El último castillo de Oviedo (y su leyenda)
Oviedo
El conjunto monumental de Priorio es de origen medieval, aunque fue reconstruido en el siglo XIX. Actualmente es propiedad privada
19 Jul 2020. Actualizado a las 05:00 h.
En algún momento de la Edad Media, Rodrigo, señor del castillo de Priorio (localidad cercana a Las Caldas), tenía una hija llamada Irene. La leyenda dice que la chica tuvo un romance con un paje. Don Rodrigo se enteró y no le hizo ninguna gracia. Igual que el Escipión de Les Luthiers, tiró de espadón para amenazar al presunto novio y el final no es tan gracioso como el de los músicos argentinos: el paje se revolvió y Rodrigo acabó muerto. Irene maldijo al paje y lo rechazó, así que se éste se arrojó al río Gafo donde aún quedaría una roca con una mancha de sangre. Hasta ahí la leyenda.
El castillo de Priorio fue construido, según asegura algún historiador, en la época de Alfonso II, en efecto, muy cerca del río Gafo, en el municipio de Oviedo. El conjunto monumental pasó a ser propiedad de San Juan de Priorio y, por tanto, del obispado de Oviedo. Lo cierto es que el catálogo de Patrimonio señala que su existencia solo está documentada desde el siglo XIV, «aunque su origen parece anterior». Su origen, porque la construcción antigua desapareció.
Según se recoge en las Actas Capitulares, donde se denomina al castillo «casa-fuerte», en el año 1382 García Álvarez de Palomar era su encomendero (la persona a quien se encomendaba su gestión). Había sido el obispo Fernando Álvarez de las Asturias, conocido como Fernando IV, quien mandó demoler sus torres, dado que había servido para fomentar algunos «excesos» de sus tenedores, como servir de refugio al rebelde Gonzalo Peláez.
No obstante, se mantuvo en pie, pues en 1447 consta que se hicieron obras de reparación en torres y cubo. El edificio, dice Patrimonio, entró a partir de entonces en decadencia hasta llegar a quedar en ruinas en el siglo XIX, época en que fue comprado por Ramón Secades y reconstruido por su hijo siguiendo la corriente neogótica, historicista del último cuarto del siglo. Desgraciadamente, no se puede visitar el interior, puesto que es de propiedad privada, de la familia Quijano.
De su antigua edificación quedan restos de los muros perimetrales en cuyo recinto se levantó la obra actual. Se compone de «dos desarrolladas torres almenadas con garitas en sus ángulos que flanquean un cuerpo central de mayor desarrollo en planta y menor altura, igualmente almenado».
Los muros de las torres se abren por medio de ventanas apuntadas de inspiración gótica que iluminan el interior de cada una de las cuatro plantas en las que están divididas. El cuerpo central seccionado en tres calles, con torreones adosados en los extremos, acoge en el centro un gran ventanal, abierto en arco rebajado y balcón en voladizo.
La cornisa de los tres cuerpos está decorada con arcuaciones yuxtapuestas que recorren todo el perímetro de la fachada. La obra está realizada en mampostería bien trabajada en caliza gris, con sillares en los recercos de vanos, cadenas de esquina, garitas y otros elementos decorativos. A la finca se accede a través de una interesante portada santanderina, realizada en sillería de arenisca, cuyo muro está calado con un gran arco de acceso y una puerta adintelada. En uno de sus costados tiene dos escudos de armas. En el interior de la finca se conserva un molino hidráulico con tres muelas.