La Voz de Asturias

¿Quién empuñó la espada milenaria de Sobrefoz?

Oviedo

G. GUITER
La espada de Sobrefoz (concejo de Ponga, Asturias), cuya antigüedad se estima en 3.100 años y ha sido entregada por un coleccionista privado al Museo Arqueológico de Asturias

Claves para entender dónde se pudo fundir y quién fue el propietario de un objeto prehistórico asturiano de bronce

23 May 2021. Actualizado a las 05:00 h.

Un maestro trabaja en su choza, entre moldes, herramientas y minerales. Aprendió de sus antepasados a dominar la magia del fuego y los misterios de la perfecta aleación de cobre y estaño, el poderoso bronce. Si la espada que creó este maestro la empuñó un rey o un guerrero, si viajó cientos de kilómetros, si fue regalada o cambiada por un lejano viajero, o fue fundida en el corazón de las montañas asturianas, son claves aún por resolver.

Muchos secretos duermen todavía en la antigua espada de Sobrefoz (concejo de Ponga), desaparecida largo tiempo, y que esta semana fue donada al Museo Arqueológico de Asturias por la familia de un coleccionista privado que la rescató y atesoró durante los últimos años.

Y las preguntas no obtienen, ni mucho menos, fácil respuesta. El catedrático de Prehistoria (hoy profesor emérito) de la Universidad de Oviedo Miguel Ángel de Blas Cortina sí puede aportar, con su larga experiencia y la pasión que no puede ocultar cuando se explica, algunos datos que ayuden a desvelar la leyenda. Habla y, mientras lo hace, se ramifica, reflexiona, explora todos los caminos y responde a una cuestión con otras diez más interesantes. En la Universidad, su departamento investiga desde hace años este tipo de hallazgos.

Antigua, muy antigua

Lo primero que se le plantea al experto es el cuándo. La datación se intuye en primer lugar a partir de la forma y el material con que se fundió: el bronce, tan importante en la elaboración de enseres; tanto, que da nombre al periodo prehistórico en el que se descubre y se trabaja.

En cuanto a la forma, se trata de una hoja de unos 70 centímetros de largo, de doble filo, que se estrecha en la base por encima de la empuñadura, luego se ensancha y finalmente termina en una aguda punta; un tipo que De Blas encuadra entre las llamadas pistiliformes atlánticas de empuñadura tripartita, «de finales de la Edad del Bronce continental, vinculadas al fenómeno centroeuropeo de los campos de urnas». Esa silueta estuvo muy extendida en Europa y llegó incluso hasta la cultura Micénica. Ya nos situamos, por tanto, en torno al año 1100 antes de Cristo, un periodo muy anterior a la llegada de los romanos a la Península Ibérica.

El catedrático Fernando Quesada, de la Universidad Autónoma de Madrid, opina respecto al uso de este tipo de armas que tienen una función «mixta, tajante y punzante, aunque el ensanchamiento de la hoja en el tercio distal (hacia la punta) implica un mayor énfasis en los golpes tajantes», realizando un movimiento circular con el brazo. «Algunas de las espadas de este tipo se cuentan entre las mejor diseñadas, sólidas y equilibradas de la historia de las armas blancas», añade. De ahí la perdurabilidad de su diseño.

 El maestro fundidor

Eso nos lleva al autor de la herramienta; alguien no solo especializado en su trabajo, experto en la compleja técnica de aleación y fundido, sino también conocedor de la moda de la época: «Como objeto simbólico, de prestigio, existe un factor estético muy importante en el diseño», señala De Blas. La empuñadura, hecha casi con seguridad de un material orgánico, no resistió el paso de los años. Sería de asta, de hueso o de madera, «pero eso no importa, lo importante es el filo, lo que ha llegado hasta nosotros».

Ahora bien, el artesano pudo ser local o no: dado que la espada está fuera de contexto (se halló en un corral en 1878 y no se sabe cómo estaba enterrada, ni si había otros objetos o incluso restos humanos junto a ella), una forma de hallar pistas del origen sería analizando los isótopos de plomo del material. Por su presencia se podría averiguar si el cobre procede de la zona asturleonesa, por ejemplo, de las minas del Aramo, «que fue una gran productora de ese metal durante un milenio hasta hace 3.400 años, cuando se agotó». La espada parece ser varios cientos de años más moderna, pero eso no importa: «el cobre se recicla constantemente, es valioso» y no se degrada con el fundido. Habrá que realizar ese estudio para averiguarlo.

Lo que da por seguro es que «la hace un fundidor que usa un molde de piedra o barro y sabe perfectamente alear el cobre con estaño para producir el bronce, que confiere una firmeza, resistencia mecánica y elasticidad muy superior, que no se conseguían antes de ese hallazgo».

¿Única en su género?

El catedrático señala que la espada de Sobrefoz es «única entre el Bidasoa y el Eo como arma completa», es decir, lo que actualmente sería desde la frontera francesa hasta el límite de Asturias con Galicia. Sorprende saber que no se ha encontrado nada igual en esta zona del norte de España. «Lo que parece más cercano tipológicamente es una espada de la Gironda francesa». Y la pregunta es, si son tan semejantes, ¿de dónde salieron ambas?

«Puede que compartan un origen común, pero una aparece en un río y otra en un pueblo de las montañas asturianas». Aunque es cierto que Sobrefoz está muy cerca del río Ponga, el lugar del hallazgo fue tierra firme, alejado del cauce.

La región que menciona el profesor, que ahora está en torno a la ciudad de Burdeos, dista más de 600 kilómetros de Asturias, un recorrido considerable si hablamos de la Edad del Bronce. «Pero pudo viajar desde allí, claro que es posible: en todas las épocas los objetos valiosos han servido de trueque o como regalo para personajes importantes. Siempre hay viajeros, emisarios o exploradores», en una etapa o en muchas, a lo largo de muchos años. No hablamos de comercio, puntualiza, pues este es un término histórico, pero sí de mecanismos de distribución. «Los objetos circulan y, con ellos, las ideas. Los grupos dominantes comparten una serie de usos que se hacen universales».

Y en este preciso lugar

Estas armas se encuentran, bien en algún poblado de la Edad del Bronce o bien en zonas fluviales. «Es muy común descubrirlas cuando se dragan ríos u orillas fluviales, y eso tiene que ver con una viejísima tradición del depósito o lanzamiento a las aguas de objetos con una finalidad ritual (como los calderos de Irlanda)», como una forma de entenderse con «divinidades acuáticas» o seres sobrenaturales.

Pero la herramienta de la que hablamos aparece lejos de un río. «La pregunta que nos hacemos es si formaba parte de un viático fúnebre de un personaje importante». Lo que nos lleva directamente al propietario:

Un personaje principal

La espada de bronce era una pieza muy valiosa en su tiempo, «significa un dispendio en términos materiales, por lo tanto, es un elemento de estatus». ¿Quién la poseía? Tal vez un reyezuelo local, un líder tribal, un guerrero destacado. En todo caso, alguien importante en su sociedad.

Recreación actual de un guerrero astur enrolado en las legiones romanas. Curiosamente, ha sido representado con una espada pistiliforme, mucho más antigua en su origenBERTO PEÑA

¿Se combatía con ella? Quizá sí o puede que no, dado su valor. En todo caso, no es meramente ornamental, «es eficaz, cortante». Tiene mucha capacidad de herir o matar. «Lo que no podemos obviar es que sea de estatus, que sea simplemente de prestigio, ostentación, que se exhibe en momentos determinados, militares o rituales; un líder tiene que manifestar su estatus. De toda la historia del armamento, lo que pervive en los ejércitos actualmente es el sable, que es del oficial, del que manda», señala el profesor.

Y ¿jefe de qué?

Para que haya un jefe, tiene que existir un grupo. La sociedad en la que se encuadra, el Bronce final es, según De Blas, tribal pero «muy poco nucleada; no tenemos localizados poblados estructurados». Más tarde aparece la cultura castreña pero no en ese momento, que se sepa.

Las sociedades asturianas del Bronce «son poco sofisticadas, no podemos hablar de contingentes de población muy grandes. Quizá podían estar confederados con un sistema jerárquico que no se tradujo en monumentalidad que llegue hasta nosotros. De esa época no conocemos casi nada».

En un salto casi al presente, lo siguiente que ocurrió está contado ya: Alguien la descubre en 1878 y pasa a la colección privada de Soto Cortés, se fotografía en 1940 y a partir de ahí se da por desaparecida; la colección de Soto Cortés recae en el Museo Arqueológico... pero la espada ya no está. ¿Fue vendida o extraviada antes?

Reaparece, y lo hace en una casa cercana al palacio de Labra, cuando Maximino Blanco, el aparejador de Cangas, redescubre la pieza y la adquiere en 1997. Finalmente él muere, pero expresa su deseo de que su colección sea donada al Principado y así lo hace su familia, cumpliendo ese deseo y aportando a la sociedad un objeto de incalculable valor científico.

Respecto a la espada de Sobrefoz, casi todo está ahora por desvelar, una vez más. «En la ciencia», concluye Miguel Ángel de Blas, «nada está cerrado. Siempre queda algo por descubrir».


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