La Voz de Asturias

Los cañones de Oviedo «primos» del que mutiló al almirante Nelson

Oviedo

G. GUITER
Los cañones tricentenarios «Hicaro» y «Raio», ejemplares de gran calibre ubicados como adorno en el parque de San Pedro de los Arcos de Oviedo

Hicaro y Raio, que adornan el parque de San Pedro de los Arcos, salieron de la misma forja y en la misma época que el Tigre, que dejó manco al marino inglés

30 Apr 2022. Actualizado a las 05:00 h.

¿Alguna vez rugieron poderosamente contra el enemigo? Uno de los puntos más altos del casco urbano de Oviedo, el parque de San Pedro de los Arcos, tiene por vigías a dos colosos de bronce poco conocidos: los cañones Hicaro y Raio, piezas valiosas del siglo XVIII que un día fueron temibles y que ahora permanecen dormidos, al raso y accesibles a cualquiera que se acerque.

Son primos mayores del famoso cañón Tigre que le arrancó un brazo al almirante inglés Horatio Nelson en 1797, hechos en la misma forja y para el mismo rey. Tanto los ovetenses como el Tigre llevan inscrita una clara advertencia que Nelson comprobó con dolor al intentar tomar Tenerife: Viol(ati) fulmina regis, que se traduce como Los rayos del rey ofendido.

Inscripciones en uno de los cañones de San Pedro de los Arcos, Oviedo, en las que se ve el nombre del rey Felipe V y el escudo real© Daniel Roig

El origen estos dos abuelos de 24 libras está claro, pues ellos mismos lo cuentan en sus inscripciones. Fueron fundidos en la fábrica de armas de Sevilla hace casi 300 años, en 1717 y 1719, bajo el reinado de Felipe V. La artillería de gran calibre fue muy utilizada tanto en navíos de guerra como en fortalezas costeras, y era muy cara. De hecho, esa fábrica solo produjo dos centenares como Hicaro y Raio durante el siglo XVIII.

La fundición de Sevilla pasó por varias etapas de gestión privada y pública o mixta y a esta última corresponderían los dos cañones. Según cuenta el historiador Antonio Aguilar (tesis La Real Fundición de Sevilla. 1717-1808), en el año 1717 la monarquía quiere tener, por varios motivos, un mayor control estratégico de la fábrica.

La joya de la producción es ese monstruo de dos toneladas y media de bronce, con un elevado coste, que era muy variable en función de la procedencia de metales y otros factores, y ascendía hasta 38.000 reales, manufactura incluida. Un cálculo de esa cifra traducida a valor actual muy aproximado (sin tener en cuenta su valor histórico) estaría en torno a los 120.000 euros cada uno, así que es natural que llevaran cada uno su propio nombre.

12 hombres para un cañón

Los 24 libras (llamados así por el peso del proyectil, unos 12 kilos) servían como armas principales de navíos medianos o como secundarias de los más grandes, que usaban piezas de hasta 36 libras. El proyectil llegaba a alcanzar nada menos que los tres kilómetros, aunque era efectivo, en realidad, hasta un kilómetro. El Tigre que mutiló a Nelson era de menor calibre, 16 libras.

Una reproducción histórica del uso, en un navío, de cañones de 24 libras similares a los de San Pedro de los Arcos, en Oviedo

En el siglo XVIII se convirtió en el recurso de artillería más usado en todas las armadas, incluyendo la española. Requería una dotación de 12 hombres para manejarlo: un jefe artillero, 10 artilleros y un chico de la pólvora, que iba trayendo para cada tiro los sacos de 3,6 kilos de pólvora de la santabárbara.

Para cargarlos, se colocaba primero el saco de pólvora, que se empujaba a fondo con un atacador. Luego se introducía por la boca la bola, de modo que se necesitaba alguien con fuerza y destreza y, por último, un taco de tela o estopa que impedía que la bola rodara hacia adelante antes del disparo.

Cuando estaba cargado, el jefe artillero metía un punzón por un agujero (el oído) que llega hasta la cámara, rellenaba el hueco con pólvora de un cuerno y apuntaba el cañón. Cuando estaba preparado, un ayudante acercaba una mecha prendida y se producía la detonación. La devastación que podía producir esa bola de hierro de 12 kilos (o metralla, u otro tipo de proyectiles) era muy notable.

Una L que es una I

Según las fichas del Inventario de Artillería Histórica de Asturias (IAHA), se trata de piezas de bronce de gran interés y en buen estado de conservación, pese a que hay señales de «vandalismo» en forma de grafitis y algo de óxido.

En el cuerpo, dice el IAHA, «está grabado el nombre del fundidor» que cita como «Voie Labet», aunque probablemente es un error que se ha replicado después muchas veces en otros textos. La inscripción quiere decir, en realidad, Voie i Abet, es decir, Bernardo del Voie ( a veces mencionado como Boy) y Abet (o Habet), miembro de una famosa familia de fundidores de Sevilla (Revista de Historia militar, num.19, 1965 e Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico). También consta el lugar donde se creó (la fábrica andaluza) y el año.

El «oído», o agujero por el que se prendía la pólvora del interior del cañón, está adornado como si fuera la boca de un rostro. Cañones de San Pedro de los Arcos, en Oviedo© Daniel Roig

A las piezas, explica la ficha del IAHA, se les eliminó parte del extremo de la lámpara y su cascabel, lo que indicaría que estuvieron expuestas de forma vertical. Sí mantienen su delicada ornamentación, que incluye unas asas en forma de delfín, un fogón el que se reconoce un rostro humano cuya boca es el oído del sistema de disparo y los escudos de las armas reales y de Farnesio, los collares de las órdenes del Toisón y del Sancti Spiritus y bajo ellas la inscripción PHILIP (us) V HISP (ani) REX ELISAB(eta) FARNE(sia) HISP(ani) REG(ina), es decir, Felipe V e Isabel de Farnesio, reyes de España.

Ambos están montados sobre unas robustas cureñas (estructuras de madera con ruedas) de factura moderna, similares a las que se usaban en combates navales.

Los cañones «Hicaro» y «Raio», ubicados en el parque de San Pedro de los Arcos de Oviedo sobre sus cureñas© Daniel Roig

¿Cómo llegaron a Oviedo?

El origen de su fundición está claro, pues. A partir de ahí, cómo llegan a Oviedo es más misterioso. Carlos Fernández Llaneza (San Pedro de los Arcos. Una Historia Milenaria) señala que Hicaro y Raio fueron colocados en este sitio durante la construcción del templo neorrománico de San Pedro y la urbanización del entorno, entre los años 1908 y 1910.

En las fichas del Inventario de Artillería Histórica de Asturias (IAHA) no figura dónde estaban antes, aunque sí se indica que, «teniendo en cuenta la existencia de piezas similares en la Fábrica de Armas de Trubia, también utilizadas como ornamentos, se puede proponer que llegaron de este establecimiento o de la cercana fábrica de La Vega».

Detalle de las asas en forma de delfín de los cañones Hicaro y Raio, en el parque de San Pedro de los Arcos de Oviedo© Daniel Roig

En efecto, en Trubia hay cañones (y vestigios) similares: dos farolas realizadas con gemelos de Hicaro y Raio, así como otros que se usaron para adornar el monumento a Elorza. Pero eso no resuelve la cuestión: quién las envió Asturias.

Está documentado el uso de los 24 libras en la guerra de Independencia como defensas costeras contra los franceses, emplazados, por ejemplo, en las baterías de Santa Catalina y San Pedro de Gijón. También en muchos otros puntos de Asturias como Candás, Luanco, Llanes o Tazones. Tal vez provienen de alguno de esos puntos, tal vez fueron un regalo relativamente reciente de la fábrica sevillana o tal vez mostraron, alguna vez, su terrible furia a los invasores en algún otro punto de España.


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