Cuando el Museo de Bellas Artes era un colegio de niñas: «Qué buenos recuerdos»
La Voz de Oviedo
La allerana Magdalena González recuerda cómo vivió esa etapa formativa en el centro que hoy acoge la sede de la pinacoteca asturiana
16 May 2023. Actualizado a las 09:37 h.
Antes de convertirse en 1980 en sede del Museo de Bellas Artes de Asturias, el Palacio de Velarde acogió durante casi un siglo el colegio de primera y segunda enseñanza femenina de la Congregación de Religiosas del Santo Ángel de la Guarda. Situada en la calle Santa Ana, en esta institución se formaron académicamente muchas asturianas, entre ellas la allerana Magdalena González. A sus 68 años, esta vecina de Piñeres guarda «muy buenos recuerdos» de este internado, del que a día de hoy apenas queda nada. «Las estancias están completamente cambiadas», asegura nostálgica.
Tras acabar la escuela, con tan solo nueve años, Magdalena González se presentó a un examen oral puesto era obligatorio y necesario para seguir formándose. Este tuvo lugar en el instituto Bernaldo de Quirós, en Mieres, donde un grupo de docentes evaluaron, al igual que al resto de alumnos, sus conocimientos en matemáticas, lengua, geografía, historia, entre otras asignaturas. «A penas llegaba a la mesa de los profesores y tuvieron que ponerme encima de un banco. Además mis padres tenían que presenciar cómo daba la lección», rememora, antes de señalar que en función de la nota se podía acceder a una beca oficial para cursar el bachillerato.
En su caso, sus padres abogaron por internarla en el centro ovetense Santo Ángel de la Guarda. «Eligieron este como pudo ser otro porque en aquel momento, en los pueblos o concejos pequeños, no había institutos de enseñanza y cuando acabas la escuela si querías seguir estudiando tenías que ir fuera y la única forma eran los internados», cuenta la allerana, quien cogió sus bártulos, se montó en un tren y junto con varias niñas de su pueblo y de la zona puso rumbo a la capital asturiana para comenzar sus estudios. «La primera vez imagino que me acompañaría mi madre o alguien de la familia pero el resto de viajes los hacía sola», relata.
Aunque los comienzos no fueron fáciles, en el caso de Magalena, a pesar de su corta edad, nunca se sintió mal. «Yo quería estudiar y la única forma de hacerlo era estar internada. Es verdad que echas en falta a la familia, el cariño y la protección de los tuyos, pero de otra manera estuve a gusto», reconoce. La allerana, al igual que el resto de sus compañeras, sólo regresaba a su hogar por Navidad, Semana Santa o algún puente largo. «Económicamente no podías estar todos los días cogiendo el tren para volver a casa. La manutención la pagabas al mes y por aquel entonces los sueldos no daba para todo», apunta.
En un primer momento la allerana estuvo matriculada en el colegio Santo Ángel de la Guarda en régimen de media pensión. «Mi mayor problema era la comida. Yo de pequeña comía muy mal, entonces el primer año como mi madre tenía miedo a que pasara hambre, como tenía familia en Oviedo estuve de media pensión. Yo iba al colegio, comía allí pero de noche iba a quedarme a casa de mis tías», afirma. Sin embargo, «como al fin y al cabo te acostumbras a todo», al año siguiente ya estaba internada en el centro.
Allí adquirió todo tipo de conocimientos de la mano de «grandes» profesores. «Los docentes que teníamos estaban licenciados en la asignatura que nos daban». No obstante, la allerana aprendió sobre todo a convivir. «Como éramos entre 60 y 100 internas, no recuerdo exactamente, nos ayudó a saber vivir en sociedad porque no todos somos iguales. Es por eso que, aunque tenías tu núcleo de amigas, normalmente te llevabas bien con todo el mundo. También nos enseñaron a proteger al débil, a saber defenderse a veces de los fuertes y además colaborábamos con la fundación la Cruz de los Ángeles -impulsada por el padre Silva y el padre Ángel-, por ejemplo, el domingo sacábamos de paseo a los niños de la institución», señala y destaca la «muy buena educación» que recibieron a todos los niveles, tanto político, como socialmente, entre otros aspectos.
Después de acabar los estudios, cada una de las alumnas del Colegio Santo Ángel de la Guarda siguió con su vida y por tanto sus caminos se separaron. En el caso de Magdalena González como quería ir a la Universidad, tras hacer la reválida —examen similar al que realizó antes de entrar al centro y que también tuvo que hacer en tercero—, comenzó el Curso de Orientación Universitaria (COU), en el instituto de San Lázaro de Oviedo. A continuación cursó selectivo, «que era común a cinco carreras» y al segundo año puso rumbo a Santiago de Compostela para estudiar Farmacia.
Aunque este grupo de amigas del colegio Santo Ángel de la Guarda tuvo que separarse, mantuvieron el contacto entre ellas y a día de hoy conservan una buena relación. «Gracias al colegio creamos un núcleo familiar». Es por eso que aunque ahora estén años sin verse, excepto las que viven en el concejo de Aller, «cuando lo hacemos es como si la última vez hubiese sido ayer». «No necesitas dar ninguna explicación, nada más unas pinceladas de tu vida, no hace falta más, porque es como si supieras ya todo aunque no lo hubieses vivido», confiesa Magdalena, quien tras ver que el artista César Frey hizo una presentación en el Museo de Bellas Artes de Asturias se puso en contacto con él para comentarle que en dicho edificio «había pasado muchos días de su vida».
En ese momento, el también conocido como El Séptimo Crío habló con el director de la pinacoteca, Alfonso Palacio y juntos organizaron un encuentro con el objeto de que tanto Magdalena González como el resto de sus amigas vieran cómo era ahora el colegio, puesto que en ese espacio actualmente se alberga las colecciones más antiguas de la pinacoteca, datas de los siglos XIV-XIX. «Fue muy emocionante porque aunque el uso es completamente diferente, las estancias son las mismas y las identificamos perfectamente», asegura, antes de señalar que les faltó por descubrir «habitáculos en los que hacíamos mucha vida».
¿Cómo cambiaron las estancias?
Lo que antiguamente era el salón de actos, a día de hoy es una de las galerías de exposición del primer piso del edificio que da a la calle Santa Ana. Donde estaba la enfermería, «en la que había una cama y una zona de curas, y a la que acudíamos cuando nos pasaba algo o estábamos malos para que nos atendiese la hermana Purificación», actualmente son los talleres «a donde van los niños de los colegios».
De la misma manera, «la sala de exposición permanente con visionado, antiguamente debajo de ella había unas escaleras que daban a las duchas. Si las subías salías al patio». «Abajo, donde está el ascensor, estaba la entrada al patio de juegos cuando llovía. Lo que está enfrente de la entrada antes era la portería, donde se compraban los uniformes y estaba el teléfono. También en la parte de abajo, según entras a la izquierda, estaba la clase de párvulos», rememora Magdalena González.
En cuanto al comedor y al resto de las aulas, «estas daban a un patio de luces que yo creo que ahora mismo se vería la parte nueva del Museo». Los dormitorios, que eran tres y de los que apenas queda rastro, estaban conformados por «camas seguidas y cada uno tenía su lavabo y ducha que compartimos todas». Además, la entrada desde el colegio a la capilla que «está a continuación del Palacio de Velarde y cerca de la iglesia de San Tirso» actualmente «está tapiada». «No se accede por donde lo hacíamos antes».
Aunque cada espacio está totalmente renovado, tanto Magdalena González como sus compañeras se acuerdan de todo. «No se nos ha olvidado nada. Me acuerdo incluso que en la zona donde vivían las monjas no nos dejaban entrar nunca», señala antes de reconocer que también aprendieron a buscarse la vida. De aquella no había móviles y la mayoría de los hogares no contaban con teléfono fijo, entonces para comunicarse con sus progenitores «llamábamos a casa del vecino que lo tuviese para que les pasase el recado de que habíamos llegado o que estábamos bien».
En el caso de mandar una carta, esta había que entregársela abierta a las monjas. «Por lo menos al principio, después con el paso del tiempo ya no hacía falta. Entonces como había compañeras que no estaban internas, se las mandábamos para que las echasen a los buzones de fuera», apunta, antes de señalar que uno de los episodios que más le ha marcado del centro es cuando falleció una profesora francesa que les enseñaba el idioma.
«Ya era muy mayor cuando nos daba clase, entonces cuando se murió se montó un velatorio y claro a parte de ser tu profesora como convivías con ellas eran casi de tu familia», resalta. No obstante, su estancia en el colegio Santo Ángel de la Guarda «no supuso ningún trauma, a diferencia de otras niñas que lloraban por su mamá». Al fin y al cabo, Magdalena al igual que el resto de Asturias estuvo internada «porque era la única solución que había para poder seguir estudiando».