Los cañones de Trubia que pudieron salvar la guerra de Cuba
Oviedo
El ingeniero Hontoria diseñó en la fábrica ovetense las armas más poderosas de Europa, pero los barcos que las llevaban no llegaron a intervenir
21 Jun 2020. Actualizado a las 05:00 h.
En el año 1898, España tenía a flote dos acorazados de primera con cañones de gran calibre: el Pelayo y el Carlos V. Y esas armas habían sido fabricadas en Trubia. Eran una novedad en Europa por su tremenda potencia… que no pudo ser usada en la guerra de Cuba, ni en Filipinas. El final de esta historia es bien conocida: el imperio español se derrumbó y con ello llegarían sombras mucho más tenebrosas a lo largo del siglo siguiente.
El acorazado Pelayo, apodado El solitario, era el buque más potente de la Armada española, con casi 10.000 toneladas de desplazamiento y 105 metros de eslora. Artillaba dos colosales piezas de 320 milímetros (uno proa y otro a popa en torres Canet) y otras dos de 280 milímetros, todas ellas fundidas en la fábrica de armas de Trubia según los diseños del ingeniero militar José González Hontoria.
Además, llevaba otros cañones de menor calibre también diseñados por el brigadier Hontoria y también muy potentes: uno de 160 mm. Y 12 de 120 mm., así como 18 cañones menores, cuatro ametralladoras y 7 tubos lanzatorpedos. Este monstruo de la época iba tripulado por 520 hombres.
A pesar del declive económico y político del Imperio Español, la Armada consiguió que el Pelayo fuera botado en febrero de 1887, once años antes del conflicto. El ingeniero Ignacio García de Paredes Barreda cuenta en Los cañones Hontoria en los buques españoles que el Pelayo participo en 1895 junto al María Teresa y el Ensenada en los festejos con que Guillermo II inauguró el canal de Kiel.
También asistió a varias celebraciones muy señaladas aquí y allá. «Pero cuando realmente fue necesario, en 1898, en que solamente en él se cifraban nuestras esperanzas como único buque capaz de enfrentarse los buques americanos, se encontraba en los astilleros de La Seyne, donde se le había enviado en 1896 prepararse para las inevitables próximas hostilidades», dice García de Paredes. Es decir, como suele ocurrir en España a menudo, demasiado tarde.
Tampoco el Carlos V, que seguía en potencia al Pelayo con cañones de Trubia, pudo intervenir: «Fue enviado hacia Filipinas pero en Port-Said es detenido por dificultades diplomáticas económicas, regresando España sin haber podido desempeñar su cometido como buque de guerra». El culmen del desastre.
Honotoria, uno de los ingenieros militares más importantes en la historia de la artillería española, irónicamente por fortuna para él, no vivió para ver el fracaso ya que falleció en 1889. El Pelayo volvió a España de La Seyne (Tolón) donde instalaron sus cañones de Trubia unos meses después de fallecer el inventor.
Según García de Paredes, el ingeniero gaditano había diseñado en 1878 un sistema de cañones de acero, retrocarga, y ánima rayada en los calibres de 70, 90, 160 y 200 mm. que fue declarado como reglamentario por la Armada Española. «Entre ellos el denominado Trubia, un modelo de cañón de 160 mm que en aquellos momentos fue considerado el más potente de Europa». Pero no paró ahí. En el año 1883, creó un nuevo sistema de cañones que incluía los de 240 mm, 280 mm y 320 mm, que también fueron declarados como reglamentarios por la Armada y más tarde instalados en el Pelayo y en el Carlos V (en este último los de 280 mm. y menores). El poderoso acorazado Pelayo terminó su vida como escuela de marinería, pasando al desarme en 1923 y al desguace en 1925.
También las pólvoras tenían origen asturiano: se hacían en la fábrica de Lugones «cuyos productos, elaborados bajo la dirección de un jefe procedente de Artillería de la Armada, son de una regularidad notable, habiendo presentado grandes ventajas sobre las de procedencia alemana en las pruebas comparativas hechas en Trubia en los cañones de 28 y 32 cm.», recuerda García de Paredes.
Según cuenta la historiadora Paz García de Paredes en La activa vida de González Hontoria, el ingeniero llegó a Trubia por primera vez en 1866 destinado por la comisión de Marina, donde destacó por sus brillantes ideas. Se adaptó muy bien; de hecho se casó en Trubia al año siguiente con la ovetense María Concepción Fernández de Ladreda Miranda y tuvieron siete hijos.
Tras diversos avatares militares, vuelve a la fábrica ovetense entre 1872 y 1878 y comenzó a crear con gran éxito cañones de distintos calibres hasta que en 1885 afronta el diseño de los grandes cañones para el Pelayo que se armaba en los astilleros franceses La Seyne de Tolón. Nombrado caballero de la orden de Carlos III y condecorado varias veces, murió con el grado de Mariscal y fue inhumado en el panteón de marinos ilustres.