La Voz de Asturias

La CIA, tras los pasos conspiradores de Aranda

Oviedo

GUILLERMO GUITER
De izquierda a derecha: El coronel Martín Alonso, el general Orgaz y el coronel Aranda, en Oviedo al finalizar el cerco en 1937. A la derecha, uno de los documentos desclasificados de la CIA

Documentos desclasificados de los espías norteamericanos detallan los planes del 'héroe de Oviedo' para derrocar a Franco tras el fin de la guerra

08 Mar 2020. Actualizado a las 05:00 h.

12 de agosto de 1947. Antonio Aranda, el héroe y traidor del cerco a Oviedo durante la guerra civil española, se ha convertido en un conspirador contra Franco y planea (de nuevo) un golpe. Con fama de liberal y masón, ya ha tenido varios roces con el régimen y, pese a haber sido ascendido a general en pago a su abandono de la República durante la contienda, desde muy pronto constituye un personaje como mínimo incómodo para el dictador.

En 1943, incluso, llegan a arrestarlo por manifestarse secretamente a voces partidario de restaurar la monarquía, aunque poco después es liberado: resulta ser muy mala publicidad para el régimen, al que le cuesta explicar por qué encarcela a un héroe de la gran cruzada. Había razones para ello, sin duda.

¿Se lo contó todo la CIA a Franco? A la vista de la longevidad de Aranda, es muy probable que el dictador, a quien no le temblaba el pulso a la hora de firmar sentencias de muerte, no lo supiera todo. Documentos desclasificados de la CIA revelan que en 1947, el golpista insistía en su inverosímil plan para derrocar al dictador.

Uno de esos documentos de la inteligencia norteamericana se encabeza con el título nada sutil de «Informe sobre planes para un golpe militar». Y ahí explica con bastante precisión que el monárquico Aranda, siguiendo órdenes de «Don Juan» (Juan de Borbón) se había abstenido de actuar, pero había retomado el liderazgo de un grupo de militares que llevaba «más de un año planeando derrocar a Franco».

El plan consistía, explicaba la CIA a su gobierno, en establecer un directorio militar «preferiblemente con una renuncia voluntaria de Franco» y, si eso no se producía, provocar una rebelión en «una o más regiones (…) para allanar el camino al directorio».

A continuación, el objetivo principal de esa junta militar era mantener el orden público y «preparar el establecimiento de una coalición gubernamental que incluya izquierdistas y monárquicos» con el objetivo final de convocar un plebiscito sobre si España debía ser una república o una monarquía.

Seis meses antes del brevísimo «exilio» de Aranda a Baleares, cuentan los espías norteamericanos, el general se había entrevistado junto al asturiano José María Moutas Merás, como representante de Gil Robles, con algunos generales para delinear su plan. Moutas fue un diputado de la CEDA y destacado abogado ovetense.

El primero en ser consultado, señalan, fue el general Camilo Alonso Vega, director de la Guardia Civil: «Aranda y Moutas, señalando el progresivo deterioro de la situación de España bajo el mandato de Franco, concluyeron que sería probablemente necesario un levantamiento militar para producir un cambio». Es decir, eran bastante conscientes de que el dictador no se iba a ir por las buenas.

Es muy llamativo y hasta parece temerario que contactaran con Alonso, apodado Don Camulo por su carácter. Era otro gallego de Ferrol de mucha confianza de Franco y uno de los duros en la represión de posguerra. El caso es que Aranda y Moutas pidieron al general Alonso que no actuara contra una eventual rebelión.

Pero resulta más sorprendente que el director de la Guardia Civil «los escuchó con simpatía y les dijo que estaba desanimado y era pesimista sobre el futuro de España», pero que no podía prometer nada dada su cercana amistad con el dictador, que no le había dejado retirarse. Y añadió el lamento de que su cargo era penoso «debido a las constantes bajas sufridas por el personal» y que perdía como promedio tres guardias cada dos días, lo que le causaba grandes dificultades para reponer las vacantes.

Una curiosa imagen de Aranda (en el centro) junto a Wolfram von Richthofen, jefe de la Legión Cóndor en España

Después, Aranda y Moutas intentaron aproximarse al general Agustín Muñoz Grandes, «que reaccionó violentamente y, golpeando con fuerza la mesa, dijo que él personalmente se ocuparía del asunto de Franco, porque este no se iría por su propia voluntad». Dos meses más tarde, explica el informe, Muñoz Grandes pidió reunirse en privado con Aranda y le prometió que «tendría disponibles todas las fuerzas de Madrid para tomar El Pardo». Aranda debió de alarmarse ante tanto ímpetu y le enfrió un poco el ardor guerrero contestando que, tal vez, aún no era el momento.

También el general José Enrique Varela, otro enfrentado con los falangistas del que Franco no se acababa de fiar, aprobó el plan pero, dice el informe literalmente, «se preguntaba quién le pondría el cascabel al gato». El gato era pequeño pero muy fiero. Aranda le responde vagamente que él asumiría la responsabilidad. Varela sugiere reunir a los altos cargos militares para convencerle de que renuncie. «Esta sugerencia fue rechazada», dice sucintamente el espía ante la improbable propuesta.

Al parecer el más enérgico de los conspiradores fue el general Carlos Asensio Cabanillas, que había sido ferviente partidario de apoyar militarmente a la Alemania nazi, quizá la razón por la que Aranda «pensaba que Asensio no era enteramente de fiar». Hubo otros generales consultados, pero el informante desconocía sus nombres.

Por último, señala la CIA, los militares monárquicos permanecían más bien inactivos ya que pensaban que la mayoría de los mandos estaban atados a Franco por lealtad personal «o la aceptación de privilegios», generalmente ambas cosas, y por tanto no muchos de ellos querrían esforzarse en derrocarlo «a menos que condiciones más allá de su control, como el deterioro de la situación económica, hicieran su caída necesaria».

Pero ya en un nuevo informe fechado el 13 de enero de 1950 y con el sugerente título de «Pesimismo del general Aranda», se explica que el conspirador estaba «decepcionado con el progreso de la oposición a Franco». Aún así, añade, seguía convencido de que el régimen caería en futuro cercano debido a las penosas condiciones económicas por las que atravesaba el país. Como se sabe, el vaticinio no acertó.

También se mostraba molesto Aranda por las disensiones entre monárquicos, que en su opinión constituían un caótico factor que obstaculizaba mucho la rebelión. No era optimista en cuanto a la unidad de la oposición. Queda patente también que los espías estadounidenses conocían el llamado «grupo de Estoril» en torno a Don Juan, abuelo del actual rey. Sobre ellos, decían, Aranda se quejaba de que «quieren controlar toda la actividad opositora pero no tiene planes propios».

El conspirador criticaba con dureza el estado de «confusión» del grupo de Estoril, «que aprueba cualquier propuesta que se le presente, sin importar lo contradictoria que sea».

El final de la historia es de sobra conocido y bastante irónico: Aranda vio cumplirse sus planes de restaurar la monarquía, pues falleció en 1979 a los 90 años de edad con el rango de teniente general que firmó Juan Carlos I, pero no gracias a sus planes conspiratorios, sino porque Franco murió de viejo cuatro años antes que él. En eso sí le ganó la partida.

 


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