Oviedo, una mina de chocolate
Oviedo
La ciudad fue una potencia nacional del sector y llegó a tener 42 fábricas que trabajaban el cacao llegado en los barcos de ultramar
01 Nov 2020. Actualizado a las 05:00 h.
Hubo un momento mucho más dulce que el actual para Oviedo. No hace mucho tiempo, la ciudad llegó a tener 42 de las, nada más y nada menos, 300 fábricas de chocolate de Asturias. El auge del comercio con ultramar, apoyado en una floreciente industria indiana a ambos lados del Atlántico y la ausencia de grandes marcas nacionales hicieron que en la capital asturiana se asentara una multitud de pequeñas y medianas fábricas artesanales que hacían el milagro a diario con cacao y azúcar.
En el amplio trabajo Chocolate y publicidad en Asturias (editado por el Museo del Pueblo de Asturias), de Claudia Prieto Rodríguez, se recoge buena parte del testimonio gráfico que de ello ha quedado. Según José Ramón Fernández-Tresguerres, que prorroga el libro, «entre 1925 y 1945, Asturias fue la cuarta productora de chocolate en España, detrás de Barcelona, Valencia y Madrid»
Del gusto de los asturianos, y en concreto de los ovetenses, por el preciado cacao, queda constancia ya en la constitución de La Perla Americana en 1853, según señala Tresguerres. No es que no se consumiera antes: «Hasta esa fecha, la elaboración del chocolate se realizaba exclusivamente de manera artesanal, en pequeñas industrias que casi no necesitaban reclamos publicitarios para su comercialización. La producción se encaminaba, principalmente, a satisfacer las necesidades del mercado local y apenas salía de su reducido ámbito geográfico».
Es lógico que la mayoría de las fábricas de chocolate estuvieran cerca de puertos de desembarco del producto que llegaba de América. A partir de ahí, dice el investigador, se asienta en «los núcleos principales de consumo, es decir, los economatos mineros, los de las empresas siderometalúrgicas, ferroviarias, militares, etc., ya que el chocolate se consideraba un alimento de mucho poder nutritivo, rico en calorías y, por lo tanto, muy importante en la dieta de los trabajadores». Pequeñas tiendas de ultramarinos como El Arco Iris, cuyos azulejos aún se pueden ver en los arcos junto al ayuntamiento, comercializaban también el producto. La industria chocolatera, de hecho, dio empleo a un «número importante de trabajadores», asegura.
Hasta La Perla, entonces, la elaboración artesanal, «a brazo», había sido aprendido del otro lado del océano por quienes inventaron el producto, los indios de Centroamérica. Después del tueste, se iba prensando la semilla hasta obtener la pasta, a la que posteriormente se le añadía el azúcar y en ocasiones especias como canela o vainilla.
Durante décadas, dice Tresguerres, y sobre todo en los años cincuenta y sesenta del siglo XX, las empresas chocolateras emplearon reclamos publicitarios consistente en rifas y canjes de regalos por cupones, que se incluían en sus tabletas o cuando se completaban los álbumes de cromos. «Estos sorteos llegaron a alcanzar una importancia inusual si tenemos en cuenta que muchos de los regalos consistían en bienes de consumo todavía escasos para la época». Destaca las colecciones que ofrecieron La Primitiva Indiana, Herminia, Kike o La Cibeles.
De esa curiosa y efectiva publicidad nos ha llegado, según una minuciosa recopilación realizada por Claudia Prieto, una notable documentación sobre la actividad chocolatera ovetense. Prieto recorre, si no todas, muchas de las numerosas casas que se dedicaban al producto, que se consumía en gran cantidad a la taza y en menor medida, sólido.
Nace Pinín
Chocolates La Cibeles, una de las que pudo continuar en el tiempo, creó también las marcas CibelCao y Caopinín (en referencia al personaje de las tiras dibujadas por Alfonso). Inició su trabajo de la mano de Tomás Moreno en 1917 en la calle San Juan en, después se trasladó a San Francisco en 1925, donde siguió hasta 1959, cuando se trasladó a Buenavista y finalmente, en 1969, a Meres (Siero), donde aún es fabricado por Chocolates del Norte, del grupo Lacasa. «Los chocolates de esta fábrica asturiana se exportaron a casi todo el mundo», dice Prieto. Publicó álbumes de cromos coleccionables, realizó sorteos, concursos y una infinidad de promociones. No obstante, lo más destacado de toda esa publicidad, puede que sea que, con Chocolates La Cibeles nació el cómic asturiano. El gran dibujante Alfonso Iglesias concibió Las aventuras de Pinín para esta marca de chocolates y también se ocupó de la mayoría de los anuncios publicitarios de la misma, dentro de sus variedades de chocolatinas y chocolate en polvo (Caopinín), así como de los carteles para su patrocinio del equipo de hockey Club Patín Cibeles, de Oviedo, también fundado por Tomás Moreno.
Otra fábrica importante fue Chocolates La Astorgana, fundada por Rafael Plana Marqués en el número 25 de la calle Argüelles en 1901, «año en el que participó en la Exposición Internacional de Alejandría». La fama chocolatera de Astorga, explica Claudia Prieto, «la ciudad con la escuela de maestría más prestigiosa del gremio», se remonta al siglo XVI, cuando el propio Hernán Cortés, quien había traído el primer cargamento de cacao desde América al viejo continente, entregó semillas de cacao como parte de la suculenta dote para casar a su hija con el primogénito del Marqués de Astorga.
A finales del siglo XIX había más de 40 fábricas de chocolate censadas en Astorga. Esta saturación hace emigrar a muchos chocolateros astorganos a otras ciudades o pueblos, incluso a naciones americanas, propagando sus empresas el nombre de Astorga y sus comarcas, como hizo Plana Marqués, a quien sucedió José Acebal, también fue propietario de la famosa panadería El Molinón.
Camilo de Blas, que aún sigue endulzando las mesas desde su veterana tienda de Jovellanos y otras dos, sigue ahí desde 1914. «Siguiendo la tradición familiar, los dos hijos de Camilo de Blas Heras, quien había empezado a elaborar chocolate en León a principios en 1827, se instalaron en Asturias», cuenta Prieto. Uno de ellos, José de Blas, fundó en Oviedo su propia fábrica de chocolates que se vendían en la propia confitería de Jovellanos y también en la del Paseo de Begoña de Gijón.
En la elegante ubicación de la calle de Uría, número 60, se instalaría Chocolates La Covadonga en 1917. Al morir su fundador, Pedro Magdalena, se trasladó a la calle Fray Ceferino, 10 en 1932. Funcionó al menos, hasta 1945, año en el que Daniel Magdalena Ibáñez renovó el registro. Su eslogan era “Limpieza y esmero”. Uno de los hijos de Pedro Magdalena, Antolín, fue propietario de la fábrica de chocolates La Perla Asturiana, también en Oviedo.
En efecto, La Perla Asturiana, era una fábrica de chocolates fundada en 1908 por Fernando Vigil Escalera, sucedido por Amador García y éste por Antolín Magdalena. Estaba en la calle Campoamor y tras la Guerra Civil se trasladó a Campomanes, 4. Ya existía hacía mucho La Perla Americana, como se mencionó antes. Así, explica Prieto, «queda en el aire la duda sobre si el parecido en los nombres de éstas y de otra tercera, La Perla de Oviedo, fue solo coincidencia o un intento publicitario». En 1940, según documenta la experta, vendía sus tabletas de 400 gramos de chocolate familiar a 12,90 pesetas. «Para confeccionar este chocolate popular, destinado a desayunos (desleído en agua) y meriendas (crudo y acompañado de pan), se utilizaba preferentemente el cacao de la Guinea Española porque era el que resultaba más rentable».
Sin embargo, cuando en 1968 esta colonia alcanzó su independencia, la enorme subida del precio de la materia prima provocó la caída y el cierre de la mayor parte de los pequeños fabricantes que no podían competir con las grandes marcas.
La Perla Americana, como se ha comentado, data nada menos que de 1853, fundada por Antonio María Fernández en el número 3 de la calle Rúa y luego trasladada a Santa Susana en 1872, donde gracias a su éxito pudo construir una nave nueva, mientras la antigua quedaba como confitería. Antonio M. Fernández falleció en 1886, «cuando sus chocolates habían ganado 15 Medallas de Honor en varias exposiciones», Por los lazos establecidos del suministro de chocolates, Antonio Sarri, el sucesor, recibió, de León XIII, el título pontificio de Marqués de San Feliz, el 7 de junio de 1897. En 1928 cesó la actividad de la que fue una de las fábricas de chocolate más importantes de España. El edificio de la misma, una de las primeras construcciones de la Santa Susana, fue demolido en 1973, después de pasar sus últimos años cerrado y abandonado.
Los Llavona, chocolateros
Una estirpe chocolatera fue la de Chocolates Fernando Llavona, por el titular que le dio su nombre a principios de los años 20. Llavona, nacido en Torazo (Cabranes) había aprendido el oficio con su tío y se instaló en la calle Arzobispo Guisasola hasta el fin de la Guerra Civil. «Sufrió dos veces la destrucción de sus instalaciones, durante la Revolución de Asturias y durante la contienda española», explica Prieto.
Una de sus hijas, casada con el catalán Román Pitarch, introdujo la fabricación de turrón en la empresa, siendo la única, junto con Diego Verdú, que la producía en Oviedo en esa época. Otros miembros de la familia Llavona extendieron las marcas chocolateras, como Atilano Llavona (Chocolates Atila, de 1945, en la calle Asturias, 24) o José Antonio Llavona (Con la marca que llevaba su nombre en 1927).
Mención aparte merece La Favorita, que Adolfo Llavona estableció en Santa Susa en 1924 y luego se trasladó la calle Fontán 6, donde aún existe la tienda del mismo nombre. A finales del siglo XIX, Adolfo Llavona Venta decidió instalarse por su cuenta y abrir su negocio de ultramarinos y fabricación de chocolates en la calle Santa Susana, esquina a la calle Rosal. Posteriormente compró los edificios número 2 y 4 del Arco de los Zapatos, en El Fontán, instalándose en sus bajos, donde actualmente continua vendiendo sus productos, aunque desde la muerte de Adolfo en 1958 ya no se fabrica chocolate.
Claudia Prieto documenta también el intenso trabajo de de José San Román González y luego de Vicente Rodríguez al frente de Chocolates La Italiana desde 1897, año de fundación. El número de empleados que sostenía, según publicaba entonces El Noroeste, era de 115, con una producción anual de 70 000 cajas en los tres establecimientos; así como Chocolates La Verdad, en Covadonga, 23, registrada por Domingo Calvo y Manuel González Huerta en 1922.
Chocolates Osnola data de 1950. Con el eslogan «Si es Osnola, que no sea una taza sola», se anunciaba en la radio la fábrica de chocolates de Luis García Aguirre, hermano de Ignacio, propietario de Chocolates Auseva, de Gijón. Además de chocolates finos para comer en crudo y chocolate familiar para hacer a la taza, esta fábrica también elaboró Yelmacao, un chocolate en polvo que se vendía en preciosas latas de metal litografiadas. Para incentivar las ventas, entre otras de sus promociones publicitarias, editaron varias series de cromos coleccionables sobre las series de aventuras tituladas: De la tierra a la luna, La vuelta al mundo en 80 días, África salvaje o La conquista del Polo Norte.
Ramón Villa fundó La Independiente en 1922, en la calle Asturias, 16 y fue premiado Medalla de Oro y Placa de Honor en la Exposición de Milán de 1921, una publicidad inmejorable. Las envueltas de sus diferentes clases de chocolates también incluían el dibujo de la Cruz de Mérito obtenida por Ramón Villa, quien también tuvo tostadero de cafés, tés, caramelos, pastillas de café con leche y fábrica de achicoria, bajo la marca La Asturiana.
Pero hay muchas otras, algunas con una actividad muy notable y más teniendo en cuenta la fuerte competencia y el tamaño limitado de una ciudad como Oviedo, aunque sin duda muchas vendían también fuera, incluso a otros países.
Así, Claudia Prieto menciona y documenta Chocolates Braga (calle Santo Domingo, 35), Cooperativa Militar (Desde 1932 en San Antonio, 10); Chocolates Corujo (Mon, 19); Chocolates Fano (avenida de Pumarín, 17); Hijos de M. Morí (calle Cimadevilla); Álvarez Cañedo (calle Santa Susana, 4); La Asturiana (de Francisco Acebal, en La Vega y luego El Águila esquina Jovellanos); La Diana (en Naranco, 14); La Familia (Rosal, 16) y muchísimas más como La Popular, regentada por Armando G. Ojangueren, que luego crearía la famosa academia mercantil: su depósito central estaba en la calle Mon, en cuyo edificio aún están al descubierto los rótulos.
Más cercana en el tiempo estaba Chocolates Mavi, de Manuel Fonseca, en la Travesía del Rayo y desde 1968 en Granda. Editó álbumes de cromos coleccionables, entre los que podemos destacar el titulado Historia de los conquistadores y también regalaba electrodomésticos, motos, radios, menaje de hogar…, siempre bajo su eslogan «Me convencí y chocolates Mavi pedí».
A mediados del siglo XIX, explica en el prólogo Tresguerres, se produce la incorporación de la energía al proceso productivo: el vapor. «La introducción de la energía eléctrica a finales del siglo XIX y principios del XX supone una auténtica revolución en todo el proceso de fabricación», lo que favorece el aumento de la producción, el abaratamiento de los costes «y con ello la generalización del consumo por las clases populares». Aunque seguía siendo un producto más bien caro, debido al uso del cacao y el azúcar, dos bienes preciados.
Tras la Guerra Civil, las pequeñas empresas no se pueden adaptar a los cambios tecnológicos y competir con grandes industrias nacionales o internacionales como Nestlé o Suchard. En el censo industrial de 1958 todavía se contabilizaban alrededor de ochenta fábricas de chocolate en Asturias, pero a partir de los años sesenta comienza el lento declive hasta la casi total desaparición de esta industria.