Mamut, oso cavernario o leopardo: la dieta del hombre prehistórico asturiano
Oviedo
Estudios de los huesos hallados en la cueva de Las Caldas revelaron cerca de 40 especies que sirvieron de alimento a sus moradores durante 8.000 años
30 Jun 2020. Actualizado a las 05:00 h.
A juzgar por los restos encontrados en la cueva prehistórica de Las Caldas, nuestros antepasados comían prácticamente todo lo que se movía. Desde el gran mamut hasta la pequeña marmota, pasando por el extinto rinoceronte lanudo, el oso cavernario, el lobo o hasta el leopardo. Todo ello se recoge en los estudios Bases de subsistencia de origen animal durante en la cueva de Las Caldas, de los prestigiosos paleontólogos Jesús Altuna y Koro Mariezkurrena.
Esos trabajos sobre el yacimiento se separan en dos niveles del paleolítico, Solutrense y Magdaleniense, un amplio periodo de unos ocho milenios en el que nuestros ancestros habitaron la cueva. Se sitúa aproximadamente entre los 20.000 y 12.000 años antes de la época actual, lo que en términos geológicos es apenas un parpadeo. La cantidad de restos de huesos de animales revelada en Las Caldas fue ingente, en total unos 26.000 fragmentos, por lo que el trabajo de clasificación (sobre todo en los años 80 y 90) fue colosal. Eso, sin contar las herramientas y otros objetos desenterrados.
Altuna y Mariezkurrena elaboraron tablas de las especies de macromamíferos identificadas que, sin duda, habían sido consumidas por los habitantes humanos prehistóricos. Tanto la gran cantidad de útiles hallados como las señales de manipulación grabadas en los huesos no dejan lugar a duda: casi todos están fragmentados con el fin de extraer el tuétano o arrancar y aprovechar los tejidos.
Del periodo Magdaleniense descubrieron que la inmensa mayoría del consumo de carne era de ciervo (cervus elaphus), seguido en número por el rebeco (rupicabra rupicabra), la cabra o el caballo salvaje (equus ferus). Todos ellos pertenecientes a especies abundantes y fáciles de capturar. Pero, sorprendentemente, aparecen también otros animales, aunque en mucha menor frecuencia: Hay un resto de rinoceronte lanudo (coelodonta antiquitatis), algunos de reno (rangifer tarandus), varios de lobo (canis lupus) y también de zorro, lince, marmota, erizo y jabalí.
Tal vez por estar extinguido actualmente, el rinoceronte lanudo llama la atención en el variado menú cavernícola. En su momento, este gigante de hasta tres toneladas de peso y cuatro metros de largo fue común en Europa y el norte de Asia durante el Pleistoceno y sobrevivió hasta el último periodo glacial. Su presencia en la cornisa cantábrica está bien documentada por, entre otros, los estudios del investigador Diego Álvarez Lao, que recuperó un cráneo en Ribadesella.
El gran banquete
De los más antiguos estratos del periodo Solutrense, la cueva de Las Caldas conservó restos, escasos pero aún más espectaculares, de colosales animales cazados y devorados por los humanos y hoy extintos: un oso cavernario (ursus spelaeus) y un mamut (mammuthus primigenius).
El mamut debió de llenar bastante tiempo la despensa de los habitantes primitivos de Las Caldas, porque la especie era de un tamaño similar al del elefante actual, con un peso de unas seis o siete toneladas. El enorme mamífero poseía unos largos y amenazadores cuernos curvos, pero el hecho de ser hervíboro y su lentitud lo harían seguramente una presa fácil gracias a las armas arrojadizas con afiladas puntas de piedra que fabricaban. De hecho, algunos investigadores creen que la caza excesiva contribuyó definitivamente a la extinción del mamut; otros piensan que en realidad no pudieron sobrevivir a la era posglacial por motivos más ecológicos.
Por otra parte, el fiero y peligroso oso cavernario no constituía una presa tan fácil. Seguramente requirió mucha más pericia por parte de los cazadores (y les ocasionó algún que otro lamentable incidente): un macho grande podía llegar a pesar 800 kilos, como mínimo el doble y hasta el triple que sus pequeños parientes actuales, los osos cantábricos. Pero, a diferencia del mamut, el oso sí era capaz de cazar y devorar a su vez a un hombre.
De otro animal también extinguido en la región hace muchos siglos, el leopardo (panthera pardus), es uno de los restos hallados en la cueva. Cómo se las ingeniaron para cazar al poderoso y ágil animal, es otro misterio, pero ahí están sus huesos para demostrarlo, ya que se ha descartado el carroñeo. En todos estos casos, dicen los estudios, también es casi seguro que los hombres y mujeres paleolíticos apreciaban mucho las pieles de sus presas.
El estudio de Altuna y Mariezcurrena, recogido en una edición sobre la fabulosa riqueza paleontológica de la cueva de Las Caldas, coordinada por la experta Soledad Corchón, observó la frecuente fracturación, en casi todos los casos, de los huesos «para la obtención de médula» y así aprovechar al máximo las proteínas. También se apreció la presencia de incisiones de desollado, descarnizado y otras técnicas que se reflejan en marcas en los huesos, como incisiones y raspados. A veces el hueso se usaba también para hacer herramientas e incluso objetos artísticos, algunos de los cuales han llegado a nuestros días.
Los investigadores hallaron, también en los niveles solutrenses, mucha presencia de huesos de ciervo, cabra y caballo, que en realidad parecen constituir la mayor parte de la dieta de carne de los pobladores. Y, junto a ellos, una treintena de mamíferos como lince, lobo, marmota, conejo, reno, bisonte (que además está representado en el arte mueble y parietal), zorro o tejón, entre otros.
También pescaban
Entre los cazadores y recolectores de Las Caldas, una cueva con una larguísima ocupación humana, es lógico deducir que casi cualquier cosa que se pudiera ingerir sirviera de alimento. De hecho, otros investigadores como María Teresa Aparicio y Esteban Álvarez Fernández afirman que sus habitantes también comían moluscos terrestres. E incluso pescaban truchas y salmones (el río Nalón es muy cercano), como señalan Eufrasia Roselló y Arturo Morales en La ictiofauna solutreo-magdaleniense de la cueva de Las Caldas. De hecho, en el yacimiento aparecen pequeños anzuelos y arpones de hueso que dejaron en la cueva y que se habrían usado, bien para coser o bien para la pesca.
Un día de playa
En cuanto al hallazgo de restos de fauna marina como huesos o dientes de cachalote (physeter macrocephalus), calderón (globicephala melas) y conchas, es más complicado explicar su presencia tan lejos del mar (en términos prehistóricos) y los investigadores no creen que formaran parte de su dieta, pero el hecho es que ahí están y sí fueron utilizados para hacer herramientas y otros objetos, ornamentales o rituales. Así lo aseguran Soledad Corchón y Esteban Álvarez-Fernández en Nuevas evidencias de restos de mamíferos marinos en el Magdaleniense: los datos de La Cueva de Las Caldas. En ese artículo se analizan los objetos de adorno colgantes realizados en dientes de mamíferos marinos (foca, cachalote, calderón) procedentes de los niveles del Magdaleniense medio de la cueva.
Ana Mateos, en Contextos paleoeconómicos y paleoecológicos de los cazadores-recolectores del Magdaleniense medio antiguo y evolucionado de la cueva de Las Caldas sí cree que los moluscos formaron parte de la dieta, «aunque es probable que fuesen consumidos en la propia línea de costa trayendo algunos restos a la cueva como objetos para su posterior transformación».
¿Y la dieta sana?
De lo que recolectaban, obviamente poco queda con el paso del tiempo, pero los investigadores piensan que la dieta era bastante amplia y para ello se basan en otros indicios como las marcas de desgaste en los dientes de los restos humanos, coprolitos (caca fosilizada) o fitolitos (vegetales fósiles), al parecer de más complejidad en su estudio o que históricamente ha requerido menos interés de los investigadores.
No obstante, algunos autores insisten, por ejemplo, en que tanto la composición del sarro de los dientes humanos prehistóricos hallados como otros indicios apuntan a que cocinaban algunas plantas para facilitar su ingestión. De hecho, el abanico era muy amplio: frutas, legumbres, gramíneas y semillas en general y hasta setas.
Bernaldo de Quirós señalaba ya hace 30 años en Los inicios del paleolítico superior Cantábrico que «los restos vegetales, que debieron ser un recurso muy importante de la dieta, han desaparecido con el paso del tiempo y de hecho son una fuente cuyo conocimiento es completamente hipotético». Aún queda, por tanto, mucho por saber de la alimentación de aquellos hombres que sobrevivieron gracias a su mejor y más valioso recurso: la inteligencia.