Dormir después de haber vivido
Oviedo
Diversos colectivos trabajan para que, respetando el derecho al descanso, con la regulación de horarios y volúmenes, se ponga fin a la maraña normativa que impide la música en directo en bares
01 May 2017. Actualizado a las 05:00 h.
Andamos estos días un grupo numeroso de personas, organizadas en distintos colectivos, clamando en los medios y en las redes, trabajando en las reuniones, no solo en Oviedo y, aquí, no solo en el Oviedo Antiguo, para que se dé regulación legal a que en los locales con licencia para música amplificada pueda escucharse esta, además de reproducida mediante ingenios mecánicos, interpretada en directo.
Este es asunto que, como digo, no solo ocupa al Oviedo Antiguo, pero, en el caso de la ciudad, en este barrio es donde se concentra, fundamentalmente, el ocio vespertino y nocturno y, por tanto, los locales en que reclamamos, quienes lo reclamamos, poder ver música en vivo sin que a la persona que regenta el local le caiga un multazo y vea su modo de vida mermadísimo; sin que bandas o solistas vean abortado su trabajo; sin que quienes vayamos a pasar un rato disfrutando de la enriquecedorísima experiencia de la música en directo tengamos que volver a casa sabiendo un poco menos.
En la petición de colectivos de profesionales de la música -músicos y músicas, tiendas de instrumentos, escuelas, agencias de promoción, docentes-, de colectivos vecinales -la que esto escribe, desde la Asociación Vecinal del Oviedo Redondo, trata de contribuir a que esta razón acabe por ser legal-, de colectivos culturales, de asociaciones profesionales, iluminada por el lema «Ni un acorde de menos, ni un decibelio de más», se pide que, respetando el derecho al descanso, con la regulación de horarios y volúmenes, se ponga fin a la maraña normativa que impide lo que reclamamos.
Clinton Street, Nueva York, allí vivió Cohen, cuando la calle era latina, allí sonaba la música toda la noche, allí parió Famous Blue Raincoat; la Calle 52, también Nueva York, también Manhattan, pero antes Harlem y sus clubes, en cuyas jams, cielos, se cocinó el bebop, antes de dar el salto de barrio, en cuyas jams aterrizó Miles Davis, con 18 años, recién llegado de St. Louis, para dar con Dizzy Gillespie y Charlie Parker, Bird, el hombre que era un ser aparte, que tocaba alumbrado por la divinidad, a pesar de oscurecido por la heroína. Sin jams, ni Dizzy ni Bird ni Davis. Ni Monk. ¿Se imaginan? Ni Dizzy ni Bird ni Davis. Ni Monk.
Los garitos de las ciudades británicas donde rostros pálidos se vistieron de blues, los cafés en donde el flamenco floreció, Saint-Germain-des-Prés en París recién liberada, barrio lleno de sótanos en que jazz y chanson compartían escenario y cama.
En el Oviedo Antiguo queremos dormir, pero ¿saben lo que es irse a dormir después de haber celebrado Harvest Moon, la Luna llena de septiembre, repleta de canciones de Neil Young? Es salir a escuchar música y a bailar, después del trabajo, mientras nuestras criaturas reposan en casa, porque necesitamos saber si el amor se mantiene.
O lo que es, antes de volver a dormir, escuchar So What, traída desde Miles Davis y John Coltrane hasta un pequeño club en Oviedo, tantos años después de las jams en Harlem, sin cuya existencia Miles Davis no hubiera existido.
Dormir después de haber llorado a Leonard Cohen, el hombre de Clinton Street.
O lo que es, acabando tempranito, que a la mañana siguiente hay que madrugar, antes de irse a dormir, la descarga rock, que puede ser, respetando descanso y volumen, Highway to Hell o Hey, Jude. Sí, ambas. Tan distintas, tan iguales.
Hay, y no somos poca gente, quienes queremos un Oviedo Antiguo confortable, con silencios cuando han de ser y con música cuando ha de ser. Un Oviedo Antiguo acogedor, con manifestaciones culturales variadas y populares. En donde profesionales de la música, de la hostelería, de la provisión de bebidas y comidas, de la provisión de sonido, de la venta y la construcción y la sanación de instrumentos (¿encuentran profesión más hermosa que la de lutier, que fabrica y repara instrumentos?) puedan trabajar en condiciones seguras, sin riesgo de tener que irse del barrio o de su profesión por no poder ejercerla.
La imagen que ilustra estas palabras es de una celebración en la calle, en la plaza del Fontán. También queremos celebraciones respetuosas en la calle. También hay quienes tratan de acallarlas, también esas. Pero no escojo una imagen del interior de un local intencionadamente. No quiero dar cebo a las voces apocalípticas y criminalizadoras.