucho que han cambiado los tiempos en poco más de medio siglo; fue el transmisor del cine de la época dorada del Hollywood en blanco y negro y testigo del contraste entre aquel glamour y el saber popular de la Asturias profunda, la que se desahogaba a voz en grito en la sala oscura. Llegó a ser proverbial la frase «dir pal coche» que un espectador gritaba cuando una pareja se acercaba y prometía un encuentro que, presumiblemente, acabaría fundido en negro; o esa otra frase figurada pero mucho más explícita cuando se consumaba una conquista amorosa: «ya cayó el pollu a la granja». Fue también muy famosa una frase con la que un hombre rompió el silencio de la sala diciéndole a su pareja: «¡Marrana, tiraste un peu!»
Entonces estaba todavía muy lejos la era de las palomitas, una costumbre que aunque hoy esté arraigada tiene unas pocas décadas. En este sentido podemos concluir que hemos ido a peor. Hubo una época en la que una mujer vendía bígaros a la puerta del Teatro Cervantes.
Después de pasar por el tecnicolor y el cinemascope, el Teatro Cervantes llegaría hasta la revolución comercial de finales de los setenta con Superman o La Guerra de las Galaxias (nadie hablaba entonces de «Star Wars»), películas que, después de entrenarse en Oviedo, tardaban unos cuantos meses en llegar a la Pola. Pero los tiempos cambiaron, en los años ochenta las proyecciones se concentraron en los multicines de las ciudades, y los cines de los pueblos se vieron abocados sin remedio a echar el cierre. El Teatro Cervantes no fue una excepción.
Como el cine, fueron cerrando muchos locales en la calle. Hoy no se puede decir que no tenga actividad, porque hay tiendas, bares y un restaurante. Entre ellas, tres que resisten: tejidos El Chico, la relojería Constantino Álvarez y la librería Naredo. La ferretería Piquero también, pero en otra ubicación. Aunque hay actividad, lo cierto es que son muchos los locales que cierran y no encuentran quién los abra. Hubo un tiempo en el que se sucedían uno tras otro los locales, y era imposible encontrar uno vacío. Hoy, por desgracia, abundan los bajos cerrados.
El comercio local ha sido siempre muy valorado pero lo tiene muy difícil para competir si no hace una propuesta sólida y apoyada por muchos comerciantes unidos. En su día, Les Calles Cerraes crecieron de forma natural, y de la misma manera fueron yendo a menos con el tiempo. Es posible -por qué no tener esperanza- que los tiempos vuelvan a cambiar y que vuelva aquel esplendor que dio una vida extraordinaria a un puñado de calles apretadas en el centro de la Pola.