Pasado el Rubicón
Oviedo
20 Sep 2019. Actualizado a las 05:00 h.
La rutina del final de verano ha vuelto tras la tormenta y los días son claros y soleados, languidecen y los alargamos como aquellos chicles Boomer de la infancia. La ciudad cada mañana se disfraza de rutina, pero con un tránsito lento y despreocupado. De hombres y mujeres que arrastraban los placeres y culpas de las noches anteriores. Todo es flemático y menos urgente que el resto del año. Pasado el Rubicón mateíno, al mediodía van cayéndose esas máscaras de monotonía y el Bombé, epicentro este año del vermú, va llenándose de unos y otros. A las 14:00 se hace imposible encontrar un sitio libre: saludos, besos e invitaciones asgaya.
Descansado y con vistas a llegar preparado para este fin de semana, que ríete tú de las etapas de La Vuelta España por Asturias, decidí acercarme antes de comer hasta el Sanfran. Lo peor que tiene esta zona es que si te descuidas acabas bebiendo San Miguel en lugar de cerveza, a favor tienes la maravillosa oferta gastronómica. Ahí estaba Pablo Valdés, bajo una sombrilla roja que le cobijaba del fiero sol, animando la cosa. Pablo, como buen orfebre de la música, está siempre por encima de la mayoría : es un artista con alma estajanovista.
Ante el miedo de liarme a hora ya temprana, decidí irme a comer a casa. Deambulé un poco por la zona y me senté en los bancos al lado de la biblioteca. En el mismo lugar donde estuve haciendo botellón muchos findes y muchas fiestas de mi vida. No sé por qué recordé aquel artículo sobre el botellón, de David Orihuela, que revolucionó y conmocionó a la ciudad, y lo que una vez me dijo un amigo: «Ojalá haber estado allí, ojalá fuese así, ojalá volver».
La misma franja de edad que hace 20 años veían a Leticia Sabater, ahora llenan los conciertos de Ana Guerra. A esta van a verla los hijos, a Petit Pop los padres.