La Voz de Asturias

«La Alcayata no se muere, la mato yo»

Oviedo

Álvaro González López Redaccion
Israel Sastre

Israel Sastre pone fin el próximo 8 de marzo a un lugar emblemático y punto de encuentro ovetense

29 Jan 2018. Actualizado a las 05:00 h.

Es una tarde apacible y no muy fría de sábado, he quedado con Israel Sastre en la plaza del Paraguas para hablar sobre el fin de la Alcayata, la situación cultural y la actualidad. Sobre lo que surja y donde nos lleve la conversación.

Cuando llego, él ya está esperando. Desde lejos le veo atusarse el bigote, y un moño corona su cabeza. Isra es una mezcla entre el último dandy y un poeta de la generación 'beat'. Viste una pelliza de cuero y borreguillo, unos pitillo y botas. Le saludo y él responde de forma efusiva: estrecha la mano fuerte y su voz es clara y varonil.

Echamos a andar tratando de buscar un sitio donde paliar nuestra sed y comenzar a hablar. Paseamos juntos por el Antiguo, compruebo que es un hombre querido: cada pocos pasos gente se detiene a saludar. Sastre es un hombre de su barrio, al que quiere y que le demuestra su cariño.

Nos detenemos en el Ópera Café. Sentados, y muy bien atendidos, abordamos distintos temas. «Nunca tengo proyectos preconcebidos, lo que me va surgiendo. Tengo diferentes encargos, proyectos y pedidos». IS se considera un hombre cumplidor, pero reconoce que dentro de su cabeza confluyen millones de ideas.

Pronto sale a relucir La Alcayata, la maravillosa idea de realizar todos los jueves a las 21:30, 21:35 hora zulú, una pieza artística en torno a la alcayata solitaria y desnuda, que durante el día sujeta el horario del museo, en la pared del Museo de Bellas Artes. Tras algo más de tres años reuniendo a decenas de personas en torno a este movimiento, el 8 de marzo llega a su fin. «La Alcayata no se muere, la mato yo». Isra fue capaz de aglutinar en torno a este acto cultural a gente muy diferente, pero todos con una idea central: el arte, la música, la representación; la cultura como punto común y eje vertebrador de una manera de concebir su vida y el mundo. «La gente es el motor de La Alcayata. Yo sólo encendí la mecha, les facilité un poco el ímpetu inicial y gestioné las cuelgas. No voy a decir que no requiere un trabajo, pero sin todos ellos nunca habría sido posible», Sastre sería el nexo de unión primigenio, el descubridor de ese trozo de hierro solitario incrustado en la pared del museo. Desde que surgió el movimiento alcayatil siempre estuvo bien claro que tendría un fin, «y ahora a otra cosa». Cuando uno escucha a Israel Sastre hablar ve salir las palabras a borbotones de su boca, acompañadas de anécdotas, ideas descabelladas y una gesticulación peculiar y contagiosa. Hablando de La Alcayata se le ilumina la cara y sus ojos se vuelven brillantes y acuosos; todo esto ha cambiado su vida. Ha obtenido nuevas amistades, se ha sentido valorado y querido, y sabe -tengo que publicar esto, pese a que insistió en que no lo hiciera- que ha ayudado a mucha gente. El final está cada vez más cerca, y el día 8 de marzo, coincidiendo con el Día de la Mujer, la todopoderosa Alcayata se acaba: el fiestón está asegurado. «Todo el movimiento fue concentración, y ahora tiene que pasar a ser expansión. Cada uno ha de contar a otros lo que pasó y aprendió. La Alcayata se acaba, pero su espíritu ha de pervivir y contagiar a la gente».

Nuestro entrevistado es un artísta -pese a que él nunca se define como tal- ecléctico y autodidacta. «Para nada me considero artista, yo considero que hago ensamblaje. Así puedo convivir con mi síndrome de Diógenes y darle un uso a la cantidad de cachivaches que atesoro. Son objetos que para mí tienen un valor, no quiero desprenderme de ellos, y qué mejor manera que aunar unos cuantos y hacer una pieza». Dice que Dalí es artista al que más admira, alguien que supo hacer de su propia vida una obra de arte; pese a ser su favorito, no ve influencias dalinianas en su obra. Pero al contrario que el de Cadaqués asegura no moverse por el interés económico a la hora de desarrollar sus obras: «no me ha movido el dinero jamás. De hecho, considero que lo que mata al arte y la creatividad del artista es la búsqueda de un lucro. La pasta resta intensidad y pureza». Habla de su faceta menos conocida, de su trabajo. Isra trabaja desde hace años en una empresa de pinturas industriales. «Es algo de lo que no me gusta hablar mucho. Me permite tener un sustento económico que me da libertad, un alto nivel de experimentación y poder afrontar proyectos varios y diferentes». Y asegura sin dudar: «mi arte no es condescendiente».

IS es un artista multidisciplinar: pintura, escultura, música, interpretación. Uno de sus últimos proyectos, y de los que mejor sabor de boca le ha dejado, fue aparecer como actor en la obra «El arrozal de Birmania», un proyecto de investigación teatral basado en la improvisación, en el que además de actuar también participó a nivel creativo. Y es imposible no preguntarle por su trabajo con la Fundación de los Premios Princesa de Asturias junto a niños fomentando el reciclaje. «Es una experiencia muy grata y sorprendente. Siempre había pensado, como algunos aún creen y se equivocan, que la Fundación era un ente rígido y para nada tolerante. Me equivocaba. Son una gente maravillosa, el ambiente es inmejorable. Soy fan de la Fundación. Y he de decir que están haciendo las cosas maravillosamente bien, de 10».

Hablando de gustos e inquietudes culturales le pido que me haga un análisis de la cultura ovetense, que me dé su valoración. Critica a todos aquellos que abogan por salvar la cultura, y, sobre todo, carga contra los políticos que piensan que debe ser programada en lugar de apoyada, «la cultura lo es todo; está presente en todo. El Estado tiene que favorecerla, no programarla». Y asegura que el panorama cultural es más bien pobre. «Soy el claro ejemplo de lo mal que estamos: que a mí se me hagan entrevistas. Yo, que no tengo ningún tipo de cualidades».

Avanzan los minutos, los temas y se acaban los tragos: la confianza aumenta. Me fijo y, mientras hablábamos, ha ido dibujando con un lápiz de color una calavera y un velero en una servilleta de papel. Pasamos a tratar la situación política, en especial la municipal y regional, con la que Israel se muestra muy crítico en las redes sociales. Dice sentirse engañado y defraudado por el tripartito que gobierna la ciudad; les acusa de prometer renovación y aire nuevo y no cumplir nada de eso. Se reconoce como progresista, de izquierdas, aunque no ve mucha diferencia entre los comportamientos de unos y otros. «La gente que dirige el Ayuntamiento, que son jóvenes y están formados, sigue anclada en el puñetero guerracivilismo; que es historia, pero no puede vertebrar el presente. Consiguen que muchos le estemos cogiendo manía a todo lo relacionado con ese periodo». Este país, y Asturias en especial, no ha evolucionado ni aprendido de sus errores, seguimos con antiguas cuitas y cainismo; y vemos en la sociedad el fiel reflejo de esto; no puede tener más razón Isra. El tratamiento que está recibiendo Oviedo y sus ciudadanos es un tema que le disgusta y enfurece, achaca una y otra vez la política de amiguismos que sigue vigente y la idea imperante de llegar al poder, establecer preferencias personales y aplicar las leyes siempre de forma punitiva y sin ápice de razón y flexibilidad. Es un gran defensor del desarrollo sostenible, que -pese a ser una vía lenta- asegura que funciona, del uso del sentido común y de que prohibir no es la solución. «Estoy disgustado y cabreado con el gobierno municipal, en especial con Podemos. Son pretenciosos, se dan un autobombo infame. Y si les achacas algo, cargan contra ti; parece que carecen de autocrítica. Yo les apoyé, conozco a gente muy afín a Podemos que se llevan las manos a la cabeza con su gestión. Y luego hay que aguantarlos diciendo que realizan una gran labor o que no apoyan los Premios porque hay gente que pasa hambre. Seamos serios, no están haciendo absolutamente nada».

Así, hablando de política, como si de una comida familiar se tratase, acabamos nuestro encuentro. Nos levantamos, y sin que él se dé cuenta cojo la servilleta que ha pintado y la guardo en el bolsillo del abrigo; será mi recuerdo de este maravilloso encuentro. Nos despedimos con un abrazo y con la fiel promesa de volver a vernos en algún bar -como fuera de casa, en ningún sitio- y seguir charlando. Y ya les aviso, no se pierdan el fin de La Alcayata el día 8 de Marzo: «va a ser un fiestón».


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