El asturiano al que detuvo la Gestapo y se libró del fusilamiento gracias a Serrano Súñer
Oviedo
Historia de la larga e intensa vida de Teodomiro Menéndez, un histórico político socialista que fue condenado a muerte dos veces
26 Dec 2021. Actualizado a las 05:00 h.
El cuartel de policía de Santa Clara de Oviedo estaba agitado: un hombre acababa de saltar por una ventana con intención de huir de sus captores, pero se rompió una pierna y varias costillas y no lo consiguió. El año es 1934, el hombre se llama Teodomiro Menéndez Fernández y finalmente se librará de dos condenas a muerte y vivirá una larga y agitada vida.
Teodomiro había nacido en la capital asturiana en 1878, hijo de una familia «de origen humilde», según Aurelio Martín Nájera (Biografías, RAH), por lo que tuvo que comenzar a trabajar muy joven en la fábrica de armas de la Vega. Pero es un chico inteligente e inquieto, y pronto se forma en las aulas de Extensión Universitaria y se interesa por la política, que traerá un siglo turbulento.
Tras ingresar en 1901 en el PSOE, entra en los escaños del ayuntamiento en 1911. Despedido de la fábrica, según Martín Nájera, se dedica a organizar a los obreros ferroviarios y por participar en una huelga general en 1917 es condenado a cárcel y destierro en Palencia.
Pero sale con fuerzas renovadas y es elegido diputado de nuevo. La política nacional está dando una peligrosa vuelta de tuerca que desemboca en la dictadura de Primo de Rivera, contra la que Teodomiro se posiciona junto al histórico Indalecio Prieto. La Fundación Pablo Iglesias (FPI) señala que «estuvo varios años en Cuba donde emigró perseguido por la dictadura (de Primo) y desde donde regresó al proclamarse la Segunda República».
Más tarde, con la naciente democracia y a la estela de Prieto, llegó a ostentar el cargo de subsecretario de Obras Públicas. Y «aunque no desempeñó un papel muy activo durante la revolución de octubre de 1934, lo detuvieron», señala el RAH, bajo el gobierno republicano. Fue el inicio de un penoso periplo.
Según cuentan otras fuentes, los soldados moros del entonces coronel Yagüe le propinaron una paliza de la que quedó maltrecho. Ahí lo encontramos en el cuartel de los guardias de asalto, ubicado en el antiguo convento de Santa Clara (derribado años más tarde, se conserva poco más que una fachada, donde hoy se levanta el edificio de Hacienda), donde continúan los malos tratos hasta que, al parecer, él mismo salta por una ventana para intentar escapar.
Lo ingresan el hospital postrado en la cama y lleno de fracturas y magulladuras, y luego se le forma consejo de guerra, como recogen los periódicos de entonces. Condenado a muerte y a pagar la astronómica cantidad de 100 millones de pesetas al Estado en 1935, finalmente, se le conmuta la pena de muerte por la de prisión.
Allí ocurre otra cosa curiosa en la vida de Teodomiro. José Antonio Primo de Rivera, que le apreciaba como adversario en los debates parlamentarios, le envía una caja de botellas de champán al penal del Dueso, donde permanece hasta el triunfo del Frente Popular en 1936 y la amnistía de los presos, cinco meses antes del estallido de la Guerra Civil.
Liberado, vuelve a la acción política y es designado miembro del Tribunal de Cuentas, pero el estallido de la Guerra Civil trunca esa carrera. Sigue trabajando para el Gobierno durante el conflicto, como director de la Oficina Nacional del Aceite en Barcelona.
Al terminar la guerra, se exilia a Francia como tantos otros. Y lo mismo que Companys, es detenido por otro español, el policía Pedro Urraca (hijo de una asturiana también). Urraca colaboraba con la Gestapo en la identificación y detención de exiliados españoles en Francia. Cerca de Burdeos, Teodomiro Menéndez cae en sus redes «junto con los republicanos Carlos Montilla, Miguel Salvador y Carreras y Cipriano Rivas-Cherif».
El gobierno colaboracionista de Vichy entrega a estos cuatro con Julián Zugazagoitia y Francisco Cruz Salido a las autoridades franquistas, que no duda en condenarlos a muerte de inmediato. Solo estos dos últimos serán ejecutados, mientras Teodomiro se libra, al parecer gracias a las gestiones de Ramón Serrano Súñer, al que había ayudado previamente (según el biógrafo Etelvino González, que publicó Teodomiro Menéndez, político y sindicalista, Fundación José Barreiro). Se le vuelve a conmutar la pena de muerte por 30 años de prisión.
Pasa diez en la cárcel y luego permanece en libertad vigilada en Madrid, donde «se incorporó a la organización socialista clandestina, empleando los nombres de Pi, Pin y Piriri», dicen en la FPI. La Fundación añade que «fue uno de los receptores de las ayudas económicas que la organización del exilio enviaba periódicamente para sufragar la actividad clandestina y respaldar económicamente a las familias de los presos. Aunque en una segunda fila, mantuvo siempre su contacto con la organización clandestina llegando a desempeñar cargos organizativos en algunas ocasiones». Fiel a sus principios hasta el final, el asturiano todavía vivirá para ver extinguirse al dictador y agonizar el régimen franquista, hasta que fallece el 28 de julio de 1978, justo después de cumplir los 100 años.