La Voz de Asturias

Pumarín, como en casa

Oviedo

Natasha Martín Redacción

Los vecinos de Pumarín

El barrio más multicultural de Oviedo se adapta a los nuevos tiempos cuidando de lo más importante: sus vecinos

29 Mar 2018. Actualizado a las 05:00 h.

En un mundo globalizado en el que impera un fuerte individualismo social, para los vecinos de Pumarín parece difícil encontrarse por las calles del barrio sin intercambiar los buenos días o breves detalles sobre la rutina. Sus habitantes llevan décadas trabajando para mejorar la zona promoviendo actividades, mejoras en las infraestructuras, incentivando la integración y luchando por construir lugares para que, tanto jóvenes como mayores, tengan todas sus necesidades cubiertas sin tener que desplazarse. Uno de sus signos de identidad, la Fuente Pando, considerada Monumento desde 1983, concita con frecuencia a varias personas con garrafas para proveerse de su agua de elevada calidad. Se dice que «Pumarín» viene del bosque que estaba en lo que hoy es la avenida que lleva el mismo nombre. «Allí había muchas pumaradas y se cuenta que el barrio adoptó esa denominación», comentan varios vecinos mientras se toman un vino en Don Vinazo, uno de esos bares de toda la vida donde las conversaciones y las tapas fluctúan con intensidad.

«El barrio ha cambiado mucho», cuenta José Ramón Sariego, presidente de la asociación de vecinos Fuente Pando. Las malas condiciones de la zona abarcaban desde calles sin asfaltar ni identificar a la ausencia de infraestructuras. «Al llegar los 70, gracias a la presión de la gente y a la unión de diferentes asociaciones, conseguimos que se se construyera, asfaltara y ajardinara la zona», explica. «Y el dinero para las calles vino de nuestro propio bolsillo», matiza Javier Ordás, miembro de la asociación. Hasta entonces, las pocas edificaciones que había en Pumarín lo habían convertido en un barrio puramente militar. Así, contaba con el cuartel del Milán (actual campus de la Universidad de Oviedo), el cuartel de la Guardia Civil (sustituido por bloques de pisos) y el Hospital Militar (espacio de la actual zona de servicios -centro de salud, polideportivo y centro de día-).

Un barrio multicultural

El cambio transformó el barrio en uno de los más multiculturales de la capital asturiana. Sariego detalla que «la universidad modificó la fisionomía de la zona y el tipo de gente que circulaba, para bien. Aquí conviven todo tipo de nacionalidades sin ningún conflicto». La nueva estructura social de Pumarín acercó a las personas, favoreció el intercambio cultural e introdujo nuevas costumbres. «Este es, tradicionalmente, un barrio de vinos en el que la gente sale a hacer su ruta», sostiene. «Con el factor multicultural se adaptó y ahora hay más oferta. En la barra ya ves a gente muy diversa».

Con más de 16.000 vecinos censados, la población extranjera del barrio apenas llega al 10%. El factor multicultural funciona únicamente como eje de tránsito, ya que entre sus habitantes predominan personas adultas y de edad avanzada. El cambio generacional se ha convertido en un tema preocupante debido a la fuga de jóvenes -y no tan jóvenes- en busca de mejores condiciones laborales y al consecuente estado de abandono de las que fueron sus viviendas, lo que dificulta la venta o alquiler.

La resistencia del comercio local

A pesar de estar enclaustrado entre dos grandes superficies comerciales (Salesas y Los Prados), en Pumarín aún se ven negocios de comercio local que logran resistir tras  enfrentarse a los nuevos hábitos de consumo y a la fuerte competencia. Uno de estos es el «Mesón Sin Nombre», lugar de reunión de la asociación Fuente Pando desde hace 26 años; un local que parece escondido en una esquina de la avenida Pumarín pero que todo el mundo conoce. Nada más entrar, un cartel propone «empezar el día con una gran sonrisa», tarea sencilla de la mano de Olivia Pérez y su hijo José González, que desde 2012 están al frente del histórico bar. «Al principio fue más flojo pero hemos ido mejorando a base de hacer sentir a los clientes como en casa, de tú a tú», explica Pérez. «Aquí la gente es muy llana, los conocemos a casi todos y nos vamos haciendo querer». Ahora que ya son uno más, confían en seguir con la misma afluencia «durante muchos años».

Muy cerca del campus universitario está «Entre lanas, hilos y botones», un local regentado por Pilar Rodríguez desde hace 40 años que, gracias a su capacidad de adaptación, perdura y atrae a un sector variado de población. Con la ayuda de su hija, Nuria Rodríguez, y su nuera, Victoria Brítez, el negocio aspira a convertirse en un legado familiar. «Siempre trabajé de esto», cuenta Rodríguez, «y, con mucho sacrificio, puse mi tienda, hice mi clientela y la sigo teniendo; tanto que he vestido a hijos y a nietos». Aunque podría jubilarse, la situación de desempleo de su hija la llevó, hace cinco años, a invertir en la creación de un local más grande y mejor situado para no tener que externalizar los detalles. «Me gusta que todo quede en el barrio y antes tenía que mandar a los clientes a otro sitio para completar los encargos. Mi ilusión era poder hacerlo todo. Ahora, hasta vino bien que mi hija se quedara sin trabajo porque hemos montado esto y, mientras tenga salud, seguiré al pie del cañón».

Rodríguez trabaja por devolver el valor de lo artesano al día a día enseñando a sus clientes que no solo vale el consumismo de usar y tirar. «Confeccionamos una prenda única, a medida y de calidad; ahí está el valor». Mientras este objetivo a largo plazo se cumple, en su local también hay cabida para el aprendizaje. «Aunque con Youtube se puede hacer casi todo», cuenta, «aquí doy continuidad, les asesoro. La gente está ávida otra vez por que alguien les hable, enseñe y diga, a pesar de andar cada uno en nuestros mundos». A sus clases se apuntan muchos jóvenes del barrio y de otras zonas gracias al tránsito universitario. «Viene gente de todas las partes del mundo: Venezuela, México, Estados Unidos, Italia, etc. Y hasta se animan los chicos». Un aprendizaje recíproco que mantiene a Pilar Rodríguez «encantada» con su trabajo.

Problemas que resolver

La contaminación acústica afecta a Pumarín desde hace décadas. «Donde antes pasaba un tren de vez en cuando, ahora tenemos la autopista», cuenta Sariego. El exceso de ruidos y de humos derivado de la afluencia incesante de vehículos ha llevado a la asociación a tomar medidas: «Presentamos al ayuntamiento, hace ocho meses, una alegación al plan de ruidos». Acción, de momento, sin respuesta.

Partiendo de la población envejecida predominante, se ha de poner el foco en la falta de asistencia a los mayores que viven solos en una situación de precariedad. Desde la asociación de vecinos planean, junto a la concejalía de Atención a las Personas, que se encuentre en el barrio un asistente social ya que, de momento, quien necesite su ayuda se ha de desplazar hasta Teatinos o Ciudad Naranco. El objetivo es que sea el asistente social quien prevea estas situaciones y visite a estas personas para asesorarlas con antelación.

Un barrio lleno de vida

El pasado octubre Pumarín vistió de colores una de sus fachadas como parte del Festival de Intervención Mural de Oviedo. El italiano Agostino Iacurci fue el artista elegido y, para poder plasmar la esencia del barrio, recibió una clase de historia y guía por las calles de mano de los vecinos. «Por eso vemos pájaros de diferentes colores, que representan la multiculturalidad, que conviven en un mismo lugar: el árbol de pumares», cuenta Sariego.

Las actividades pueblan la zona. Dos veces al año, el coordinador del centro de salud, José Manuel Fernández Vega, organiza una obra de teatro vecinal. El último fin de semana de febrero tuvo lugar «Axuntándose en Pumarín», una jornada para fomentar la convivencia en la que hubo una exposición de fotografías antiguas, chocolatada, baile y música. Además de «Pumarín vive sus calles», un proyecto a largo plazo que busca favorecer el conocimiento del barrio mediante un recorrido interactivo para descubrir el porqué de cada nombre.

Pumarín forma parte de la historia de Oviedo pero su mirada sigue hacia delante. El arte grafiti que puebla espacios vacíos, una gran escuela de danza que triunfa en concursos internacionales y locales de nueva creación como Derrame rock school, un santuario con clases para todo tipo de edades y punto de encuentro entre músicos, son la respuesta al deseo de querer cuidar el pasado y convertirse en un eje esencial del futuro para que siempre sea posible sentirse en Pumarín como en casa.

 


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